miércoles, 28 de marzo de 2012

CUANDO LA MUERTE QUISO SER MUJER


CUANDO LA MUERTE QUISO SER MUJER


Aquel día, la Muerte llegó temprano a su cita. Esta tenía lugar en un edificio moderno y bien iluminado, donde se respiraba lujo y glamour.

El "afortunado" candidato a engrosar sus filas, era un diseñador de modas que se encontraba en la cresta de la ola, ocupando un puesto privilegiado entre lo más "in" de la jet set y el papel couche de las revistas.

La Muerte se sentía incomoda entre tanta bella modelo que corría de un lado a otro con la delicadeza de las mariposas; como si flotaran entre las gasas y los tules, embriagadas por litros de perfumes carísimos.

Aunque a ella nadie la veía salvo que tuviese cita, claro está, las personas que pasaba con prisa a su lado, se estremecían como si un viento helado las hubiese tocado de repente.

Observaba cada detalle de lo que sucedía a su alrededor. El ir y venir de sastres y peluqueras, maquilladoras, modelos bellísimas cuyos nervios estaban a flor de piel mientras cuidaban de no caerse de los altísimos zapatos de fino tacón y plataforma... Los bellísimos vestidos... de calle, de coctel, de noche... Las gasas multicolores, los crepes satinados, los complementos dorados incrustados en carey.

Y entonces escuchó decir algo, una simple frase tonta y un tanto cursi, que cambio todo para ella en un instante: "¡Estas divina, divina de la muerte!

La Muerte, sorprendida, miraba a derecha e izquierda... hacia atrás, hacia delante... No veía por ningún lado la persona a la que iba dirigida esa frase que la comparaba con ella. Pero entonces aquel hombre que vestía unos estrafalarios pantalones de cuadros rojos y una chaqueta verde pistacho se acercó a ella y cogiéndola de la manga de su túnica de burdo algodón negro le dijo: "Oye nena... puede que seas la diva de las divas y que Pierrot te considere la mejor de las modelos, pero si quieres debutar esta noche, tendrás que darte prisa... ¡Vamos...Sígueme! y vete quitando esos harapos que te dan pinta de pordiosera y además, hortera".

La Muerte, sin salir de su asombro, se encogió de hombros y pensó que bueno... tampoco había tanta diferencia entre aquellas modelos ligeras de carne y ella, además... ¿Por qué no iba a poder darse el gusto de sentirse mujer por una sola vez? Total... aún no era la hora...

Aligeró el paso siguiendo al hombrecillo estrafalario entre vestidos colgados de sus perchas, modelos en ropa interior que protestaban por todo y  operarios que rezongaban por nada. Aquel ser le fue entregando lo que habría de ponerse. Primero la ropa interior de encaje  finísimo en negro. Tres minúsculos triangulitos unidos por finísimas tiras de raso, que ya averiguaría después donde se colocaba eso. Unas medias también negras de costosísima seda y un liguero a juego.

Con aquellas prendas en sus huesudas manos, cavilaba la Muerte la manera de colocarse todo aquello, cuando de nuevo el hombre volvió a hablarle y su voz esta vez sonó con un pomposo orgullo:  "¡Et voila! ...  Nuestro ensueño de noche de pasión. Qué suerte tienes nena, es la obra maestra del genio de la moda y solo tú tienes el privilegio de ser la primera en llevarlo... No quiero imaginar lo mucho que habrás tenido que hacer por él para conseguir ese privilegio". Apostillo el hombrecillo dándole un codazo.

Después de aquellas palabras, la llevo a un pequeño camerino para que se cambiara y la insto nuevamente a darse prisa mostrándole el reloj mientras le comentaba que en breves minutos pasarían a peinarla y maquillarla.

La pobre Muerte se apresuró a ponerse, no sin dificultad, aquellas prendas mientras se preguntaba como acabaría todo aquello y si le daría tiempo a llegar a su cita del día.

Llegaron las estilistas, la peinaron, maquillaron, perfumaron y elogiaron gratísimamente, maravilladas del resultado y como llegaron se fueron entre parloteos, cotilleos, dime y diretes.

Pronto le llego el turno de desfilar por la pasarela a nuestra nueva modelo. La pobre Muerte estaba nerviosísima pensando que no sería capaz de hacerlo. Que una cosa era verlo por la televisión y otra cosa hacerlo. Pero lo hizo, ¡vaya si lo hizo!. Y con un garbo y un salero que encandiló tanto a hombres como a mujeres.

Todo el mundo aplaudió a rabiar cuando ella terminó de exhibir su palmito y por tres veces tuvo que repetir el pase. La Muerte casi no podía creerlo, estaba agotada por el stress y la euforia del momento.

Cuando por fin tuvo un instante de calma, se sentó en un rincón, tratando de recobrar el resuello. Ser humano, conllevaba un gran esfuerzo.

El ya conocido hombrecillo de la chaqueta verde pistacho, volvió a acercársele y después de muchas enhorabuenas y parabienes varios, le dijo que el gran Pierrot, la esperaba y que no le hiciera perder el tiempo.

Suspirando, la Muerte de nuevo contactó con la realidad. Lentamente se puso en pie, se quito aquellos zapatos que la machacaban los viejos huesos de su columna y los huesecillos deformes de sus pies, se despojó del vestido "Ensueño de noche de pasión", se apresuró en quitarse aquella ropa interior que le irritaba y picaba... y se colocó nuevamente su túnica y  calzó sus viejas albarcas de caminar la senda de la vida.

Se miró por última vez en el espejo y volvió a suspirar con pesar. Sin duda, aquella cita iba a ser la más triste y penosa de toda su existencia.

Cuando entró en el despacho del modisto, este estaba de espaldas a la puerta y al sentirla entrar simplemente le comentó si darse aún la vuelta: "Cierra la puerta, encanto... Que esa corriente de aire, me está matando!".

A la mañana siguiente todos los titulares hablaban del acontecimiento del año: "Famoso modisto muere, tras presentar al publico su creación más reciente y a la modelo revelación que le hubiera encumbrado a lo más alto de la fama".

Carmen
(28 de marzo del 2012)
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1 comentario:

  1. Verdaderamente bueno, es excelente este relato, quisiera decirte muchas cosas, tu lo sabes.. pero te diré una entre tantas..Eres brillante..!! T.A.I Gracias por escribir asi..

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