“—Deja que se vayan Lucía– dijo la abuela desde algún lugar.
—¿Quiénes?
—¡Las lágrimas! A veces parece que son tantas que sientes que te vas a ahogar en ellas, pero no es así.
—¿Crees que un día dejarán de salir?
—¡Claro! — respondió la abuela con una sonrisa dulce— las lágrimas no se quedan demasiado tiempo, cumplen con su trabajo y luego siguen su camino.
—¿Y qué trabajo cumplen?
—¡Son agua, Lucía! Limpian, aclaran... Como la lluvia. Todo se ve distinto después de la lluvia...”
María Fernanda Heredia.
(Visto en https://www.tumblr.com/historias-escritos-reflexiones)
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A mi me ha tocado llorar tanto en esta vida que, algunas veces, he llegado a pensar que estaba hecha de agua. A veces, como el agua brava de un río que desciende por la ladera de la más empinada de las montañas. Las más de las veces, como el agua mansa de un estanque que sabe que nunca se moverá del lugar donde se encuentra, con esa dulzura sosegada que nos regala la evidencia de las cosas y el dolor de las desilusiones.
Y sí, las lágrimas nos limpian no solo los ojos, también nos limpian el corazón y el alma. Nos enseñan a aceptar y aprender las lecciones que la vida nos da y a perdonar a aquellos que nos las causan.
Como la lluvia... las lágrimas, con el tiempo, todo lo borran y arrastran.
Carmen
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