jueves, 18 de enero de 2024

En Un Rincón Del Alma


En un rincón del alma
guardo dormido un recuerdo,
una historia antigua,
un dolor que ya es viejo.
En un rincón del alma
habita la pena, la perdida,
el dolor de un desencuentro.
Momentos de gloria
ajados y polvorientos
como fantasmas insomnes
que vagan sempiternos.
En un rincón del alma
aún supura la herida
que destila amargo veneno,
que perla mis ojos de lágrimas
y mis letras de desaliento.
En un rincón del alma
al que no quisiera ir
mas siempre vuelvo,
una y otra vez porque
otro camino no encuentro.
En un rincón del alma
convivo con mis sentimientos,
los que fueron antaño,
los que hoy no tengo
y quizás... quizás un día
los sentimientos que me llenen,
me harán sentir
como si nacieran de nuevo.
En un rincón del alma...
En un rincón del alma,
donde siempre espero.


Carmen


Copyright©


"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo





 

"En un rincón del alma"
Alberto Cortez

El Tiempo Pasa


Es tarde,
madrugada de cualquier día.
Pudo ser ayer,
puede ser hoy,
podría ser mañana.
Da lo mismo,
las horas sólo pasan,
sólo llegan y se van.
Parecen querer decir
pero callan sin más,
lentas y torpes,
arrastran los segundos
de cada minuto
que encadena las horas
en este reloj de arena,
esa arena que escapa
entre mis dedos dormidos
como si fuera agua.
Días que dan paso
a noches largas.
Noches que pasan
sin pena ni gloria
abatiendo mi vuelo,
cortando mis alas,
acercándome a la meta final.
Es el paso inexorable
del tiempo que me acerca,
firme y seguro hacia
la muerte de manera callada.
Y espero tranquila,
ya no me quedan lágrimas
ni fuerzas ni fe ni esperanza.


Carmen


Copyright©


"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo




 

Sólo Sombras

 


Sombras que sueñan con luces,
luces que proyectan sombras.
Fantasmas ajados de olvido
que pueblan rincones desiertos,
perdidos en los mil recovecos
de esta alma tan triste y tan mía.

Sombras que asustan el día
sembrando claroscuros de tristeza,
donde las lágrimas manan libres
anegando el corazón sólo de penas.

Sombras que danzan
al filo de navajas imposibles
ansiando la paz después de tanta guerra.
Reflejos de espejos rotos en mil pedazos
donde se pierde mi vida en retazos inconclusos
como grises girones de niebla.

Sombras de mudos silencios
donde reinan recuerdos perdidos,
aquellos que no llego a olvidar
pero que tampoco recordar consigo.

Sombras, sólo sombras
en las que me pierdo cada día,
una y otra vez cada vez un poco más.
Y quisiera cambiar estas sombras
de sueños rotos y perdidos
por una clara y nueva realidad.


Carmen


Copyright©


"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo




miércoles, 17 de enero de 2024

Abandonados - Gioconda Belli


Tocamos la noche con las manos
escurriéndonos la oscuridad entre los dedos,
sobándola como la piel de una oveja negra.

Nos hemos abandonado al desamor,
al desgano de vivir colectando horas en el vacío,
en los días que se dejan pasar y se vuelven a repetir,
intrascendentes,
sin huellas, ni sol, ni explosiones radiantes de claridad.

Nos hemos abandonado dolorosamente a la soledad,
sintiendo la necesidad del amor por debajo de las uñas,
el hueco de un sacabocados en el pecho,
el recuerdo y el ruido como dentro de un caracol
que ha vivido ya demasiado en una pecera de ciudad
y apenas si lleva el eco del mar en su laberinto de concha.

¿Cómo volver a recapturar el tiempo?

¿Interponerle el cuerpo fuerte del deseo y la angustia,
hacerlo retroceder acobardado
por nuestra inquebrantable decisión?

Pero... quién sabe si podremos recapturar el momento
que perdimos.

Nadie puede predecir el pasado
cuando ya quizás no somos los mismos,
cuando ya quizás hemos olvidado
el nombre de la calle
donde alguna vez
pudimos encontrarnos.



Gioconda Belli


 

martes, 16 de enero de 2024

¡Tanta paz lleves como descanso vas a dejar!


Hoy el día está frío y muy gris. Un cielo plomizo amenaza con desplomarse sobre el mundo en cualquier momento. Pareciera que todos los colores a mi alrededor hubieran sido sustituidos por un velo polvoriento a través del cual cuesta distinguir las sombras que, cuál fantasma, se mueven casi a la carrera por la habitación. 

Se palpa la tristeza en el ambiente, pero yo me siento incapaz de llorar. 

Un médico se me acerca y me tiende un papel. Su voz, lejana y extraña, resuena en mis oídos y me cuesta entender lo que me dice. Por fin capto la idea de lo que trata de comunicarme. Has muerto, por fin has decidido liberarme y liberarte. Te ha costado, pero al final la enfermedad pudo más que tú. 

Le doy las gracias al doctor que se dispone a firmar los papeles de tu defunción antes de entregármelos. 

Miro a mi alrededor, todo el mundo ha salido del cuarto, todos menos tú que sigues ahí, tumbado, bocarriba en la cama. Alguien, misericorde, ha cubierto tu rostro con el embozo de la sabana. Un escalofrío me recorre, suspiro y vuelvo la mirada hacia la puerta del cuarto por la que aparecen dos enfermeros que me comunican que se llevarán tu cuerpo a la morgue para prepararlo antes de que los de la funeraria te trasladen al tanatorio, donde podré acudir a velarte como Dios manda. 

Una sonrisa o más bien, un amago de sonrisa aflora a mis labios. Les doy las gracias y salgo de allí. 

Regreso a casa, una casa vacía y tan fría como frío hace en el exterior. Preparo mi ropa de luto. El vestido negro y austero, la rebeca, las medias negras, los zapatos negros de medio tacón porque presiento que el día va a ser largo y pesado. 

Me ducho, seco mi pelo castaño, me voy vistiendo despacio y cuando casi estoy suena el teléfono sacándome de mi mundo con un sobresalto. ¿Quién será? ¿Acaso se habrán equivocado y aún vives? ¡Qué tonterías me da por pensar! 

Son los del tanatorio que me avisan que ya todo está preparado, te han asignado la sala 210, en la segunda planta, desde donde tendremos mejores vistas. ¿Ya ves tú… mejores vistas, para qué? Me dicen que debo pasarme por la recepción cuando llegue para que me abran la sala… ¡Como si te fueras a escapar o te fueran a secuestrar! Les doy las gracias y les comunico que no tardaré en llegar. Cuelgo, tomo mi bolso, el abrigo y salgo de aquel que un día quise creer que sería mi hogar... Nuestro hogar...

El taxi me deja a las puertas del tanatorio. El taxista, hombre juicioso, ha guardado silencio durante todo el trayecto. Supongo que por respeto a mí o quizás porque no ha sabido qué decir. El cielo parece aún más gris que a primera hora de la mañana, aunque ya hemos rebasado el mediodía, pero se resiste a llover, como mis ojos se resisten a llorar. 

Suspiro hondo y entro. En el mostrador de recepción me dan a firmar más papeles, cierran conmigo el tema del catering y una señorita de rostro serio y uniforme pulcramente perfecto me acompaña hasta la sala donde estás. 

Estoy sola. Vuelvo a suspirar mientras me quito el abrigo y lo cuelgo de manera distraída en el armario que está en la entrada de la sala. Me siento en un incómodo sillón… ¡Dios, por qué serán tan incómodos estos lugares! Saco mi móvil del bolso y me dispongo a llamar a la gente más allegada, a ti, a mí, a cualquiera al que tu muerte pudiera interesar. 

Primero llamo a tu hermana Clara que no responde y a la cual dejo un mensaje de voz con la noticia y el lugar donde ahora estás. Luego le toca a tu hermano Ernesto que me contesta con un sonoro “¡por fin!”, seguido de un “lo siento, nos vemos”. Después llamo a tu trabajo; me coge el teléfono Andrés, que me suelta un “¡ah, pues muy bien!”. No me sorprendo de nada, tu fama te precede. 

Vuelvo a guardar el móvil en el bolso, cruzo mis manos sobre el regazo y me dispongo a esperar. Al cabo de un rato entra un joven empujando un carrito con el catering; coloca todo, café, un termo con agua caliente para infusiones, unas bandejas con pequeños bocadillos, algunas más con pequeños cruasanes, botellitas de agua y servilletas sobre la mesita situada en un rincón de la sala y con el mismo silencio que llega, se va. 

Silencio… Se me hace extraño y placentero ese silencio, esa es la verdad. 

Las horas pasan. Los minutos se van arrastrando y sigo sola. En la pequeña sala adyacente, tras el cristal, descansas. Me levanto, me acerco al cristal, te miro… Te miro sin parpadear hasta que mis ojos duelen, como si por cerrarlos en un parpadeo fueras a desaparecer o fueras a resucitar. Casi no puedo creer que mi calvario haya llegado a su final. 

La tarde ha avanzado y está más y más gris en el exterior. Las sombras de los árboles entran por el ventanal y son alargadas, como dedos que te quisieran tocar. Suspiro, doy media vuelta y regreso al sillón, del cual no me debí levantar. 

Sigo sola, nadie parece querer despedirse de ti. No fuiste un dechado de virtudes, esa es la verdad, pero esto… esto es penoso. 

Una hora, otra más… Miro mi reloj y ya son casi las diez de la noche, Entra un empleado del Tanatorio que me pregunta si pasaré allí la noche o si me iré a descansar. Le miro, me cuesta entender que me está tratando de decir, pero al fin caigo en la cuenta y le digo que me iré ya, que cuando quieran pueden cerrar nuevamente la sala. 

Me pongo el abrigo y bajo a recepción para comunicar que me marcho, que al día siguiente no hace falta que abran la sala, que nadie vendrá. Me preguntan qué hacen con tus cenizas, que en tres días puedo pasar a recogerlas o que, si lo deseo, ellos mismos se pueden encargar. 

Sonrío a aquel joven que parece entender todo sin preguntar. Les doy permiso para que ellos mismos se encarguen de ti y con paso decidido, salgo de aquel lugar dejándote atrás, dejando atrás un pasado que nunca debió de existir. 

Salgo a la calle y levanto el rostro al cielo. Se siente humedad en el aire y de repente, grandes gotas de agua helada me cubren el rostro. Me rio, rio a carcajadas sin poderlo evitar. Y de golpe, miro al ventanal de la sala donde duermes por toda la eternidad y grito… grito alto, como para que me oigas… “¡Tanta paz lleves como descanso vas a dejar!” 

Aun riendo, paro un taxi y pido al taxista que me lleve lejos, a alguna parte, en algún lugar donde pueda al fin ser yo misma, sin miedo a que dirás, donde pueda descansar sin sobresaltos, donde no puedas golpearme nunca más. 


Carmen 



Copyright© 


"Omnia mea mecum porto" 

Soy todo lo que tengo






sábado, 6 de enero de 2024

Cuando Azul se volvió multicolor


Desde pequeña. siempre se sintió atraída por el color azul.

El amanecer de los días buenos era azul. El cielo de verano, ese que alumbraba con su claridad los días cuando brillaba allá en lo alto el cálido sol.

El mar... 

El agua salada que mojaba y llenaba de miles de gotitas refulgentes su piel bronceada, también era azul.

Aquel vestido que encontró en un viejo mercadillo y le sentaba tan bien.

Sus flores favoritas, ¿cómo se llamaban?  Tan pequeñas, tan frágiles, tan sencillas y que un día ya lejano descubrió como adorno comestible en su ensalada.

¿Cómo se llamaban?

¡Campanulas, sí eso es, campanulas!

Sus ojos, profundos y azules como serenos lagos...

Para ella solo existía el azul. No veía más allá del color azul.

Pero un día, sus sueños le revelaron la existencia de mil colores más. Mil posibilidades nuevas para vivir y comenzó a urdir un plan para hacerse con algunos de aquellos colores mágicos con los que, de tan solo pensarlos, su cuerpo entero vibraba y se llenaba de fe, de serenidad, de dicha, de gozo y de una placentera y apasionada fuerza que la empujaba hacia los demás.

Pasó el día nerviosa y cuando ya comenzaba a caer la tarde, fue preparando minuciosamente aquellas cosas que consideró que podría necesitar. preparó sobre su cama largos cordeles de raso. Alineados uno junto a otro y se tumbó a esperar el sueño y con él la llegada de los colores de sus deseos.

Fueron llegando de a poquito en cuanto la venció el sueño...

Primero llegó el amarillo, luminoso y vibrante que enseguida la infundió el ánimo suficiente para saber que saldría venturosa de aquella aventura. Lo atrapó en un suspiro, lo infló como si fuera un hermoso globo y lo ató con uno de aquellos cordeles de raso.

Ya tenía uno y se sentía feliz.

Luego llegó el color verde, tan sedante y ligero que logró tranquilizarla. Repitió el suspiro y el inflado y lo colocó cuidadosamente junto al globo amarillo a la espera de los demás.

Le llegó el turno a su querido azul y en un plis plas, este se encontraba reposando junto a los otros dos.

El naranja, que pese a poner un poco de resistencia vibracional, pronto temblaba de brío junto a los otros tres.

Le siguieron el romántico rosa, el sabio y mágico morado, el equilibrado gris, el elegante negro, refinado como el que más.

La pureza inocente y limpia del blanco.

Un pequeño globito marrón donde guardo de un soplo sus tristezas, aquellas que ya no quería llorar más.

Y, por último, el rojo.

El color rojo fue el que más la atrajo y al que más entusiasmo dedicó, poniendo en él toda la energía y vitalidad amorosa que almacenaba desde hacía tanto en su corazón.

Juntó todos los lazos y los anudó a su muñeca para que no escapara ninguno. Preparó una maleta ligera con algunos cuentos y algunos retazos de su propia historia y comenzó a caminar por el camino nuevo que ya no era simplemente azul. Ahora su vida brillaba y la llevaba por un mundo infinitamente hermoso y multicolor.


Carmen



Copyright©

"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo




"De Colores"
Joan Baez

 

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