ENTRE LAS NOTAS DE UN VIOLÍN Y EL AROMA DE LAS ROSAS
La noche entra por mi ventana y me hace presa de sus sombras. A lo lejos, como en un sueño se escuchan las notas de un violín que desgrana un romance convertido en música celestial. Vuelan las horas y el frío se adueña de la estancia.
¿Qué pasó... Qué pasó entre los dos? ¿Qué tormenta sin control provocó esta situación? ¿Quién apagó la luz que alumbraba dulcemente nuestro caminar?
No hay respuestas. Solo el silencio acude ante mis preguntas. Esas preguntas que como alfileres se clavan en mi alma y trizan en mil pedazos mi pobre corazón. Sigue sonando el Adagio de Albinoni... y en sus notas me voy perdiendo... Se va diluyendo mi mente en los compases de esa pieza magistral. Me pierdo en ensueños jamas pensados; sombras, sólo sombras acechando, acosando, urdiendo tramando en mi contra y una pena cada vez más profunda que me invade y se adueña de mi.
Bailo una danza imposible con la música y de repente un sonido diferente, estridente, me saca de mi abstracción. El teléfono vibra, me asusta, me hiere... No deseo mirar quien llama con tanta urgencia, con esa impaciencia que tan bien conozco ya... No deseo enfrentar su voz. Pero el maldito aparato no deja de sonar. Las últimas notas del Adagio se pierden como huyendo, escondiéndose de lo que adivinan llegara. No puedo más, no puedo. Mi mano se alarga temblorosa y toma el dichoso teléfono, es él.
- ¿Sí?
- ¿Estás bien?
Su respuesta pregunta suena en mis oídos como una burla. ¿Cómo quiere que este bien si me siento más que muerta? Le miento, escucho mi propia voz diciéndole que estoy de maravilla... y una risilla ligera apoyando mi respuesta queda suspendida entre ambos en espera de que vendrá después.
- Bien, me alegro.... ¿Te importaría entonces decirme por qué no me has querido abrir la puerta?
- No te oí llamar, tenia la música muy alta tal vez.
Esta vez no mentía.
- Y bien... vas a abrirme de una vez o me dejaras ahí bajo la lluvia eternamente?
Me quedo mirando el teléfono como si se tratara de un alienigena. ¿Quería abrirle la puerta? ¿Podía permitirme abrirle la puerta quedando nuevamente expuesta a él, a su forma de amar tan corrosiva, a sus exigencias, sus celos, sus salidas? ¿Quería seguir en mi soledad anónima? ¿Hablando con mi silencio? ¿Quería compadecerme eternamente de mi misma?
No sabía que hacer, mi alma y mi corazón ambos debidamente acorazados se debatían a muerte con mi mente blindada en razones que quizás solo yo creía y entendía.
- Estoy esperando... Respondeme, por favor...
Un suspiro brota sin quererlo, sin pedirlo, dejo el teléfono nuevamente sobre la mesa y corro a abrir la puerta mientras respondo a mis propias preguntas:
-Quiero.... Sí, quiero... Le quiero...
Abro y me enfrento a un gran ramo de rosas rojas, muy rojas y a una nota en la que leo: "Lo siento, perdoname. Sólo dejame amarte. Sólo, amame."
Y le abrazo entre lágrimas y todo, todo vuelve a comenzar.
Carmen
(4 de mayo del 2013)
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