Cuando mi hijo me lanzó al ciberespacio, andaba medio perdida y sin saber bien qué hacer con mi vida. Un día un amigo me animo a escribir. Me dio tres palabras: Tiempo, Tu y Leyenda... Me dijo que contara una leyenda que hablara del tiempo con mis sentimientos y así nació un proyecto que más tarde quedo en el olvido.
De aquel proyecto sólo guardo los tres primeros capítulos. Había más... pero esos quedaron en la vuelta de algún recodo en el laberinto del tiempo transcurrido.
De aquel proyecto sólo guardo los tres primeros capítulos. Había más... pero esos quedaron en la vuelta de algún recodo en el laberinto del tiempo transcurrido.
LA LEYENDA DEL TIEMPO
(17 de febrero del 2006)
(17 de febrero del 2006)
SUEÑOS
Invéntate un sueño, me pediste.
Un lugar inexistente donde
Perderte para siempre y ser feliz.
Invéntate un sueño, me dijiste,
Y yo puse a navegar mi barca,
Desplegué sus alas blancas
Y rumbo al horizonte leve su ancla.
Inventé un mundo de sueños
Echo expresamente para mí.
Y navegué en un mar sin olas
Hacia playas desconocidas…
Y otras gentes, otras vidas,
en el pasar de los días descubrí.
Pero mi alma seguía sola,
Sola y vacía sin ti.
CAPITULO I
“ Y en aquel lugar que sólo existía en la mente de un soñador; habitado sólo por seres que apenas eran sombras, comenzó la verdadera historia de la leyenda del tiempo...”
Al principio no había nada, sólo un anciano que miraba al vacío. Al verme sonrió y me tendió una caracola de cristal. “Sopla, -me dijo- y cada vez que soples harás nacer un mundo como tu alma. Pero recuerda que el tiempo no es infinito. Y que tiempo es todo lo que vas a tener pero, a la vez, tiempo es todo lo que te va a faltar.”
Tomé la caracola entre mis manos y la observé. Era hermosa, delicada como los pétalos de una rosa recién nacida. Reflejaba en su belleza los rayos del sol de aquel amanecer como si de un espejo se tratase.
Es tan frágil -le dije-, a lo que él me contestó: “Frágil sí, como tus sueños, como la vida. Cuídala como a ti misma y serás feliz. Aprende a vivir el tiempo en el presente de cada día. No mires el ayer, ni lo que está aún por venir. Vive cada minuto como si no necesitases nada más para ser feliz.
Sopla la caracola y tus días se llenarán de magia y colorido… pero recuerda lo que te dije en un principio: El tiempo no es infinito. Y tiempo será lo que habrás de tener, pero, tiempo es lo que te ha de faltar.
Ahora, parte hacia tu destino. Deja aquí tu barca de velas blancas y ve a forjar tu sueño… Pero no esperes demasiado de los sueños… son pompas de jabón que nuestra ilusión forja desde la esperanza de nuestro ser.
Ve, tu sueño comienza en esta playa de arenas calidas, sólo morirá cuando la caracola deje de sonar en tus oídos y la risa no llene tu alma.”
El anciano se alejó de mí perdiéndose en la bruma que se adivinaba tras las dunas de arenas blancas, y yo quedé allí, en la orilla, sola… sola ante todo, sola como había llegado, sola ante la nada.
Las olas iban y venían en el continuo vaivén de mecer sirenas y el mar cantaba su canción dulce y esperanzadora. Mi mirada volvió atrás, hacia el perdido horizonte y no vio nada… Sólo el mar y un cielo gris e infinito.
¿Qué hacer, dónde ir…? Estaba tan perdida… Las lágrimas inundaron mis ojos y me dejé caer de rodillas con la hermosa caracola que el anciano me había entregado en mis manos; agarrándola con fuerza, como si fuese la última esperanza que me quedase, la última tabla de salvación a la que aferrarme.
Miré a mí alrededor… nada, no había nada a lo que agarrarme. Sólo el mar, la arena y un cielo gris y triste como yo. Quise terminar allí. Quise poner fin a aquella tortura, a aquel sin vivir. Poco a poco fui despojándome de mis ropas. Amontonándolas a mi lado sin saber muy bien porque.
Ya desnuda, deje que el aire acariciara mi cuerpo, revolviera mi pelo y se llevara conmigo las últimas lágrimas que derramarían mis ojos.
El mar me susurraba dulces palabras de olvido. Si pudiera olvidar…Si pudiera volver a comenzar… Poco a poco fui adentrándome en la profundidad azul de aquellas aguas, mientras a mi cabeza vino la imagen de una niña pequeña, hermosa y grácil en su dulzura, que me sonreía mientras lamía una piruleta.
Qué ironías tiene la vida, yo a punto de dejarme ir y mi mente mostrándome lo que debió ser y no fue… En fin… era una hermosa despedida; alcé la caracola inconscientemente entre mis manos y llevándola a mi boca soplé. Brotó de repente una melodía como de batir alas en el aire. En algún campanario inimaginado sonó una campanada.
Es la primera -pensé-, y me hundí en las heladas aguas.
CAPITULO II
Abrí los ojos saliendo de la bruma húmeda y helada que me envolvía. Mi cuerpo me resulto extraño aún antes de recuperar de nuevo la total conciencia. Vagos retazos de recuerdos olvidados; sensaciones que ahora se me antojaban tan ajenas…
Sentía mi piel tensa, por el efecto de la sal y el sol. Sacudí mi cabeza para despejar los últimos jirones de aquel sueño polvoriento y me puse de pie. Entonces sucedió algo extraño. De repente todo cambio a mí alrededor. El día se hizo más brillante, ya no era gris y las gaviotas revoloteaban sobre mi cabeza emitiendo sus chirridos desafinados. Me sentía ligera, pequeña…..Miré mis manos y quede pasmada, eran unas manos diminutas, aunque no del todo extrañas a mi persona.
¿Qué estaba pasando?, ¿qué había cambiado en mí?. Un caos confuso se apoderó de mí unos segundos. Voces alegres de niños, risas, juegos, llenaron mis oídos. Volví un momento la cabeza hacia el mar, más allá del horizonte infinito y por unos segundos la tristeza nubló de llanto mis ojos…. Una voz alegre y clara llegó a mí y me arrancó de mi suplicio.
- Dulce, vamos…. ¿qué estás mirando? Corre o llegaremos los últimos.
Con el dorso de mi mano libre limpie las primeras lágrimas que brotaban ya. En la otra, aun aguantaba la hermosa caracola que me diera el anciano. La alce unos segundos y dejé que le sol la iluminara, realmente era muy hermosa. Mi compañero de juegos se impacientaba a pocos metros de mi, me hacia señales para que fuera. Metí la caracola en el bolsillo de mi peto vaquero y le sonreí con dulzura.
- Ya voy, Damián, no te impacientes. Nosotros siempre seremos los primeros.
Y tras estas palabras, le cogí de la mano y corrimos hacia las dunas de fina arena. La mujer que había llegado a aquella playa…. La mujer triste que quería morir en las aguas heladas, ya no estaba, había desaparecido con la bruma del amanecer.
¡Volvía a ser yo, la pequeña y alegre Dulce de mi niñez! ¡Ya no importaba nada!
Y allí estaba Damián, mi compañero del alma. El gran amor de mi niñez.
Por primera vez en mucho tiempo me sentí viva, era feliz. No recordaba la última vez que me había sentido así.
Con mis primeros pasos de la mano de Damián, la mujer que era, la que fui, quedó totalmente olvidada.
- Vamos, impaciente –dije mientras mi mano aferraba la suya.
- Vamos, sí…. Llegaron los feriantes. –me dijo mientras no dejaba de mirarme.
- ¿Qué miras así, a caso tengo monos en la cara?
- No, miraba lo guapa que eres. Lo hermosa que estas cuando ríes.
- ¡Vamos, no seas bobo! ¡Con la prisa que tenias y ahora te paras!
- ¡Vamos, si!
Partimos hacia el ruido que producía la alegría desordenada de todos los niños. Yo de la mano de él y el de la mía. Damián era moreno, de piel dorada por el sol de aquellas playas, con unos enormes y luminosos ojos verdes como faros. No tendría aún los quince años. Alto y delgado como un junco. Yo era pequeña y grácil, una muñequita de pelo negro y ensortijado, de labios rojos y ojos del color de una tarde clara. Tendría apenas unos diez años. Siempre recordaba haber estado con él. Siempre juntos, unidos como hermanos, más que hermanos. Desde que a papá, que era médico le destinaran a aquel pequeño pueblo con playa, Damián se había convertido en mi sombra y yo me sentía tan unida a él que no sabría qué hacer si no lo tuviera cerca.
De repente mis pies se trabaron y caí estrepitosamente al suelo. Las lágrimas brotaron de mis ojos al lastimarme un pie en la caída. Damián, al darse cuenta de mi retraso, volvió atrás en sus pasos y arrodillándose a mi lado me abrazo con infinita ternura.
- Mi niña, mi pequeña muñequita…. ¿Te has hecho daño? – decía mientras limpiaba mis lágrimas con el dorso de su mano-. Vamos, levanta iremos más despacio.
Al levantarme comprobamos que mi pie se había torcido y apoyar sobre él el peso de mi diminuto cuerpo era un suplicio. Entonces Damián me cogió en sus brazos y me llevo a casa.
La visita a los feriantes quedaba así postergada.
Aquella noche, sentados en el porche de mi casa, mientras contemplábamos absortos las estrellas…Damián me dijo por primera vez que me quería. Apenas era un niño con su recién estrenada adolescencia y yo apenas era una niña que aún jugaba con muñecas, pero el mundo pareció detenerse en aquel preciso instante, mi mano aferró la suya, nos miramos a los ojos y ambos supimos que siempre sería así, aunque nuestras vidas nos llevaran por caminos diferentes.
Damián se inclinó de repente y me dio un beso en la mejilla antes de salir corriendo y lanzarme un hasta mañana. En algún lugar, en algún campanario lejano, volvió a sonar un reloj….. Es la hora segunda pensé, mientras mi madre venía a buscarme para llevarme a la cama.
CAPITULO III
La mañana amaneció esplendorosa. Por la ventana de mi cuarto penetraban los rayos del sol y su cálida tibieza inundaba de alegría mi alma. Con la arrolladora fuerza de la niñez me levanté de la cama y me vestí y calcé en un santiamén. Cuando salí del cuarto mi madre frenó mi carrera acogiéndome entre sus brazos.
- ¿Dónde va mi niña tan corriendo? Dame al menos un beso y ven a desayunar.
- Buenos días, mamá… ¿Dónde está papá?... Prometió que hoy me llevaría a pescar al puerto.
- Hoy no podrá ser, Dulce… A papá le llamaron ayer noche de la capital y ha salido muy temprano. ¿Cómo está tu pie?
- Mira, ya no me duele nada –le dije mientras le enseñaba el pie lastimado
- Ya veo que está curado del todo, eres increíble hija, increíble…. Anda, ve a desayunar. Adela ha preparado esos bollitos que tanto te gustan.
Con el corazón lleno de alegría me dirigí a la cocina, donde encontré a Adela sirviéndome ya la leche en el tazón blanco con florecitas que tanto me gustaba. Corrí hacia ella y poniéndome en puntillas le estampé un beso en su rolliza mejilla. Adela era la madre de Damián y la persona a la que yo más quería después de mis padres, se había quedado viuda un año antes de que mis padres llegasen destinados a aquel pueblo y había entrado a nuestro servicio desde el primer momento. Ella había sido quien me había criado, pues cuando llegamos allí apenas contaba yo con unos meses de vida y mi madre andaba delicada de salud, con lo cual, Adela era como mi otra madre. Ella y Damián, vivían en la pequeña casita que había junto a la nuestra y eso había favorecido que Damián y yo fuésemos inseparables.
- ¿Dónde está Damián?
- Damián ha bajado a la plaza a buscar el correo, niña… Anda, desayuna antes de que se enfríe la leche. Mira, te hice tus bollitos favoritos.
- Adela, eres la mejor.- Le dije mientras estampaba un nuevo beso, sonoro y húmedo en su cara.
- Anda, zalamera….. desayuna. –Fue su respuesta entre risas.
Me senté a la mesa subida en la alta banqueta de mimbre y me dispuse a devorar aquellos pastelitos que tanto me gustaban. Me sentía bien, el día era precioso y pronto volvería mi querido amigo y juntos nos iríamos a correr mil y una aventuras.
Después de desayunar, pensé en esperar a Damián sentada en el atrio de la casa mientras miraba aquel libro de cuentos que papá me había traído hacia unos meses de su viaje a la capital. Damián me lo había leído muchas veces a su manera, mientras escenificaba lo que leíamos y a mí me encantaba mirar aquellas imágenes de princesas encantadas y príncipes maravillosos.
Estaba ensimismada mirando una imagen donde un príncipe, arrodillado, tomaba la mano de una hermosa princesa cuando por fin regreso Damián.
- Hola Dulce… ¿Qué haces?
- ¡Damián!.... mira…. Este príncipe se parece a ti…. Pero yo no soy esa princesa…. Yo no soy rubia, soy morena.
- ¡Boba!.... Yo no puedo ser ese príncipe, mi princesa tiene el pelo negro como la noche y se llama Dulce.
Y diciendo esto, Damián me dio un fuerte abrazo y un beso en la mejilla y sentí que si….que sería mi príncipe.
- Dulce…. Voy a pescar al puerto… ¿Quieres venir?
- ¡Claro!.... vamos.- dije cogiéndome de su mano.
- Anda, ve a coger tu sombrero, hoy hará calor.- me contestó mientras se reía.
Y entre risas y carreras nos dirigimos al puerto donde ya los otros niños se encontraban lanzando sus cañas al agua entre bromas, chistes y gritos.
Hacia el medio día, regresábamos a casa con nuestro preciado botín. La pesca se había dado bien y llevábamos en el pequeño cubo de color rojo una gran variedad de pececillos. Seguro que papá los haría en la tarde en la barbacoa que teníamos en la parte trasera de la casa y nos contaría una de sus aventuras de cuando salía a pescar a alta mar con sus amigos.
Mamá y Adela se encontraban en la cocina, atareadas con la comida y hablaban entre ellas en lo que me pareció un código secreto de aquellos que usaban los agentes secretos de las películas que ponían en el matinal de los sábados en el cine del pueblo.
Al parecer, Rosita… la hija de la panadera, había tenido algún tipo de problema con su novio y habían suspendido la boda que era justo el próximo domingo; con la ilusión que me hacia cantar en su boda. Lo que no lograba entender era cual había sido la causa del problema y cuando le pregunté a mamá que era lo que sucedía, esta me mando a asearme para comer. Así, se libro de mis preguntas.
Salí de la cocina y en el pasillo le pregunté a Damián que era lo que sucedía.
- Son cosas de mayores, niña. Parece que al novio de Rosita le cogieron con otra mujer y Rosita ya no quiere casarse.
- Tú nunca me harás eso verdad, Damián?
- Jamás, jamás te abandonaré.
Y zanjada aquella cuestión, nos dispusimos a prepararnos para comer. Papá no llego a la hora de la comida, por lo que comimos en la cocina, con Adela y Damián.
Después de la comida llegó a tediosa hora de la siesta. ¡Cómo odiaba aquella hora en la que mamá me mandaba a mi cuarto y me obligaba de permanecer en mi cama.! Yo no quería dormir… nunca tenia sueño. Me dedicaba entonces a hojear mis cuentos de múltiples colores y a dejar volar mi fantasía imaginándome mil y una aventuras que irremediablemente me conducían al sueño, del cual solía despertar varias horas después toda sudorosa.
Sin embargo, aquella tarde fue diferente. Rápidamente caí en un pesado sueño y varias horas después aún no había despertado. Mamá, extrañada de no escuchar mis protestas y mis impacientes preguntas sobre si ya era hora de levantarse, fue la primera en pensar que algo me sucedía.
........ Bueno, hasta aquí lo que tenía guardado. Ahora debería poner aquello de........
CONTINUARÁ...
... O tal vez no....
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