Mendiga rusa
Mercedes Laborda Gimeno*
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SOLEDAD
Soledad se fue de este mundo como vivió, haciendo honor a su nombre, en la más estricta de las soledades.
Nunca se la pudo ver en compañía de nadie. Jamás se la vio hablar con nadie. Siempre sumida en las sombras de sus ropas oscuras, con un pañuelo cubriéndole la cabeza, con su arrastrar de las zapatillas de paño con las que invariable, sin importar si hacia frío o hacia calor, calzaba sus pies. La cabeza gacha, sin osar mirar a nadie y ese rumor de letanía en sus labios, palabras inarticuladas que repetía para si misma y que nunca nadie se paró a escuchar el verdadero significado de lo que decían.
Algunas veces me la cruce en la calle cuando iba a trabajar. Pequeña y frágil, envuelta en un largo gabán lleno de mugre y color indefinido, cargando bolsas enormes cuyo contenido nunca llegue a vislumbrar. En esas ocasiones, recuerdo haberla saludado con un buenos días a los que ella correspondía con un gruñido que quise identificar quizás con otro buenos días de regreso para mi. Reconozco que jamás me pare a meditar que hacia aquella anciana a horas tan tempranas deambulando por las calles aún vacías de una ciudad como la mía, donde el peligro acechaba en cada esquina. Tal vez, por breves instantes, pasaba por mi mente la sensación de abandono y vacío que se desprendía del frágil cuerpo de aquella anciana, pero aquellos instantes tan breves, morían apenas nacían devorados por la vorágine de mi vida y mis propios problemas.
La vida seguía y yo continuaba mi camino sin volver a recordar mi encuentro mañanero con la anciana.
Ni siquiera puedo recordar hoy cuando fue la primera vez que la vi regresar de madrugada a su casa ni cuando fue la última vez. Tan anodina, que pasó por la vida sin que nadie la echara en falta. Si me hubieran preguntado, tan sólo hubiera podido decir que vivía en el bajo derecha y que no, que no sabia si estaba en su casa o se había marchado. Tampoco creo que el resto de vecinos supiera mucho más de lo que yo sabia. Somos una comunidad de residentes alternativos que va cambiando cada poco dado que la mayoría de los pisos son alquilados y somos muy pocos los que podemos presumir de llevar en el edificio el tiempo suficiente como para conocer las vidas, obras y milagros de los que allí moran.
Por eso nadie se extraño ni echo en falta a Soledad. Cada cual vivía como podía su día a día y no se preocupaba del día a día de los demás.
Desde hacia unos días, se apreciaba al entrar en el portal, cierto tufillo indefinido para el cual nadie tenia explicación, pero que todos asumían y del cual culpaban a las alcantarillas próximas, resecas por la falta de agua. La falta de lluvia que lavara las calles o la falta de riego de las mismas calles por culpa de la pertinaz sequía de aquel largo verano, parecía la explicación más lógica para justificar la presencia de aquel mal olor que parecía reconcentrarse en el vestíbulo del edificio.
El calor sofocante de aquellas semanas sólo contribuyó a que el mal olor aumentara y entre los vecinos se fue extendiendo la preocupación sobre su origen y el malestar por lo inconveniente que resultaba el no poder abrir las ventanas de sus casas por no dejar entrar por ellas el pestilente hedor que iba en aumento. Pero nadie reparó o quizás todos nos habíamos percatado y nuestras mentes anularon la información, de que el olor era mucho mas pertinaz y nauseabundo cuando al entrar en el portal y dirigirnos al ascensor, pasábamos junto a la puerta, siempre cerrada, del piso de la anciana Soledad.
Alguien, supongo que el presidente de turno de la comunidad, dio aviso al administrador de la finca sobre lo insoportable que se estaba volviendo la situación y lo descontentos que estaban los vecinos. Y una tarde el mismo administrador y el dueño del edificio, se presentaron allí acompañados de varios agentes del departamento de sanidad del ayuntamiento, dispuestos a resolver el enigma del mal olor que nos había ido ganando el terreno hasta hacernos la vida insoportable.
Revisaron detenidamente sótano, garaje, escaleras, hueco de ascensor. Repasaron las bajantes desde el último al primero. Pero por algún motivo que se escapa aún a mi comprensión, todos parecían evitar aquel bajo derecha como si el piso de la anciana no existiera o como si ante sus miradas y narices, se hubiera vuelto invisible como invisible era para todos su dueña.
Llamaron a los bomberos, que llegaron acompañados de perros dispuestos a descifrar el misterio y poner fin a aquella situación.
En cuanto los animalitos, más listos o con menos prejuicios que los humanos, entraron en el edificio, corrieron como locos hacia aquella puerta inadvertida por los demás mientras arrastraban a sus guías en el proceso revelador de descifrar la procedencia del mal olor.
Todo se volvió locura a partir de ese momento. Preguntas sobre quien vivía allí, quien la había visto por ultima vez, cuándo, cómo, con quién... Nadie sabía nada... Nadie la había visto por ultima vez... Nadie recordaba ni cuando, ni el cómo, ni el con quién. Los bomberos llamaron a la policía, la policía llamo al juez de turno, el juez ordenó a los bomberos derribar la puerta del bajo derecha y lo que hallaron tras esa puerta, dejó a todos tan estupefactos que nadie pareció percibir el nauseabundo olor que emanaba del interior de la vivienda.
Las bolsas de basura se apilaban contra las paredes del corredor formando un pasillo aún más oscuro y estrecho y una miríada de cucarachas emergió de las profundidades de aquel basurero improvisado como si en realidad agradecieran aquella bocanada de aire puro que al derribar la puerta les habíamos regalado y corrieran en busca de su salvación.
Síndrome de Diogenes, ese fue el veredicto de los paramédicos del SAMU cuando fueron llamados por el juez.
Se necesitaron varios camiones del recogida de basuras del ayuntamiento y personal especializado en el desalojo de desperdicios hasta encontrar a la anciana Soledad muerta entre las bolsas de basura y trastos inservibles que durante años había ido atesorando en su desvarío.
Entre los vecinos que curiosos nos habíamos congregado, una mezcla de pena y estupor, de culpa por haber ignorado la evidencia, pareció tomarnos al asalto y dando media vuelta sobre nuestros pasos, corrimos a esconder nuestra vergüenza cada uno acompañado de sus propias soledades y un pacto invisible de silencio se instauró en el edificio y entre sus habitantes que aún, a día de hoy, tratamos de olvidarnos de lo sucedido.
Que aún tratamos de no mirar la puerta del bajo derecha, bajando la mirada cuando pasamos a su lado camino del ascensor...
Y la vida continua...
Carmen
(23 de mayo del 2016)
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"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo
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*Mercedes Laborda Gimeno: Nace en la ciudad de Tánger, en 1957. A los dieciocho años abandona su ciudad natal y se traslada a Barcelona para continuar sus estudios superiores.
Ejerce de profesora de escuela primaria ,vocación que comparte con la pintura.
En este mundo del arte se inicia de la mano de su padre, tiene una formación autodidacta. Sus primeros trabajos abarcan el dibujo y la caricatura. Posteriormente experimenta con la pintura figurativa y finalmente muestra una inclinación principalmente hacia el retrato.
Su estilo realista , pone en el centro de su obra al ser humano e invita al observador de sus pinturas a reflexionar sobre temas que preocupan a nuestra sociedad. Estas cuestiones tales como la libertad , la violencia... en ocasiones adquieren expresión meramente simbólica.
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