Pintura: "Los Amantes"
René Magritte
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
Ismael había entrado en esa edad donde la soledad le pesaba sobre el alma como si fuera de plomo y los días se alargaban hasta parecer interminables. Acababa de cumplir sesenta años y se sentía perdido, como esos perrillos abandonados que no saben que camino tomar ni para donde tirar.
Había dedicado toda su vida a su trabajo como comercial de una empresa internacional y sus innumerables viajes le habían ido distanciando de la que fue su esposa y de sus hijos, hijos a los cuales apenas conocía y que le miraban como a un extraño cuando se reunía con ellos rara vez.
Su mujer y él se habían separado aún mucho antes de que un juez les diera la nulidad matrimonial y unos papeles que ambos habían firmado hastiados y sin mirar, les confirmaran que su distanciamiento no tenia marcha atrás. De aquello ya hacia tres o quizás fueran cuatro años, a fuerza de querer olvidar, no lo recordaba demasiado bien e Ismael no había vuelto a ver a Clara desde entonces y su vida amorosa y sentimental había ido pasando a un segundo plano sin demasiadas opciones.
Clara, era algunos años más joven que Ismael. Nunca se sintió querida por el que fue su marido y para ella fue una liberación el haber llegado a una separación de mutuo acuerdo después de haber pasado su vida unida a un hombre del que solo obtuvo ausencias. No creía deberle nada, a excepción de sus dos hijos, que eran su vida entera. No echaba de menos a Ismael, pues en realidad, pensaba que nunca le había tenido.
Los hijos fueron precisamente los que por su cumpleaños, insistieron a Clara de que quizás debería apuntarse a una de esas agencias que se encargaban de relacionar a posibles parejas... O quizás debiera probar en una de esas redes sociales que con el mismo fin, estaban tan de moda... Y para ello, le habían regalado un ordenador portátil de ultimísima generación y su hijo Alberto, se ofreció para ayudarla a registrarse en alguna de aquellas páginas.
Alberto la ayudo a buscar un alias con el que identificarse en la red... Afrodita... La registro en una de aquellas páginas sociales de moda... Juntos rellenaron su perfil: "Mujer atractiva, cincuenta y muy pocos años llenos de vida, miss simpatía según quienes la conocían, amante del arte y los animales, de la buena música y las aventuras y con un corazón grande entre los grandes".
Al principio fue divertido. El perfil de Clara se fue llenando de mensajes privados, hombres desesperados en busca de sexo fácil, la mayoría casados que buscaban distracción para sus aburridas vidas sin demasiadas complicaciones. Pero también recibió mensajes de alguna que otra mujer, un tanto despistadilla, según se le figuró a ella, pues en ningún sitio de su perfil había dejado escrito que le interesaría una relación que no fuera de amistad con otra mujer.
Con el paso de los días, Clara fue entrando menos a aquella página de contactos y muchas tardes, dedicaba su ahora demasiado tiempo libre, pues desde que los chicos se habían marchado de casa a vivir sus vidas, tiempo era precisamente lo que más le sobraba y solía emplearlo en leer algún libro, mientras de fondo escuchaba su música preferida. En las últimas tardes se había sorprendido al darse cuenta de que sin querer, mientras sus ojos se perdían calle arriba hacia la próxima avenida, el libro que leía quedaba abandonado sobre su regazo con mucha frecuencia y sus pensamientos le traían el recuerdo de su ex marido una y otra vez.
Aquella tarde, tras despertar con una sacudida de aquel letargo o sopor que la devolvía a un pasado que ya casi tenia olvidado, se levanto de un salto de su sillón y repitiéndose que tenía que hacer algo para llenar su vida, entró en la famosa página de contactos dispuesta a responder a cualquiera que se hubiese dignado a escribirla ya fuera hombre o fuera mujer, simplemente con la intención de romper con su rutina.
Entre los mensajes que le habían dejado, uno de ellos llamó poderosamente su atención. Destacaba del resto por su originalidad. El hombre, cuyo alias era "Ulises", no se describía como un adonis ni remarcaba sus cualidades físicas o status social como si fuera lo único importante o estuviera tratando de venderle algo insignificante como si fuera algo vital.
Ulises le había dejado escrito: "Cumplí ya los sesenta y me he dado cuenta de que desperdicié mi vida y la de aquellos que un día me quisieron. Busco la compañía de una mujer buena y sincera que me ayude a paliar mi soledad, que le de vida a mis días y con la que pueda compartir tardes de museos o conciertos en el parque... ¿Te gustaría probar?".
Con el corazón latiéndole en el pecho, Clara se dispuso a decirle que sí, que le encantaría probar y al menos conocer a otro ser que parecía buscar aquello que ella misma deseaba encontrar.
Varios mensajes después, concertaron una cita a ciegas en una céntrica cafetería para dos días más tarde. Ella llevaría una blusa roja y él le dijo que se pondría un clavel también rojo en la solapa de su traje y ambos se rieron de aquella ocurrencia tan teatral y que habían visto tantas veces en las películas y leído tantas veces en sus libros.
Llegó la tarde de la cita y Clara, hecha un manojo de nervios fue la primera en llegar a la cafetería. Pidió al camarero una mesa en algún lugar discreto y una tila con la que calmar sus nervios y se dispuso a esperarle. Los minutos pasaban y los nervios fueron dejando lugar a la impaciencia... La tristeza... La decepción.
Entraron algunas parejas y varios hombres, pero ninguno llevaba un clavel rojo en la solapa de su traje ni se detuvo, aunque más no fuese que un instante, a mirarla.
Comenzaba a pensar que se había reído de ella, que la había dado plantón o que quizás habiéndola visto por el ventanal desde la calle, no le hubiese parecido lo suficiente mujer y hubiera decidido olvidar la cita y dar media vuelta. Los ojos de Clara se llenaron de lágrimas y por ello no pudo ver que mientras buscaba desesperada un pañuelo dentro del revoltijo de su bolso, un hombre alto de pelo bien cortado y canoso, con un hermoso clavel en su solapa, había entrado en la cafetería y se había parado a su lado.
El hombre con voz emocionada preguntó: ¿Afrodita?
Y cuando Clara, alias "Afrodita" levantó sus ojos se quedó asombrada al ver a su "Ulises" tendiéndole un ramo de flores.
Ulises... "Su" Ulises... Era Ismael... "Su" Ismael?
Mientras por la cabeza de él pasaba la misma pregunta al darse cuenta de que Afrodita, era Clara, la que había sido su mujer.
Ambos estaban paralizados por la sorpresa. Mirándose a los ojos con atención, como nunca antes recordaban haberse mirado. Y de repente, las risas de ambos se dejaron oír en la cafetería llenando todo el espacio y convirtiéndoles en el blanco de las miradas de todos los allí presentes.
Ella tomó las flores que él le tendía... Él tomó y beso delicadamente una de las manos de ella... Los ojos de ambos se negaban a dejar de mirarse mutuamente... En los labios de ambos surgió una tenue sonrisa... Y de repente... Se dieron cuenta de algo que en sus corazones siempre habían sabido...
El amor había resucitado y les daba una segunda oportunidad para ser felices.
Carmen
(11 de junio del 2016)
Copyright©
"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo
No hay comentarios:
Publicar un comentario