Hoy temprano, abordé las desnudas calles. Cambié mi sesión de yoga y meditación por una huida de mí misma y de mis pensamientos. Finas gotas de lluvia golpearon con sorpresa mi rostro. No me importó, aún así, caminé bajo los árboles que iban cubriendo a mi paso las aceras con su alfombra de hojas marchitas.
La lluvia se volvió mansa, queda, mientras resbalaba por mi rostro borrando el rastro de mis lágrimas. Lo dulce y lo salado... Lo limpio del agua, lavando los negros pensamientos que iba liberando mi alma del dolor.
Un perro se cruzó en mi camino. Un perro tan abandonado y solo como me sentía yo. Me miró a los ojos y detuvo su paso, impidiendo el mío. Por un instante vi mi miedo reflejado en el canela de sus ojos vivos; me ladró y siguió su camino.
Allí, parada en mitad de no sabía dónde; una calle cualquiera, bajo un amanecer lloroso... Allí me detuve, entre asombrada de mí misma y perpleja por lo que leí en aquellos ojos no humanos. En realidad... ¿Quién era?... Reanudé de nuevo mi paso mientras la lluvia cansada detenía su goteo sobre mí, sobre el mundo, mi mundo, y un viento suave como una caricia alborotaba mi cabello mojado.
Ahora mis pensamientos eran un repiquetear de martillo... ¿Quién soy...? ¿Quién soy...? ¿Quién soy...?
Una pregunta simple que se acompasó al ritmo de mis pasos, torturando mi cerebro cansado que esperaba, ansiaba, necesitaba una respuesta con urgente necesidad. Era como caminar por un túnel estrecho, el de mis pensamientos, sin más luz que la tenue claridad del gris amanecer divisándose a lo lejos. ¿Quién era...?
Mis pies se deslizaban solos en un caminar forzado y pesado, en una sucesión de pasos hacia delante, en un no mirar más que al frente, esquivando a las personas que se cruzaban conmigo camino de sus trabajos, con su prisa y sus frustraciones, y que me miraban perplejas, desviando, como queriendo evitar el contacto con mis ojos, sus miradas apáticas. Y la pregunta seguía martilleándome el cerebro sin descanso... ¿Quién soy...? ¿Quién soy...? ¿Quién soy...?.
De repente mis pasos cesaron, la pregunta cesó, mi cuerpo aflojó la tensión que, sin darme cuenta, se había ido apoderando de mí y, levantando los ojos al cielo, no pude evitar reír. Me hallaba nuevamente en la puerta de mi casa. Sin darme cuenta, había regresado a mis orígenes, a mi hogar, a mi identidad. Y ya sabía la respuesta a mi pregunta. Era la niña que se había perdido en su propia pesadilla hacía tantos años, la que deseaba más que nada dejar de ser, dejar de estar, dejar de sufrir. La que eligió un camino quizás equivocado, pero al fin y al cabo, era su propio camino. La que con los años aprendió que la vida no te regala la felicidad, que la felicidad has de buscarla a cada instante, en las cosas pequeñas, en lo cotidiano, lo cercano, lo real.
La princesa dormida en un castillo encantado dentro de un cuento que jamás existió. La princesa dormida a la que no despertó un beso enamorado, sino el hecho de descubrirse real, viva y llena de un dolor viejo que ya le pesaba demasiado en la espalda.
Y en ese instante, descargué mi alforja de sueños rotos, aligeré el peso de mi mochila de sueños por cumplir y decidí enfrentar mi vida simplemente por el placer de dar, de existir. Y esta vez, con paso firme y decidido, entre de nuevo en mi casa dando un portazo a la irrealidad tras de mí.
Fuera, unos rayos tímidos de sol se hicieron paso entre el velo de nubes, mientras yo rompía el silencio de mi vida con un alegre... ¡Ya estoy aquí!
Carmen
Copyright©
"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo