Había dejado de ser José Perea en el mismo instante en el que el cuchillo de su asesino se había hundido en su pecho para convertirse tan sólo en eso… “El cuerpo “.
Aquella mañana, inusualmente cálida del mes de junio, la Comandancia de la Guardia Civil, había recibido el aviso de un cuerpo encontrado en el monte.
El cuerpo, según certificó el forense rato después, se encontraba decúbito supino lateral izquierdo y la causa de la muerte había sido, obviamente, el puñal clavado en su pecho.
Así mismo, el forense dictaminó que el cuerpo pertenecía a un hombre de raza caucásica, de unos cuarenta años, sin más señales de lucha en su cuerpo que la que le causó el óbito, por lo que se deducía que su asesino le había pillado por sorpresa y que la muerte había sido causada por un cuchillo de grandes dimensiones que le había partido de un golpe certero el esternón, incrustándose en el corazón y provocándole la muerte instantáneamente.
Dicho aquello, el juez de guardia ordenó el levantamiento del cadaver y la Guardia Civil procedió a trasladar el cuerpo al anatómico forense.
En el anatómico, ante la falta de una identificación que les dijera quién era el cadaver, le etiquetaron oficialmente como: “cuerpo Nº3715 - Desconocido; quedando así registrado a la espera de ser identificado posteriormente.
Pasados los días, como nadie preguntó por él ni pudieron identificar a aquel pobre hombre y como además, el cuerpo comenzaba ya a cantar por soleares, se procedió a enterrarle en el cementerio del pueblo discretamente.
En la sencilla sepultura, una más sencilla identificación aún, la de aquella etiqueta colgada del dedo gordo de su pie izquierdo que le pusieron en la morgue: “Cuerpo Nº3715 - Desconocido”.
Y así fue como José Perea pasó a ser “el cuerpo” para posteriormente, tan sólo ser el número de un desconocido en una estadística más.
Carmen
(15 de julio del 2022)
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