Autor de la imagen: Justin M. Maller.
Art Director and Illustrator.
Ya debería estar acostumbrada a que le rompieran el corazón.
No era ni la primera ni la segunda vez que la hacían sufrir de aquella manera y no encontraba respuesta a las miles de preguntas que se arremolinaban en sus pensamientos. No podía entender cómo había sido tan tonta como para dejarse engañar de nuevo por un falso amor aunque en su defensa, se repetía que este amor no era como los demás.
Tampoco su cardiólogo se podía explicar aquella nueva recaída de su paciente y lo que era peor, no podía comprender los motivos que la habían empujado a ser nuevamente ingresada. Sabía que ella tenía un corazón delicado, pero también sabía que era una mujer luchadora que le ponía ganas a todo lo que hacía, una superviviente. Sin embargo, cuando acudió aquel día a su consulta se enfrentó a una mujer distinta, apática, triste, de ojos llorosos y voz temblorosa. Cuando le preguntó que le sucedía, su respuesta le dejó más perplejo aún: "Me han roto el corazón".
Ya otras veces se había dejado engañar por gente sin escrúpulos que le habían dicho que la querían y le demostraron que el amor que le juraban jamás existió, pero esa última vez fue la peor de las mentiras la que le fingieron. Él sabía por todo lo que ella había pasado en su vida y aun así, jugó vilmente con sus sentimientos.
Durante años se dejó arrastrar por su juego. Su luz se fue marchitando durante aquellos años en los que él aparecía y desaparecía de su vida escondiéndose en sus silencios, en sus mentiras, sus reclamos y por qué no decirlo, sus miedos.
A cada puñalada escondida tras las traiciones de él, ella moría un poco más. Su luz se iba volviendo oscuridad, su corazón dejaba de latir, la misma vida se le escapaba, como agua, entre los dedos de sus manos. Su cuerpo se debilitaba a cada golpe certero que sus palabras le daban, como un látigo de fuego que no dejaba en su piel marcas. Su alma iba desapareciendo poco a poco después de cada una de las acusaciones que él le hacía y que iban siempre cargadas de veneno. Ahora, todo le daba ya igual y su salud se resintió hasta llevarla a aquella habitación de hospital.
La tarde languidece y las sombras se alargan como si fueran dedos queriendo arañar los cristales de aquel cuarto aséptico donde se encuentra tumbada en la cama. Ha tenido mucho tiempo para pensar, para comprender y darse cuenta de que no puede ni debe rendirse. Esta vez ni siquiera se prometerá a si misma que no dejara que nadie mas vuelva a dañarla, que la utilice como saco de boxeo para descargar sus frustraciones, sus rencores, sus miedos. La vida, su vida, continúa como el agua de un río que va buscando el mar y ella sabe que será como deba ser y sucederá lo que deba suceder. Que bastará con que deje la puerta de su corazón entreabierta para que tarde o temprano entre en el de nuevo el amor. Que un día encontrará quien la cobije en su pecho y componga, pedazo a pedazo, su pobre corazón, recosiendo los jirones de su alma ... Y ese que sepa besar su cuerpo infundiendole nuevamente calor.
Sonríe mientras sus ojos se van cerrando y deja entrar sueños nuevos que la llenan de ilusión.
Carmen
(12 de noviembre del 2021)
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