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Cae la noche, las sombras se alargan atrapando todo bajo sus redes. Los vivos se esconden refugiando sus miedos junto al fuego de sus hogares y las criaturas de la noche comienzan por fin a desperezarse, a sacudirse las telarañas de sus desfasados y polvorientos trajes...
Aquel fue el comienzo de la película que habían elegido los amigos para amenizar la noche de difuntos.
Pidieron unas pizzas, las acompañaron con unos refrescos y remataron la cena con un terrorífico cóctel y lo de terrorífico no sólo era por su color rojo y por la noche de difuntos ni tan siquiera por la película que todos simulaban mirar pero que en realidad ninguno veía, lo de terrorífico era por el horrible sabor que tenía y el regusto amargo que dejaba en la garganta.
De vez en cuando sonaba el timbre de la puerta y alguno de ellos hacía los honores al consabido "truco o trato" de los niños que luciendo sus variopintos disfraces disfrutaban de la fiesta de Halloween.
Poco a poco las visitas de los pequeños monstruos fue menguando y con ellas los amigos reunidos en aquella fiesta fueron así mismo marchándose a sus casas o quizás a otras reuniones más amenas o duraderas y Sara se quedó sola, sentada frente a la pantalla del televisor donde podía verse una figura vestida de la Santa muerte, guadaña incluida, luciendo una gran sonrisa en su boca descarnada.
Cansada y un poco hastiada apagó el televisor y mientras recorría la planta baja de la casa asegurándose de que puertas y ventanas estuvieran bien cerradas, sintió como un escalofrío le recorría la espalda y decidió subir las escaleras hacia su cuarto de dos en dos, como queriendo dejar atrás su miedo o el presagio de que algo iba mal que no la había abandonado en todo el día.
Ya en su cuarto se sintió más tranquila y mientras suspiraba, una sonrisa se dibujó en su cara. Mira que era tonta, infantil, como diría su madre. Seguramente se había sugestionado por el ambiente que se vivía en el pueblo desde hacía días. Tantos disfraces, fantasmas, esqueletos, catrinas, zombies, calabazas y luego los amigos y sus bromas y aquella absurda película que habían visto donde no había otra cosa más que gritos y sangre... Sugestión, sin duda a eso se debían sus nervios.
Más tranquila, se puso su pijama y fue al baño a cumplir con el ritual de caba noche. Y fue allí, frente al espejo mientras cepillaba sus dientes, cuando lo escuchó por primera vez... "Abre los ojos...". Fue como un suspiro, un susurro, un soplo de aire que le hubiese rozado el oído... Su mano detuvo el cepillado de sus dientes y escuchó durante unos segundos que le parecieron interminables, pero no oyó nada y encogiéndose de hombros, terminó lo que hacía y regresó a su cuarto nuevamente.
Se metió en la cama y rápidamente se quedó dormida. No supo cuánto tiempo había transcurrido cuando de nuevo pudo escuchar claramente aquellas tres palabras:
"Abre los ojos..."
Se sentó de un brinco en la cama con las manos en el pecho como queriendo detener el loco latir de su desbocado corazón. Silencio, un denso silencio envolvía el cuarto, la casa entera era puro silencio.
Una pesadilla sin duda, eso debía ser, había tenido una pesadilla. El sudor cubría su piel y un regusto amargo trepaba por su garganta desde el inquieto estómago que se sacudía en espasmos de profundo asco, como si en la inconsciencia de su sueño se hubiese expuesto a algo tan atroz, tan horrible, que la hubiese alterado todo el cuerpo.
Su mano temblorosa encendió la pequeña lamparita de su mesita de noche y un suspiro aliviado brotó de su boca en el mismo instante que la luz iluminó el cuarto. El despertador digital situado junto a la lamparita marcaba las cuatro en punto de la madrugada. Sintió frio y volvió a meterse bajo las mantas. Apagó la luz de la mesilla y aunque luchó por no dormirse nuevamente, el sueño volvió a vencerla mientras a lo lejos, muy, muy lejos, alguien o algo volvió a pronunciar aquellas tres palabras: "Abre los ojos..."
El tiempo transcurrió lento entre sueños agitados que parecían sumirla en un letargo del cual no podía despertar aunque lo intentaba. Las sombras de la noche fueron clareando, la negrura fue diluyéndose en grises y justo cuando un rayito de sol alcanzó a colarse por la ventana, se volvieron a escuchar aquellas tres palabras.
Pero esta vez ya no fueron un susurro ni algo lejano, esta vez fue una orden dada de manera imperiosa.
"!Abre los ojos...!"
Y ella abrió los ojos y lo que vio ante ella le heló la sangre.
Sobre su cara, un rostro extraño, quizás una máscara macabra. Sobre su cuerpo, un cuerpo grande, pesado, vestido con algo negro semejante a una tunica o capa. En la mano derecha de aquel ser, un largo cuchillo con el que la amenazaba.
"¡Mirame!"
Y ella miró y lo último que vió fue aquel cuchillo mientras le rajaba la garganta y el estallido rojo de su propia sangre que como un abanico le fue cubriendo la cara.
Carmen
(2 de noviembre del 2020)
"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo
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