Retrato de
Antonio Mora ©
NUBES DE TORMENTA
Se le hacia infinitamente duro enfrentar un nuevo día cada amanecer. En su mente no existían ya más pensamientos que no fueran aquellos negros presagios de tormenta que desde hacia un tiempo la atormentaban sin piedad.
Veía su futuro cargado de nubes negras y si volvía la vista atrás, tan solo percibía esa negrura con la que un pasado incierto había ido cubriendo su caminar.
Ya no tenia sueños, ni tenia ilusiones, ni paz, ni esperanza a la que su alma se pudiera aferrar. El destino... Su destino, había sido el más cruel de los verdugos y había ido arrancándole todas esas pequeñas cosas que un día le llenaron el alma hasta dejarla vacía y ciega en medio de la tempestad que la llenaba y que la iba matando poco a poco, borrándola, eliminando todo aquello que ella fue creando hacía ya tanto que ni lo recordaba en realidad.
Quizás nunca existió... Quizás su triste vida fue el ensayo fracasado de algún alquimista loco. Quizás solo fuera como esos pensamientos fugaces con forma de pájaro que pasaban raudos por su mente. Quizás... Quizás por eso su mayor deseo hablaba solamente de muerte... Quizás...
Pero no, sabia que esos quizás jamás tendrían un fin. ¿Cómo podrían tenerlo si ni siquiera habían tenido un propósito?
Sabía que esas nubes de tormenta la acompañarían hasta su final. Sin sentido, sin sentimiento, tan solo estaban allí como un recordatorio de lo que no debía olvidar... De lo que nunca debió olvidar. Ella no era nada ni era nadie, sólo debía sentarse al borde del camino y esperar.
Esperar que le llegase la hora de ser eliminada de aquel juego prohibido que era la vida, esa vida que quiso inventar y que nunca le correspondió vivir. Esperar que el tiempo pasase y esta vez no se olvidara de llevársela con el, borrando cada paso, cada huella, cada sueño roto, cada llanto amargo...
Esperar que esas nubes negras la cubrieran por completo para que nadie recordara su rostro ni volviera a repetir su nombre. Esperar que todo lo pasado le dejara de doler...
Esperar... Esperar y no tratar de desesperar mientras llegaba el instante
de ser barrida por los vientos junto a esas nubes de tormenta para al fin dejar atrás el dolor de no saberse, dejar a la muerte abrazar su cuerpo frágil, su alma herida, su corazón hecho añicos y ponerle fin a su sufrimiento regalándole la luz postrera de su sonrisa al mundo que irónico e impasible, descargó con tanta furia sobre ella su ira contenida, destruyéndola hasta su fin.
Todo eso sabia... Era la única certeza que le quedaba ya, la de saber que si esperaba lo suficiente, aquellas nubes de tormenta borrarían sus recuerdos más allá de su propia existencia, más allá de otras posibles existencias y quizás... Quizás entonces tuviera otra oportunidad de ser feliz.
Carmen
(24 de julio del 2016)
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"Omnia mea mecum porto"
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