¿Qué cuántos tipos de muerte conozco?
¡Uf!... ¡Pueden ser tantos y tan variados! Los seres humanos han tenido siglos para perfeccionar el tema ese de la muerte y confeccionar un amplio catálogo.
Uno se puede morir de pena, de angustia, de miedo, de soledad.
Se puede morir por muerte súbita, combustión espontánea, de repente, por una larga enfermedad.
Se puede uno morir por viejo o simplemente porque le tocaba y ya.
Puede morir a golpes, de hambre, en la hoguera de cualquier inquisidor, por celos, por abandono, por amor. De melancolía, ajusticiado, asesinado, por una mentira, por una traición.
En la paz y en la guerra, la muerte tiene el trabajo asegurado y ni por rico o por pobre, se libra uno de la caricia de su guadaña ni del paseíllo de rigor.
¿Qué como fue mi muerte?
¡Ah, la mía fue la única muerte que no mencione aún!
La mía fue una muerte en vida... o quizás fueron dos.
No importa el número en realidad, total, esta última fue tan solo una repetición de la anterior.
Mi muerte en vida la causo mi ingenua credulidad. Esa inocencia que me impulsa a creer en quien no debo, vaya usted a saber por qué. Ese amor ciego que no me deja ver la verdad de quien me miente una y otra vez porque mi corazón jamás lo haría con él.
Pero no vaya usted a creer... ¡Esto de estar muerta en vida, no está tan mal!
Ya apenas duele.
Nadie pregunta por qué, nadie puede ver que llevo el corazón maltrecho y sangrando, calladito, en silencio. Los ojos que sin lágrimas lloran hacia dentro ahogando mi esperanza.
Ya casi no duele, no... Aunque la cicatriz que causó su puñalada, no sanará jamás. Aunque las heridas que causaron sus mentiras a mi alma, no dejarán de sangrar.
Aunque arrastre esta negra soledad por toda la eternidad.
Carmen
(3 de mayo del 2021)
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"Omnia mea mecum porto"
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