LA SED
Abrió los ojos a la húmeda oscuridad lleno de inquieto espanto. Su cuerpo temblaba de frío, de miedo, de la inquieta zozobra de quien intuye un peligro que no sabe desde donde le llegará.
Entumecido, trato de incorporarse, pero los calambres que agarrotaron sus músculos doloridos no le permitieron más movimiento que el que le llevo a recostarse contra la pared húmeda de lo que parecía una cueva o túnel. No sabia donde estaba. La oscuridad era total e infinita y un silencio sepulcral le llenaba los oídos hasta doler. Sus ropas estaban tan húmedas como aquel lugar y se le pegaban al cuerpo.
Cerró sus ojos nuevamente mientras suspiraba y trato de poner orden en su mente y sus pensamientos. Tenia demasiadas preguntas por responder y de momento no parecía que existieran respuestas. ¿Quién era? ¿Qué hacía allí? ¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba?
Dobló sus rodillas hasta acercarlas a su pecho y rodeándolas con sus brazos comenzó a mecerse mientras que de entre sus labios, en apenas un susurro, brotaba en un lamento lastimero una pregunta... ¿Por qué? ¿Por qué a mi?
No hubiera sabido precisar cuanto tiempo estuvo así. En aquella oscuridad y sin saber donde estaba ni desde cuando, la noción del tiempo era tan solo una perspectiva borrosa del pasado. Poco a poco, sus ojos se fueron acostumbrando a esa oscuridad y comenzó a distinguir aquí y allá, pequeños cuerpos de diminutos ojos rojos que corrían de un lado para otro. Ratas, ese fue su certero pensamiento. Ratas... Pero aquellos animales parecían querer huir de él en sus alocadas carreras.
El silencio fue llenándose que pequeños ruidos. El correteo de las ratas, voces apagadas por la lejanía que resonaban fantasmagóricas como el viento que sopla por las chimeneas algunas noches de invierno. El plic... ploc... plic... ploc... que producía el intermitente goteo del agua que se filtraba en algún lugar no demasiado lejano a donde estaba sentado... Un silbato y un estridente pitido...
¡El metro! ¡Los túneles del metro! Allí era donde estaba escondido...
Escondido... Pero... ¿De qué se escondía? ¿De quién?
No saber... No recordar... Y aquella sed...
Aquella sed sobrehumana que le recorría y se le enroscaba en la garganta. Aquella sensación, aquella necesidad de alcanzar algo desconocido, algo que intuía pero no quería reconocer...
El goteo cada vez mas rápido y rítmico que parecía marcarle el paso del tiempo a la vez que le recordaba su necesidad de beber... su sed...
Se estaba volviendo loco... Irremediablemente loco...
Quiso gritar. Abrió su boca, pero de su garganta no brotó sonido alguno. La sentía extraña, hinchada, como si estuviera llena de arena o peor aún, llena de cristales diminutos que le arañaban desde dentro. Desesperado comenzó a golpear su cabeza contra la pared mientras de sus resecos ojos brotaban lágrimas que le quemaban la piel de sus mejillas al correr.
De repente sintió como si su cerebro estallara en pedazos. Un fogonazo, un ramalazo de luz sólo sentida muy dentro de su ser y los recuerdos, las respuestas a sus preguntan tomaron consciencia para él. Recordaba cuando había salido de su casa por ultima vez, el trafico que abarrotaba las calles, los conductores que como él mismo acudían nerviosos y envarados a sus trabajos. Los compañeros de la oficina, las bromas mientras se tomaba con ellos un café a media mañana, los planes para la fiesta a la que acudirían en la noche... Noche de Halloween... Noche de espíritus, de fantasmas, de chicas impresionables, asustadizas y fáciles de conquistar...
Recordó el local de fiestas lleno de gente que dentro de sus coloridos y fantásticos disfraces se divertían mientras bailaban y bebían al ritmo frenético de la música...
Y la recordó a ella... Mónica... La chica de ojos profundamente negros y rizado pelo de un tono rojo como el fuego que había conocido en aquella torre de Babel. Y recordó como comenzó su calvario...
Alguien había gritado: "Es media noche, la hora de los aparecidos y de las brujas. La hora en la que los muertos regresan al mundo de los vivos... La hora de los vampiros..."
Súbitamente las luces parpadeantes de los focos que alumbraban la pista de baile se habían apagado durante unos segundos y al regresar, mostraron un fantasmagórico desfile de escenas terroríficas. Gente aterrada gritando, empujándose, tratando de huir de allí. Caras ensangrentadas, cuerpos tambaleantes que caían desmadejados.
Volvió a sentir el impulso de correr, de salir de allí lo más rápido posible. Sintió un miedo atroz a algo desconocido. Un miedo irracional que no había sentido nunca hasta entonces y recordó haber tomado de la mano a aquella pelirroja tan desconocida como hermosa y haberla arrastrado en su huída hacía la calle. Volvió a sentir el miedo mientras las sombras que no alcanzaba a ver le pisaban los talones. Recordó haber visto la entrada al subterráneo del metro y como con una sonrisa de alivio se había dirigido a ella mientras seguía arrastrando a la chica con él.
La estación estaba vacía. Ni siquiera en la taquilla había personal al que pedir ayuda. Saltó sobre los tornos que impedían la entrada a los viajeros sin billete y ayudo a su acompañante a pasar mientras la apremiaba a seguir corriendo. Bajaron al anden saltando los escalones de dos en dos aún a riesgo de haber perdido el equilibrio y haber podido rodar por las escaleras poniendo así fin a su suerte.
También el anden estaba vacío y los paneles de aviso mostraban que el siguiente tren tardaría un buen rato aún en pasar.
Se escuchaban ruidos allá arriba y sabía que sus perseguidores aparecerían en breve. Fueran lo que fuesen, le causaban un miedo atroz aún sin saber porque. Miró a su acompañante y no logro ver la sonrisa burlona en su cara. Sólo pensó en salvarla de lo que fuera que les había seguido y el salvarse él también. La tomó de la mano y dirigiéndose a la cabecera del túnel, la ayudo a bajar a las vías para perderse en la oscuridad del mismo después.
Caminaban despacio porque no veían apenas nada en aquella negrura. Recordó haber sentido una ráfaga de aire fresco al pasar junto a un hueco en la pared del túnel, seguramente procedente de alguno de los tubos de ventilación que sabía existían y decidió entrar allí y tratar así de encontrar un refugio que supuso sería más seguro que seguir andando por las vías.
Le vino a la memoria el instante en el que ella le había abrazado colocando su cabeza sobre su hombro izquierdo en lo que él había traducido como un agradecido abandono por haberla salvado. Recordó la sorpresa que había sentido ante el contacto de su gélida piel y en ese momento otro recuerdo paralizó por unos instantes su mente de nuevo...
El horror... El más pavoroso horror se había materializado frente a él y le estaba abrazando.
Sintió los pequeños colmillos de ella cuando le desgarraron la yugular, volvió a notar su propia sangre resbalando por su cuello mientras ella apagaba en él su sed.
La sed...
Aquella agonía que él mismo sufría ahora... La sed...
Ahora sabía quién era o había sido. Sabía también en que se había convertido... Y por fin sabía que era lo que debía hacer para calmar su propia sed...
Se levantó de un salto sin pensar ya en un dolor que solo existía en su antigua mente humana y se lanzó fuera de aquel refugio en el que había tenido lugar su transformación. Asomó al oscuro túnel mientras olfateaba el aire en busca de una víctima de la cual poder beber.
Una víctima con la cual apagar su sed... Su enorme sed...
Carmen
(30 de octubre del 2015)
Copyright©
"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo
No hay comentarios:
Publicar un comentario