sábado, 1 de noviembre de 2025

El muerto que no murió


Me llamo Peter Lewis, soy diseñador y desarrollador de contenidos gráficos. La historia que les voy a contar sobrepasa los límites de la realidad.

Hace un mes viaje a Brasil en busca de aventuras y me tope con algo mucho más grande de lo que jamás hubiera podido imaginar. Cuando llegué a Salvador de Bahía, el gerente del hotel me asignó una guía personal para que me ayudara con las visitas al lugar.

Se llamaba Janaín y desde el primer momento que la vi, caí rendido ante su belleza.

Janaín era una mujer más que hermosa, con una belleza exótica, un cuerpo escultural, de diosa, un pelo negro azabache rizado y sedoso que invitaba a enredar los dedos en el, unos labios rojos y voluptuosos que te hacían querer pecar. ¡Una locura total!

Juntos recorrimos los alrededores, visitamos bellas playas y coloridos poblados de pescadores. Con tan solo una semana juntos, ya me tenía a sus pies.

Dos días antes de mi regreso a casa, Janaín me propuso asistir a una fiesta popular en una playa cercana. Una fiesta  cargada de magia, rituales y ofrendas de la religión yoruba. Esa noche, juntos como dos enamorados nos acercamos hasta dicha playa. Recuerdo que había hogueras por todas partes, gente vestida con trajes coloridos, música de un ritmo casi imposible de describir y humo, mucho humo que envolvía todo en una especie de neblina.

Recuerdo a una mujer morena, bastante mayor, que hablaba en un dialecto extraño. Repetía algo una y otra vez como una salmodia. Fumaba un enorme cigarro puro. La gente formaba un corro alrededor de ella, todos de rodillas, balanceando sus cuerpos como si los movieran las olas al ritmo de la música que iba in crescendo. Janaín me tomó de la mano y me arrastró hasta hacerme arrodillar frente a la vieja mujer.

Después de eso no recuerdo mucho más con claridad. Tengo retazos de recuerdos confusos que me vienen a la memoria una y otra vez. Un carnero decapitado, un gallo negro degollado, un muñeco de trapo del que sobresalen alfileres negros... Aquella vieja bruja soplando  un polvo blanco sobre mi cara y luego, la negrura del silencio. Supongo que todo es producto de la exaltación del momento y de la superstición pero dado el estado en el que ahora me encuentro... ya no se que pensar.

Hoy es 31 de octubre, estoy de nuevo en mi tierra pero algo anda mal. No logro entender que sucede, mi cuerpo esta dentro de un ataúd; la gente se acerca y me dice palabras que no entiendo. Algunas personas se lamentan y lloran... Pero yo no estoy muerto... ¡No estoy muerto! les grito, no lo estoy.

Pronto me llevaran al panteón familiar, ¿qué puedo hacer? La desesperación que siento me acerca a entender mejor lo que es la locura.

Que frio hace en este lugar. mi féretro yace ahora sobre la mesa situada en el centro del panteón familiar, en el cementerio norte de la ciudad. Mi cuerpo sigue rígido y yo... mi esencia.... mi alma... no se bien como expresarlo, no puede apartarse del lugar. ¿Será así por toda la eternidad?

Pasan lentas las horas en esta noche en la que se rasga el velo que separa el mundo de los vivos del mundo de los muertos.

¿Qué hacer? ¿Qué hacer? 

¡Maldita sea mi suerte! La impotencia y la rabia que siento me hacen golpear mi propio féretro y este, sin saber por qué, cae al suelo. Mi cuerpo sigue pareciendo tan solo eso, un cuerpo sin vida, un cadáver nada más.

Ahora, de repente, siento un enorme calor invadiendome. Me quema, siento como voy desvaneciéndome, ¿será esto el final?

Hoy es 1 de noviembre, día de Todos los Santos. Ahora estoy en la cama de un hospital. Escucho a los médicos hablar... catalepsia, pero solo yo se la verdad.

Alguién encontró aquel maldito muñeco de vudú y lo arrojó al fuego dejando libre de ataduras mi alma para que volviera de regreso a su lugar.



Carmen


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"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo




 

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