sábado, 30 de octubre de 2021

SOMBRAS (Relato para Halloween 2021)


El día declinaba tras los cristales de aquella fría y aséptica habitación de hospital. Angélica, postrada en la cama contemplaba como la lluvia repentina golpeaba con fuerza el ventanal. Casi sin parpadear, absorta en sus pensamientos, que día a día se iban volviendo más y más tristes y negros.

Apenas hacía dos días que había despertado del coma inducido al que los médicos la habían sometido tras el grave accidente en el que había fallecido su pequeño David y aún no podía ni siquiera pensar en no volver a verle ni poder volver a abrazarle nunca más. Se negaba a creerlo, sin duda debía de tratarse de una equivocación o una broma pesada o tal vez un mal sueño del cual despertaría de un momento a otro.

Cierra con fuerza los ojos y una gruesa lágrima escapa entre sus pestañas. No fue su culpa, lo sabe. No fue culpa de nadie en realidad, tan solo un fortuito pinchazo de neumático, una carretera mojada por la lluvia y aun así, no puede dejar de sentirse mal. Se siente tan extraña, tan ajena, que ya no sabe dónde está la línea que separa lo real de lo irreal.

La puerta se abre y entra la enfermera. Cambio de turno sin duda, piensa. La enfermera revisa la tablilla con las indicaciones del médico, deja las pastillas sobre la mesita indicándole cual es para el dolor y cual para dormir y tras desearle buenas noches, vuelve a salir del cuarto cerrando la puerta tras de si.

De nuevo la rodean el silencio y la oscuridad que parece crecer y cernirse sobre ella y vuelve a sumergirse en el duermevela plagado de fantasmas e imágenes terribles del fatídico accidente.

Pasan algunas horas de las que Angélica no es consciente cuando algo la despierta. Abre los ojos asustada, las sombras rodean la cama y fluctúan como si quisieran abrazarla. La tenue luz que luce sobre su cabeza, parece estar siendo engullida por aquella oscuridad. No se ve nada y sin embargo, ella cree percibir que algo se mueve a su lado.

Cierra los ojos y escucha. Cree percibir un llanto lejano, el llanto desconsolado de un niño pequeño.

- ¡Mami...! ¡Mami...!

Su pulso se acelera al punto de sentir su corazón latiéndole en la garganta, como si quisiera escapar de su pecho. Se sienta en la cama y vuelve a oír la lastimera y urgente llamada:

- ¡Mami... dónde estás... tengo miedo!

Su mente le grita ahora que lo que está pensando no puede ser, que su pequeño falleció en el accidente, pero su corazón le dice que no, que una madre jamás confundiría la voz de su hijo con la de ningún otro ser.

Con cuidado se baja de la cama y apoya sus pies descalzos sobre el frío suelo, aunque ella es incapaz de sentir ese frío ni de percibir que las sombras que rodean su cama, pareciera que ahora le abrieran un pasillo hasta la puerta de  su cuarto como si le indicaran el camino a seguir.

Abre la puerta y se asoma al pasillo en penumbra, tan solo iluminado por las apenas visibles luces de emergencia. No hay nadie. No se escucha nada. Hacia su izquierda, allá lejos, un punto de luz algo más luminoso, sin duda, el control de enfermería y hacia su derecha, un pasillo largo, que se pierde en una oscuridad negra a medida que avanza.

- ¡Mami... tengo miedo!

Nuevamente la voz angustiada de su hijo la apremia desde aquella negrura provocándole un escalofrío que le recorre la columna y la impulsa a avanzar hacia la negrura tratando de orientar sus pasos hacia el lugar del cual procede la voz.

Ni un ruido se escucha, no percibe movimiento alguno, tan solo alcanza a percibir puertas cerradas a uno y otro lado del pasillo. De repente, una luz oscila frente a ella a unos pocos metros por delante, como si alguien tratara de iluminar su ciego caminar con una linterna.

Avanza siguiendo aquel destello luminoso. Ve una puerta abierta a su izquierda que la conduce hasta las escaleras. El haz de luz desciende por ellas y Angélica se lanza tras ella ahora en una especie de carrera febril, frenética.

Por fin, las escaleras terminan y llega a un espacio abierto donde ve una sola puerta mucho más ancha que las de las habitaciones. No ve el cartel sobre la misma donde puede leerse: "Morgue".

Sin pensar en nada abre y se adentra en una sala diáfana y mejor iluminada.

Sus ojos observan todo de manera frenética, las vitrinas de cristal con instrumental médico y frascos llenos de un líquido transparente donde flotan diferentes órganos humanos. Puertecillas de brillante acero se abren en la pared frente a ella a modo de nichos... La mesa de mármol blanco situada en el centro de la estancia y sobre esta, un pequeño cuerpo cubierto con una sábana.

A Angélica le tiemblan las piernas y se le nubla la vista, se siente morir y piensa que va a desmayarse cuando siente que las sombras se ciernen sobre ella sosteniéndola y acercándola a aquel pequeño cuerpo que presiente que conoce muy bien.

Como si fuera una marioneta, ve como su mano se alza, retira aquella sábana y siente a su vez como dentro de su pecho su corazón estalla como si fuera un globo, en mil pedazos, mientras contempla el cuerpo inerte de su pequeño David que la mira desde sus ojos sin vida y la sonríe con una mueca torcida en su boca.

Ahora Angélica ya no siente dolor. Contempla la escena ajena a todo. Ve su cuerpo tirado en el suelo de la fría sala junto a la mesa de autopsias donde descansa el cuerpecito sin vida de su hijo.

Son solo dos cuerpos.

David está abrazado a su cintura mientras ella le rodea los hombros con su brazo.

A su alrededor, las sombras van tomando forma, la forma de las personas que antes que ellos pasaron por aquel depósito de cadáveres y allí se quedaron para siempre.



 Carmen

(30 de octubre del 2021)


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