sábado, 14 de abril de 2018

AKELARRE


AKELARRE

Estaba agotada; mi día había sido infernal. Los problemas se habían ido acumulando a lo largo de las horas. La reunión con los jefes de sección había sido un desastre, no había podido terminar a tiempo el trabajo aunque me había quedado hasta muy tarde en la oficina. Para colmo, al salir diluviaba y para variar no encontré ningún taxis. Me había calado hasta los huesos, pero al fin estaba en casa. Me sentí aliviada al introducir la llave en la cerradura...¡Al fin algo de paz!...

      Cuando la llave giró y la puerta se liberó de sus anclajes, una corriente fría estremeció mi cuerpo mojado. Sin duda había dejado una ventana abierta. Lamentándome por mi descuido entre en casa, cerré la puerta comencé a recorrer el pequeño apartamento mientras iba desprendiéndome de mis ropas mojadas.
   
      Todo estaba cerrado, pero hacia frío. Quizás la caldera se hubiera estropeado o las ventanas no ajustaran bien, le pediría a Roger que las mirara...¡Dios mío, Roger! Hacia casi una hora que tenía que haber acudido a mi cita con él. Debía darme prisa. Me dirigí al baño dispuesta a darme una reconfortante ducha caliente y al entrar un fuerte relámpago me cegó por un momento. ¡Qué fastidio, maldita noche!

      El frío persistía; ya desnuda, abrí el grifo y dejé que el agua resbalara por mi cuerpo. De repente sonó el teléfono y mi mente que había conseguido relajarse, hizo que mi cerebro saltase. ¡Siempre era lo mismo, justo cuando acababa de enjabonarme....! Como pude salí de la ducha, me envolví en la toalla y corrí al teléfono pensando que sería Roger preocupado por mi tardanza. Una vez más me extrañó sentir el aire gélido que rodeaba mi cuerpo, Maldiciendo, descolgué el aparato, pero sólo una siniestra y estremecedora risa respondió al otro lado.

      Maldiciendo de nuevo al gracioso de turno, me disponía a regresar de nuevo al baño cuando algo llamó mi atención. ¿De dónde había salido aquella caja negra que se encontraba sobre mi cama? Un escalofrío recorrió mi espalda y despacio me acerqué a mirar. Solté la toalla y levante la tapa de la caja.

      Dentro una nota sobre algo de terciopelo negro. Tomé la nota y la leí: " Date prisa....el tiempo se agota...te estamos esperando". Dejé la nota sobre la cama y tome lo que había en la caja. Era una hermosa capa de terciopelo negro y un bello vestido de seda del mismo color....Una sonrisa afloró a mis labios....Sin duda, Roger, lo había dejado allí para mí. Deje el vestido y la capa y me dispuse a volver al baño....El frio seguía aumentando. Nubes de vapor se formaban con mi respiración. Decidí, no volver a pensar en ello.

      Cuando de nuevo entré en la ducha, la luz dejó de lucir. Otro contratiempo. ¡Vaya día! Algo pareció moverse al otro lado de la mampara translucida, pude ver un ligero movimiento cuando un nuevo relámpago iluminó el baño. Me estremecí, pero esta vez no fue de frío, si no de miedo. Como pude, terminé de ducharme y salí del baño envuelta en el albornoz mientras me secaba el pelo con una toalla y me lamentaba por la falta de luz. A tientas alise mi cabello...¡Vaya desastre de día! Tendría que acudir a mi cita con el cabello mojado. Salí al cuarto que ahora parecía algo más cálido y un nuevo relámpago me iluminó. Junto al ventanal, pude percibir una silueta, alta y delgada....Una silueta que se cubría con una capa como la que había sobre mi cama.

      Por un momento mi mente se extrañó que no diera importancia al hecho de ver una silueta junto a mi ventana, pero algo me susurro al oído que todo estaba bien. Cogí aquel vestido de seda negra y lo puse sobre mi piel aún húmeda...Recorrí por un instante la perfección de mis formas, coloqué sobre mis hombros la capa de terciopelo, me calcé mis zapatos de fino tacón de aguja y salí del apartamento.

      Fuera me esperaba un coche negro. La lluvia seguía cayendo y la calle a obscuras se iluminaba de tanto en tanto con la cegadora luz de los relámpagos. Cubrí mi cabeza con la capucha de la capa mientras sonreía por el acto reflejo de cubrir mi cabeza aún mojada y avancé hacia el coche. El chofer bajo y abrió la puerta trasera para que yo entrara. Dentro se encontraba la sombra encapuchada que viera en mi casa que sin inmutarse, sin un sólo movimiento me dijo con una voz profunda que llegaba tarde y en ese momento el coche arrancó levantando a su paso un reguero de agua en la calle mojada.

      El trayecto, siempre a gran velocidad, se me hizo casi eterno. Una gran agitación recorría mi cuerpo, era como si mi alma quisiera salir volando y mi corazón latiera a trompicones en mi pecho. Mi oscuro acompañante seguía bajo un imperturbable silencio y el coche más que rodar parecía volar sobre el pavimento. De repente un brusco frenazo me sacó de mi ensimismamiento. Paramos delante de una enorme verja negra, había dejado de llover y parecía haberse despejado el cielo. Se podía adivinar alguna estrella que brillaba tristemente en el cielo y una enorme luna llena apareció entre los árboles que bordeaban el camino.

      Al fin se abrió la verja y un poco más allá distinguí una enorme mansión. El coche se detuvo ante la entrada principal y el chofer volvió a bajar para ayudarme a salir al exterior. Con un breve movimiento de cabeza, mi acompañante me indicó que le siguiera dentro. Por fuera era una lúgubre mansión victoriana de grandes proporciones, pero al abrirse la puerta la iluminada estancia que apareció ante mi vista me tranquilizó y traspuse la puerta tras mi acompañante. Una mujer austera nos recibió. Vestía toda de negro y lo único que dijo fue:
      
      - Ya está todo preparado, maestro. Tan sólo faltaba la actuante.

      Aquella mujer extraña me tendió una copa que yo cogí y llevé a mis labios. Contenía un liquido espeso y amargo. Inconscientemente lo apuré de un trago mientras sentía en mí las miradas inquisitivas de aquellos dos extraños. Fue como tragar fuego, como tener ascuas en mis entrañas y de repente todo me pareció natural y conocido. Flanqueada a ambos lados por aquellos dos extraños, fui conducida y obligada a entrar por una de las puertas laterales de la gran estancia y comenzamos el descenso por unas escaleras angostas de piedra desgastada. Se percibían voces en una salmodia triste y repetida, la obscuridad de aquella bajada dio paso de nuevo a la profusa luz de las velas que iluminaban otra enorme sala.

      Grandes tapices de terciopelo negro colgaban de las paredes; había bordadas en ellos inscripciones extrañas en rojo y oro, como si fuesen sangre y fuego. Una gran cruz invertida colgaba del alto techo en el centro de la estancia. Al entrar, la congregación de gentes que allí había, todos con idénticas capas iguales a la mía, se volvieron hacia nosotros elevando el tono de su delirante plegaria. A una señal de mi acompañante, cesaron los cánticos y la horda de encapuchados se hizo a un lado formando un pasillo para que entrásemos.

      - Vamos. -escuché la potente y dura voz de mi acompañante- Es tarde, el momento se acerca y Nuestro Señor nos llama....Es la hora.  

      En el centro de la sala, bajo la oscilante cruz invertida se encontraba una especie de altar de piedra rodeado de enormes cirios encendidos y sobre éste la figura de un ser humano tumbado, cubierto su cuerpo con una especie de habito blanco inmaculado. Era un hombre de pelo negro y tez muy blanca. Al acercarme, me di cuenta que yo le conocía...Era Roger. ¿Pero qué hacía él allí? ¿Qué pasaba? La mujer me quitó la capa y me volvió a tender la copa mientras mi acompañante comenzaba una serie de movimientos extraños y los allí congregados comenzaban un nuevo canto cada vez más enérgico y exaltado.

      Una extraña neblina comenzó a aflorar desde las profundidades de la nada y a lo lejos...muy, muy lejos, me pareció que sonaba una campana. Yo flotaba, me dejaba ir por los cantos....por la luz tenue de los cirios. No quería pensar en nada. Un temblor sacudió de repente el suelo bajo nuestros pies y mi acompañante enmudeció de repente y puso en mis manos una hermosa daga negra con incrustaciones de rubí y esmeralda.

      -¡ Ahora!-me gritó- ¡Hazlo, ahora es el momento, no demores su llegada!

      Levante sobre mi cabeza aquella daga, que a pesar de su tamaño, se me hacia enormemente pesada y me dispuse a asestar el golpe mortal en el pecho del hombre que amaba. Una extraña rabia y una loca alegría me inundaban.

      A tan sólo unos centímetros de cumplir y cerrar el círculo del sacrificio, mi amado Roger abrió sus ojos color agua y me miró con aquella mirada suya enamorada.

      De repente volví a ser otra vez yo. Volví en mi y me di cuenta de lo que pasaba.....Iba a ser iniciada....Iba a ser entregada al Maligno a cambio de mi inmortalidad. Pero descubrí que si el precio era el sacrificio de Roger....no merecía la pena. Flaquee y detuve mi gesto... El maestro volvió a gritar:
    
      - ¡Hazlo ya!

      Volví a levantar la daga y con lágrimas en los ojos y un te quiero en mis labios, asesté la mortal puñalada.

      Tan sólo alcancé a escuchar los gritos de los allí reunidos y un suave "gracias", mientras mi propia sangre empapaba las losas del suelo. Los ojos se me nublaron y ya todo fue obscuridad y una inmensa nada.



Carmen

(14 de abril del 2018)



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"Omnia mea mecum porto"
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