EL PIANISTA
Recuerdo los atardeceres de verano de mi cada vez más lejana infancia, cuando mientras mis amigas jugaban en la calle, yo prefería sentarme en las escaleras del portal de mi casa para escuchar los acordes que uno de mis vecinos arrancaba de su piano.
La música que manaba de aquella ventana entreabierta del piso bajo de mi edificio, hacía que mi fértil mente de niña vagara a lugares remotos y desconocidos escenarios donde podía ser tantas cosas como mi mente fuera capaz de crear y recrear para mí.
Los últimos rayos de sol del día también se dejaban caer sobre aquella ventana como queriendo beber de la música y un hermoso gato de angora ronroneaba complacido y sereno en el alfeizar. Don Ginés, era un hombre maduro de porte distinguido y regio. Había sido médico cuando la guerra civil, pero por entonces ya no podía ejercer porque tuvo el valor de atender a un herido republicano y tras ser denunciado por algún vecino envidioso y ocioso a los nacionales, le fue retirada la licencia.
Era un buen hombre que jamás hizo daño a nadie y solo se dejó guiar por su corazón y su juramento hipocrático, pero claro... eso de nada le sirvió ante la arrogancia de unos gobernantes que se llamaban a sí mismos: "Salvadores de la Patria" y que tanto dolor y sufrimiento causaron. Pero eso ya es algo viejo y polvoriento que todos o casi todos hemos ido olvidando... Episodios Nacionales de una España que vivió dormida bajo el yugo del miedo.
Pero volvamos a lo que quería contar. Don Gines, fue la primera persona que me enseñó a amar la música. Mi afición por la música clásica nació con él en aquellos atardeceres de conciertos para una sola espectadora que sin saberlo me ofrecía. A veces, dejaba de tocar el piano y ponía algún vinilo en el tocadiscos. Generalmente sardanas, a las cuales él y su mujer eran muy aficionados. Doña Pepita, su mujer, era una señora muy distinguida de origen catalán y todos los sábados a eso del mediodía, podía verse a ambos en el Parque del Buen Retiro bailando sardanas junto a otros catalanes residentes en Madrid.
Con los años, mi afición por la música fue creciendo y, tras ser descubierta un día por uno de los hijos de D. Ginés, que tenía dos y ambos eran médicos como lo fue su padre, pasé de ser una oyente anónima y medio oculta por los rosales del jardín a ser una espectadora de lujo en el salón de su casa.
Desde aquel día y hasta que mi adolescencia me llenó con otras inquietudes más mundanas y sociales, cada tarde bajaba a casa de mis vecinos y sentada en un rinconcito me deleitaba con la música que mi vecino arrancaba a aquellas desgastadas teclas. Y descubrí el placer de la música, aprendiendo a escucharla desde el corazón, tratando de entender lo que contaba sin palabras. Más tarde descubrí el violín, que se ha convertido a día de hoy en mi instrumento favorito porque siempre he pensado que su voz rasgada entre dulce y triste es la que más se asemeja a mi propia alma.
Piano y violín... y la música como lenguaje de Dios.
Y siempre... siempre que escucho las notas de una melodía al piano o el violín, recuerdo aquellas tardes y a aquel hombre que sin saberlo, me enseñó a amar la música e hizo que con ello, aprendiera a expresarme con el alma.
Carmen
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