Llueve...
Tarde gris de asfalto sobre el que se deshacen en lágrimas frías las nubes mientras los pensamientos empañan los cristales de mi cuarto y la luz se escapa por los callejones del olvido.
Llueve...
Y no estás para consolarme, para acallar mi llanto que se une al de esas nubes viajeras, para consolar mi dolor ante tu ausencia, para llenarme de luz y de risa.
Llueve...
Un viento helado pasa arrancando las últimas hojas de los árboles, arremolinando el dolor en un torbellino de calladas pasiones. Y quisiera gritar tu nombre a ese viento que pasa y ruge... Y quisiera extender mis alas y echar a volar hacia ese horizonte tras el que te presiento... Pero me atan cadenas de duro acero, que en sortilegios mágicos anclan mi alma al mundo fieramente.
Llueve...
Y mi corazón se ahoga en reflexiones profundas, callejones sin salida donde encuentro la muerte a cada instante. Es triste la agonía que me nubla el sentido, la desesperada desdicha que me lleva a llamarte en silencio, voz de agua y bruma que no ha de escuchar nadie.
Llueve...
Siento dentro de mí cómo se debate mi alma, cómo se retuerce tratando de encontrar un escape que la lleve hasta ti, hasta el refugio de tus alas. Es la necesidad urgente de mi cabeza apoyada en tu pecho, del querer descifrar el latido armónico de tu corazón hablándome. La dulce caricia de tu mano en mi rostro. La serena paz que me regalará el sosiego que tanto necesito.
Llueve...
Y la lluvia fría me deja la certeza esperanzada, el deseado saber de que cuando esto pase, se alzará de nuevo tu sol en el horizonte, ese sol que traerá alegría nuevamente a mi alma y a mi pecho, que templará mi corazón y dibujará sonrisas nuevas en mi boca, que sembrará de vida mis días y pondrá luz en mi eterna noche, borrando todos mis dolores.
Carmen
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"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo


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