sábado, 12 de febrero de 2022

EL TÍTULO ES TU NOMBRE


Si me muero,
que esparzan mis cenizas
en el punto más alto de tu cama
-que viene a ser algo parecido
al vértigo de observar tu cuello
cuando me cuelgo del lóbulo de tu oreja
y miro ese lunar y esa clavícula
y siento la insoportable necesidad de saltar
como avión suicida
a tus Torres Gemelas-

Alquílame tu pecho
para quedarme a vivir siempre ahí
y que a la vez,
nunca sea del todo mío
y siempre tenga que convencerte
para que sea yo,
y nadie más,
tu única inquilina.

Porque contigo he aprendido
que la palabra Libertad
tiene su auge más alto
cuando me coges de la mano
y soy yo quien no quiere soltarte.

Poesía no sé,
pero Amor, eres tú,
y parece mentira que no lo sepas.

Te quiero –te digo.
Te creo –contestas.

Y entonces todo tiene sentido.

Como cuando te explico
que todo aquello del dolor
era un juego peligroso y adictivo
al que acabé suplicando de rodillas
para que no se fuera
aunque nunca llegase a existir.

Como cuando te digo
que desde que tú,
por fin soy yo,
sin máscaras ni aditivos,
y que por eso ya no necesito matarme
sino vivirte
para saber qué es la vida
y qué la muerte.

Como cuando estamos en la cama
hablando sin aliento
sobre aquel primer beso
y acabamos teniendo el mejor polvo de palabras
que nunca nadie antes ha leído.

-Perdona:
tú me conociste como la chica triste
que escribía triste sobre cosas tristes,
y nunca te la he presentado:

La mataste
con la primera sonrisa.

Ataque al corazón a mano armada.

Y ya van ocho meses.

Y me duele como nunca la cara
de tanto reírte,
de tanto sentirte,
de tanto besarte.

Y cómo querer entonces
volver a ser triste,
volver a estarlo-

Así que si muero,
hazme caso,
esparce mis cenizas
desde el punto más alto de tu cama,
y encárgate de que todo el mundo
se lleve un poco de lo que soy ahora
para que al menos dejen de preguntarse
qué es el Amor

y empiecen a vivirlo
de una maldita vez.

Amor es querer enamorarte cada día
como un alquiler de latidos
en el que siempre acabo siendo yo
la ocupa de tus sentimientos.

El resto,
que se lo pregunten a tu pecho.




Mónica Gae

 

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