Ella caminaba erguida, segura de sí misma.
Había sufrido en la vida lo suficiente como para saber por todo lo que jamás debería ni volvería a pasar.
Se levantaba cada mañana vistiéndose de optimismo y ante el espejo, pintaba en sus labios una gran sonrisa en todo rojo brillante que, además de caerle bien, sabía que la protegería durante el día de todos sus miedos.
Era su máscara, la máscara tras la cual se ocultaba ante los ojos de cualquiera que tratara de enfrentarla.
Ella era así, jamás se rendiría, no reconocería su derrota.
Ella era así... Duro acero forjado en mil batallas.
Pero su sombra...
Su sombra pasaba el tiempo encorvada y triste. Sin ganas de nada. Huyendo de su mirada. Escondiéndose tras las cortinas oscuras de las excusas que ella le daba. Muriendo un poco cada día mientras las mentiras avanzaban.
Porque aquel que hace de su vida una mentira no vive los privilegios de la realidad, la contundente fuerza de amar y ser amada, ni la fuerza que da una pasión.
Y en las noches, mientras espera que el sueño llegue, ella recuerda cómo era antes... Antes de su llegada, cuando aún se podía permitir ser frágil y entre lágrimas de tristeza, soñaba.
Carmen
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"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo
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