"Hombre fumando en la cama mientras mira fotos de pin-ups en la pared"
Fotografia de Robert Doisneau
SU ÚLTIMO PLACER.
A su edad, vicios, lo que se dice vicios, ya le habían ido quedando pocos, muy pocos en realidad.
A penas alcanzaríamos a anotar en la lista las mañanas al sol, la lectura del periódico sentado en un banco del parque, el vermut del aperitivo... La partida de domino con los amigos a las cinco en el viejo cafetín de la esquina... Todos vicios veniales, fruslerías con las que matar el tiempo y nada más.
Claro, que si les preguntáramos a sus ex mujeres por los vicios de aquel hombre, nos mirarían de arriba abajo y de abajo arriba y con mirada iracunda y voz irónica nos responderían que vicios... lo que se dice vicios... Él los tenía todos y alguno más que ahora no recordaban. Que el que tuvo retuvo, como rezaba el refrán.
Pero el pobre Damián ya no era ni la sombra del Damián de antes. Aquel buen mozo que iba atesorando mujeres y haciendo hijos como quien hacia churros en las verbenas. Que para muestra un botón y sino, que se lo preguntaran a sus tres ex mujeres, sus nueve hijos reconocidos, los hijos que, había perdido la cuenta, querían endilgarle y sus más de veinte amantes.
No se había portado bien con la vida cuando joven y la vida al final le paso factura y no se estaba portando nada bien con él a su vejez.
Ahora vivía de sus recuerdos de ayer. Fantaseaba mirando las mujeres de revistas que tenía colgadas en la pared. Inventaba historias de "Las Mil y una Noches" para vencer su insomnio mientras miraba aquellas fotografías tumbado en su cama a través del humo de su cigarrillo.
No era consciente del peligro que suponía aquello de fumar mientras se dejaba llevar por sus sueños, aunque a veces, así, como muy de lejos, creía escuchar la voz de sus ex advirtiéndole de que el día menos pensado iba a arder sin haber llegado aún a los infiernos por su mal hacer.
Aquella noche no era una noche como las demás. Damián estaba tristón. Sus ojos se llenaban frecuentemente con lágrimas de añoranza, con recuerdos lejanos, con voces susurrantes y aterciopeladas del pasado y él se desesperaba, pues de todo aquello que le sucedía, no alcanzaba a saber por qué.
Como cada noche se tumbó en su cama mientras sonreía con picardía a "sus mujeres" y preguntaba en voz alta cuál de ellas le acompañaría al Paraíso esa vez. Prendió un primer cigarrillo que fumo con avidez. A este le siguió otro más pausado y el sueño se resistía a llegar. Al tercero, la vista se le comenzó a nublar. Las fuerzas le fueron abandonando mientras que curiosamente escuchaba una voz; esta vez no de sus ex, sino de su médico diciéndole: "Damián, el tabaco te va a matar"... Sentía un tibio calorcillo... Pensó que aquella noche se estaba bien es su cuarto frío... Dormiría bien...
Fue noticia candente a la mañana siguiente:
"Hombre mayor que vivía solo, muere al prenderse la ropa de su cama por el cigarrillo que fumaba, al quedarse dormido."
Nadie le lloró... Nadie asistió al sepelio... Nadie le extrañó.
Carmen
(6 de marzo del 2015)
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Dedicado a la persona que no perdió la fe en que un día volvería a leer uno de mis relatos, aun cuando yo no tuviera intención de ceder.
¡Va por ti, Dardo!
No es que sea gran cosa, pero es lo que hay y quizás sea un buen comienzo otra vez
Hermoso.! Increíble lo bien que escribes, no tengo palabras, solo decirte que me has hecho viajar en el tiempo, a través de ese relato que está embebido de contenido de vida. Gracias... y que esa pluma siempre permanezca sobre el escritorio de tu virtud. D'Ard
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