miércoles, 15 de diciembre de 2021

UNA NAVIDAD DE CUENTO


Se acerca Navidad y este año me propuse actualizar el evento que motiva esta celebración. Para ello, supongamos que los hechos suceden en pleno Madrid, en uno de sus barrios más populares y céntricos. Sumemosle una joven que en breve será madre soltera, amén de no tener ni donde caerse muerta; a la cual, junto a otras personas de toda índole acaban de desahuciar del edificio semi ruinoso donde mal vivian como okupas. Un joven al que acaba de conocer, tres hermanas piadosas... Y casi, casi... Tenemos el belén montado.

Situémonos en la calle del Amparo, donde muchos desvalidos encuentran refugio, donde conviven y convergen como si fuera una nueva Babilonia todas las razas, todas las lenguas y todas las religiones.

En la calle del Amparo todo es posible, incluso los milagros. Es allí, en esta estrecha calle de envejecidas viviendas donde transcurre esta historia, porque en esta calle, como  en cualquier otra calle del madrileño barrio de Embajadores, cabe el mundo.

La mañana del día veinticuatro de diciembre amaneció más fría que las anteriores. En el ruinoso edificio abandonado donde conviven varias familias que no tienen otro lugar donde resguardarse de las inclemencias del tiempo, tan solo se escuchaba de rato en rato el llanto de un niño reclamando un alimento que sus padres no podían darle.

Aquel día era el previsto para que las autoridades vinieran a desalojar a aquellos pobres desgraciados y ninguno sabía dónde iría después ni dónde pasarían aquella noche. Eran muy distintos entre ellos, no solo en forma, sino también en género y creencias pero entre ellos, aun sin entenderse por hablar distintos idiomas, había creado un vínculo que podía decirse que era lo más parecido a la familia que no tenían.

Entre esta mezcolanza se encontraba María, una joven de apenas dieciocho años que esperaba su primer hijo para uno de aquellos días antes de fin de año. Se había unido a aquella extraña y gran familia hacía apenas una semana y fue José, otro de los jóvenes que allí habitaba, quien la había encontrado una noche acurrucada en un portal, sola, aterida de frío y aterrorizada.

Bien entrada la mañana, algunos de aquellos desventurados, iniciaron por propia voluntad el éxodo a ningún lugar. Calle arriba, en silencio y cargando las poquísimas pertenencias que atesoraban. El comisario del distrito había mandado un par de patrullas al lugar, no porque presintiera que aquellos pobres causarían problemas al desalojarlos, sino más bien, como prevención de que aquellos pobres no tuvieran problemas por parte de los vecinos de aquella calle. Sabía que en aquel barrio eso era poco probable, pero tenía que cubrir expediente ante sus superiores.

María, lloraba desconsolada mientras abrazaba su tripa como si con ese abrazo pudiera proteger a su hijo de todo lo malo. No había tenido suerte en su joven vida. Le tocó nacer en una familia desarraigada y desestructurada. No había conocido a su verdadero padre y los padrastros que habían ocupado su lugar le habían dado una vida que ella no deseaba para nadie. Aquel niño aún por nacer, era fruto de la violación de su último padre postizo una noche que llegó borracho a la casa y ella, al saberse embarazada escapó tratando de burlar una suerte que parecía no querer dejarla.

José, poco mayor que ella, trataba de consolarla. Él estaba en un país que no era el suyo y se sentía solo y tan desgraciado como aquella frágil muchacha. Había viajado hasta aquí en busca de un sueño dorado y había descubierto demasiado pronto que al final de aquel sueño no había oro, sino hojalata. Pese a su propia frustración y desesperanza, trataba de animar y confortar a aquella joven a la que casi no conocía pero a la que se sentía unido por la desgracia.

Caía la tarde a pasos agigantados cuando el sargento Ramírez instó a los últimos rezagados a abandonar el edificio y ordenó a sus hombres que precintaran la entrada. José cargó a su espalda las pocas pertenencias que tenían y ayudó a María a ponerse en marcha.

En el mismo instante en que que salieron a la calle gruesas gotas comenzaron a caer como si el cielo mismo llorara por su marcha. Pocos metros después, María sufrió una contracción tan fuerte que no pudo seguir caminando. La lluvia comenzó a caer con fuerza y el sargento Ramírez, comprendiendo lo delicado del caso, se acercó a los jóvenes mientras daba orden a sus hombres para que llamaran a una ambulancia.

De la casa de enfrente, un edificio algo más aparente que el resto, salieron tres mujeres ya mayores y hermanas que habían seguido los acontecimientos desde sus ventanas. María temblaba de frío y se encogía de dolor ante cada contracción mientras José no sabía que hacer y era un manojo de nervios debajo de sus ropas empapadas por la lluvia helada. El sargento trataba de imponer calma aunque en el barullo que se formó alrededor de ellos no se podía escuchar nada.

De repente se oyó a una de aquellas tres ancianas que a voz en grito pedía cordura a todos y ordenaba que entraran a la joven a la casa.

Varios agentes ayudaron a José y María a entrar en la casa de aquellas ancianas y la llevaron a una de las habitaciones donde aquellas buenas samaritanas se hicieron cargo de la situación mientras aguardaban la llegada de la ambulancia. Acomodaron a aquella niña en una cama de sábanas inmaculadas y trataron de calmarla con palabras cargadas de amor y esperanza. La ambulancia no llegaba y las contracciones de María se aceleraban vertiginosamente. El sudor perlaba la frente de la joven que llamaba a José desesperada. 

Cerca de la media noche, por fin llegó la ambulancia. El médico asistió el parto de María en aquella misma cama que tan amablemente le habían cedido Mercedes, Gloria y Begoña, aquellas angelicales hermanas. Nació un hermoso niño de piel muy blanca y enormes ojos que muy abiertos parecían mirarlo todo y a todos y puso una sonrisa en sus caras.

Cuando el médico le preguntó a María como quería llamar a su bebé, ésta miró a José y ambos dieron la respuesta que todos esperaban... Se llamaría Jesús, en honor de aquel otro niño que había nacido hacía tanto en circunstancias parecidas a la suya y como el milagro que era, al repetir la historia, traía a todos una nueva esperanza.

Y así fue, María, José y el niño Jesús, se quedaron a vivir en casa de aquellas tres hermanas. Las cuales, viudas y sin hijos, los acogieron de mil amores y les dieron la vida que  ellos jamás soñaron con alcanzar a vivir. Mercedes, Gloria y Begonia, fueron en esta historia los tres reyes magos... o mejor dicho... las tres reinas magas y el sargento Ramírez, junto a su señora, aceptaron ser los padrinos de bautizo y de boda en aquel belén improvisado que el fin de año les regalaba.


Carmen

(15 de diciembre del 2021)


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"Omnia mea mecum porto"

Soy todo lo que tengo




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