VIAJE A NINGUNA PARTE DESDE LO ABSURDO DE UN SUEÑO
Una vez, ya hace mucho… mucho… demasiado tiempo, tuve un
sueño. Soñé con tierras lejanas más allá de espacio y del tiempo. Más allá
incluso de ese espacio donde nacen y mueren todos los sueños.
A veces, aún me siento en mi sillón favorito y pienso en ese
sueño. Trato de recordar los pequeños detalles tantas veces vueltos a la vida,
pero cada vez esos detalles se van difuminando y perdiendo como si fuera una
acuarela emborronada por una gota de lluvia, una lágrima o un suspiro húmedo del
viento en el invierno.
Me gusta acurrucarme en mi sillón arrebujada en mi mantita
cachemir de tonos violetas en las tardes lluviosas del invierno, mientras una
taza de té calienta mis manos frías y la dulce melodía de un violín solitario
pone voz a mi eterna melancolía. Es entonces cuando vuelven a asaltarme los
recuerdos siempre vivaces de aquel lejano sueño y de repente ya no estoy en el
salón de mi casa ni me encierran cuatro paredes.
Envuelta en la magia del sueño en sí, me transporto al andén frío y solitario de una antigua estación de tren, perdida en vete tú a saber
que lejano país. Cae la tarde y el sol comienza a ocultarse en el lejano
horizonte. Las primeras sombras nocturnas comienzan a asomar allí donde el
último vagón del tren parado en la estación, aguarda perezoso que alguien le
saque de su monotonía y le ponga en movimiento. Un gato negro salta desde la
única ventana que hay en el viejo y ruinoso edificio que da cabida a la
estación y se estira perezosamente ante mí mientras me mira con unos ojos
llenos de indiferencia.
Los minutos pasan imperturbables. Marcan parsimoniosamente
el tic-tac del reloj grande que cuelga del poste junto a la máquina del tren y
aguardan la hora exacta del inicio de un nuevo viaje. Porque el tiempo viaja en
tren, os lo digo yo.
Al tiempo, como a mí misma, le gusta viajar en tren… Nada es
comparable a ver pasar ante los ojos el paisaje desde la ventanilla de un vagón
de tren.
Pero volvamos al sueño.
Los minutos pasan, el sol esboza un adiós glamuroso lanzando
al infinitos unos últimos rayos crepusculares como si fueran fuegos
artificiales, una neblina densa hace acto de presencia a mi espalda como si
brotara del mismo suelo y va enredándose a mis tobillos, subiendo por mis
piernas en espirales ajustadas como
queriendo trepar hacia sólo Dios y seguramente el lector, imagina o sabe…
La tensión se palpa, se respira, se podría decir que se
mastica… La hora final llega… La salida… “Cinco minutos para la salida”… Vocea
alguien desde un desgastado megáfono. Sale el jefe de estación con su gorro
bien calado, su banderín bajo el brazo y su silbato en la mano. Se coloca en su
puesto, bajo el reloj que se me antoja enorme
de la estación. Saca del bolsillo su propia saboneta de brillante metal dorado,
la abre, la mira, comprueba la puntual coincidencia de ambos relojes, el
oficial y el suyo. Lleva el silbato a su boca y levanta el banderín… Aún un
minuto para la salida y descontando…
Y de repente llega lo irreal, lo absurdo que hace que todo
lo que soñamos sea solo eso… algo que soñamos, creemos vivir, imaginamos… Me
miro y ya no soy yo, soy sólo una vieja maleta que alguien parece haber
olvidado en aquel anden.
El silbato suena una vez corta y alguien grita: “Viajeros al
trennnn”… Alargando la “n” final por si alguien no escucho bien… Un último movimiento
de las manecillas del reloj, el jefe de estación que baja el banderín rojo
bruscamente mientras el pitido del silbato hiere estridente y fuerte la
incipiente noche y el tren se pone en marcha rumbo a lo desconocido mientras yo
me quedo allí, clavada en aquel andén, esperando que alguien pase a recogerme sin
mucha esperanza.
Carmen
Copyright©
Precioso relato, sabes entramar las historias de una forma perfecta,sin quererlo uno se ve integrado dentro de sus escenas, sobre todo aquellos que vivimos la magia que el tren nos regalaba sobre nuestros paisajes, dejando su estela de humo teñido de increíbles recuerdos. Cada estación, cargada de pinceladas rojas en sus ladrillos que guardaban infinitas historias, grabaron en nuestras ilusionadas mentes de niños ávidos de aventuras, esa belleza sin igual. La estación, punto de encuentro de historias y de vidas, trasiego de sueños que perduran, de risas y de llantos, de abrazos y despedidas. Y tu.. enmarcas ese cuadro Karmen, de una forma exquisita.! Creo saber quien recogerá en ese perdido andén a la dama que espera renovando su perdida esperanza. Gracias por tanta belleza. T.A.I - DdSirio
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