BAILANDO CON EL
DIABLO AL FILO DE LO ABSURDO
¿Cómo era…. Viviendo con mi enemigo… durmiendo con mi
enemigo…?
No, "viviendo con…" no era… Creo que ese es el titulo de una canción de Don Omar. No me gusta el reggaetón, no comprendo que mecanismos mentales me ha traído esa canción a la mente pero tampoco dispongo de tiempo ni ganas para pararme a analizarlo.
En cuanto a lo de “durmiendo con…” ¿No era aquella película
donde Julia Roberts, tenia que convivir con las manías de un marido obsesivo
convulsivo y psicópata violento que convirtió su vida matrimonial en un
infierno? Sí, creo que sí. Pero tampoco es lo que yo busco para esto que quiero
escribir.
Me he dado cuenta que es mejor comenzar a escribir un relato
por el final para llegar a su principio. Tal vez por que soy de esas personas
que la mayoría de las veces no puede contener el impulso de leer primero la
última página de sus libros favoritos. Al contrario de lo que me dicen todos,
el leer el final de un libro para mi no le resta ningún interés a la trama del
mismo, muy al contrario, me asaltan mil preguntas de cómo sería que se origino
todo y qué causas llevaron a ese desenlace.
También soy de las que creen firmemente que el titulo de
cualquier escrito debe ponerse al final de cada escrito después de mucho
meditar y pensar en ello. Como si se tratase de buscar el mejor y más adecuado
nombre a un hijo. Pero como hoy lo que deseo es justo hacer las cosas al revés,
por aquello del “más difícil todavía”, como si se tratase de una función de
circo o de la representación de algún mago fabuloso salido de su propia
chistera, quiero empezar precisamente por poner título a este relato.
Creo que lo titularé… "Bailando con el diablo al filo de lo
absurdo"...
Una campana sonaba lastimera bajo la pesada cortina de
lluvia que caía como un telón sobre el último acto de su vida. Hacía frío y la
humedad calaba los huesos, sembrando de manchas rojas la piel delicada del
rostro de las señoras que por caridad acudían de plañideras a los entierros
donde nadie mas acudía.
Un cura, de triste figura, enjuto y de larga barba… Sería
por eso lo de la triste figura, por la semejanza a un quijote despojado de su armadura
y vestido de negro…? En fin, dejaré de divagar… Como decía, un cura salmodiaba
al pie de la fosa abierta unas palabras de consuelo mientras de reojo miraba el
reloj que se adivinaba, más que se veía,
en el cercano campanario de la capilla.
Las tres mujeres, lloronas de oficio, interpretaban su papel
de duelo poniendo la nota musical al acto con sus quejidos y sus lamentos. Eran
toda la compaña de aquel pobre cuerpo que nadie conocía en el pueblo en su último
adiós lastimero a este mundo enfermo.
Nadie sabía su nombre ni de donde procedía ni a donde se dirigía.
Asomó por la puerta de la fonda que hay en la plaza junto al ayuntamiento unas dos semanas
antes de aparecer muerta. Dicen que Rosario, la hija del pregonero que es medio
lela o poco más, aunque yo pienso que en verdad se hace la tonta para vivir del
cuento… Otra vez divagando… Bueno, pues dicen que la Rosario hablo con ella y
asegura que cuando le pregunto que buscaba, la mujer vestida de gris le dijo
que buscaba bailar con el mismo diablo en una encrucijada.
Pero vaya usted a saber si eso que va contando la Rosario
como la cantinela de un pregón, por deformación profesional del padre, digo yo…
es o no es cierto.
Se llamaba Beatriz Segura, se supo cuando el
alguacil registró sus cosas después de que Jacinto el de la Manuela,
encontrara su cadáver helado cerca del río en la madrugada.
Aquel era un pueblo pequeño, de esos pueblos donde todos se
conocen y donde todos saben y cuchichean sobre la vida, obra y milagros de sus
convecinos. Como si ser pocos y medio familia entre si, les diera permiso para inmiscuirse
en cosas ajenas y andar por la casa del vecino como si se tratara de sus
propias casas. Pero esta mujer había conseguido con su aparición y con su
triste final lo que jamás nadie hubiera podido esperar en semejante lugar. La
pobre de Beatriz, había conseguido que todas las bocas hablaran de un mismo
tema.
Había quien decía que si la “señora” había venido en busca
de marido. Otros que opinaban que se había perdido y buscaba refugio y consuelo
para su soledad y los que más opinaban que Beatriz Segura huía de la mala
suerte y de un desengaño amoroso sin precedentes.
Lejos estaban de adivinar quien era aquella mujer en
realidad.
Beatriz Segura era el nombre de pila de “la Bella Sandoval”
una cupletista de cafetín y folletín de prensa rosa que abrumada por la fama de
la ciudad, decidió tomarse unos días de anónimas vacaciones lejos del bullicio
y los flashes de las cámaras que no la dejaban ni respirar.
Se salió de su casa una madrugada después de regresar de su función
en el teatrillo de Las Américas donde actuaba. Como una sombra se deslizo por
pasillos y corredores. Bajo sigilosa y con cuidado de no pisar las escaleras
que más crujían bajo el peso del cuerpo porque no la delataran. No llevaba más
equipaje que un pequeño bolso con lo indispensable, ya compraría por ahí lo que
le fuese haciendo falta.
Al salir a la calle con las primeras luces del alba, se
arrebujo en su abrigo, cubriendo su rostro a medias con el cuello de piel, protegiéndose
así de miradas indiscretas y del frío aire que la azotaba. Alzo la mirada hacia
las ventanas oscuras y sin vida aún de su propia casa y en un susurro esbozó
una sonrisa y un hasta pronto que se llevo el viento hacia unas nubes que
presagiaban agua.
Con paso ligero emprendió el caminar hacia la plaza, donde
un taxis la llevaría a la estación de autobuses y allí tomaría el primero que saliese. No le
importaba el rumbo que este tomase, ni el final que le deparase la última
parada de su viaje. La aventura era eso… viajar sin destino donde
este mismo la
llevara.
Pobre, que lejos estaba entonces de pensar en lo que mas
adelante la aguardaba.
No reparo en aquel hombre bien vestido hasta que este se sentó
junto a ella y gentilmente la saludo con una inclinación de cabeza mientras se
tocaba el ala de su sombrero de fieltro negro y banda de raso amarillo antes de quitárselo y
ponerlo sobre sus piernas. Tampoco entonces le dio mucha importancia. El hombre
abrió su periódico y se zambullo en sus letras tan pronto como el autobús se
puso en marcha y ella se dejo ir en pensamientos bulliciosos mientras veía pasar
por la ventanilla los tan conocidos y los menos conocidos, edificios de la
ciudad.
No hubiera sabido decir cuanto tiempo había pasado
durmiendo, pero cuando despertó, su mejilla apoyada en el hombro de aquel
hombre le dolía tanto que entendió que debía
hacer bastante rato. Se incorporó sobresaltada con un “disculpe, cuanto lo
siento” en la boca y un rictus de vergüenza en la mirada. Y entonces cambió
todo para ella. Él la miro y le dedico la más hermosa sonrisa que jamás hubiera
imaginado que nadie le dedicara.
Aquella sonrisa fue como una tarjeta de presentación para
ambos. Ella le dijo que se llamaba Beatriz y que iba hasta donde terminase
aquel billete que había comprado sin saber para donde y que no recordaba el
nombre del pueblo al que se encaminaba. Él le dijo que se llamaba Ricardo y que
se dirigía un poco antes de que ella llegase a su destino, justo donde el
camino se bifurcaba en una encrucijada. El camino se hizo menos largo y más ameno.
Ambos se habían embebido en una conversación liviana y sin trascendencia donde
las risas de ella se combinaban a la perfección con los silencios profundos y
densos cuando él la miraba con fijeza.
Caía la tarde cuando él inicio la despedida y ella
temblorosa y perdida, sujeto su brazo preguntándole con una mirada de suplica
si volverían a verse algún día. El volvió a dedicarle aquella sonrisa que le
cautivaba el alma y le respondió que sí, que cualquier tarde que quisiera en aquella misma
encrucijada. Mientras le veía bajar del autobús, sentía que con él se iba parte
de su propia alma. Nunca se había sentido así, tan desolada. No quedaba nadie
más que ella y el conductor y cuando le preguntó a este si faltaba mucho para llegar a
su destino, el hombre se volvió a medias y le contesto que escasos metros la
separaban de su destino final…
Paradójica la puntualización de aquel hombre ahora que volvemos atrás la mirada. Irónica respuesta que sin saberlo sería en breve una verdad acertada.
Paradójica la puntualización de aquel hombre ahora que volvemos atrás la mirada. Irónica respuesta que sin saberlo sería en breve una verdad acertada.
Se apeó del autobús en la misma plaza donde confluían la iglesia, el ayuntamiento y la fonda. El portón de la iglesia estaba abierto y se apreciaba la luminosidad de los cirios en medio de las nacientes sombras que comenzaban a rodear el edificio. Se quedo unos minutos contemplando las casas cuyas fachadas, no las distinguían de otros pueblos que hubiese podido visitar. Sin duda era un pueblo sencillo, tranquilo, de esos lugares donde nunca pasa nada, justo lo que ella buscaba.
Una muchacha vestida con una sencillez limpia y casi profana
se le acerco y le pregunto que buscaba… Ella la miro unos instantes con una
sonrisa bailándole en la comisura de la boca y escapándosele por la mirada y
mientras rompía a andar hacia la posada le contesto con su voz cantarina: “Bailar
con el mismo diablo en una encrucijada”.
Los días transcurridos en aquellas dos semanas, fueron
tranquilos y serenos, tan serenos que a veces la ahogaban. Cada tarde, a la caída
del sol, solía ir dando un paseo hasta la encrucijada donde él se apeó con la
única esperanza de volver a verle de nuevo y cada tarde regresaba con el alma
envuelta en tristezas que la acongojaban.
El último día, lo paso inquieta, nerviosa. No lograba
entender que le pasaba e incluso llego a pensar que quizás debería regresar de
nuevo a su mundo antes de que tanta tranquilidad la matara. Aquella tarde se dio
un baño largo y tardo mucho tiempo en su arreglo… Como una novia, se tomó su
tiempo en arreglarse poniendo especial atención y esmero.
Y como cada tarde, a la caída del sol emprendió el camino de
la carretera rumbo a la encrucijada.
Aquel día, que había amanecido tan diferente al resto para
ella, cobro significado cuando al llegar a su destino le vio a él parado en el
mismo centro del cruce de caminos esperándola. Una alegría nerviosa se
arremolino en su pecho y corrió a su encuentro desesperada. Ricardo abrió sus
brazos y la recibió en su pecho dispuesto a no soltarla. Un bando de palomas
levanto allí cerca el vuelo, otras aves piaron con fuerza y el viento arrancó
lamentos de las altas ramas de los
árboles que desde aquel cruce de camino los observaban. Comenzaron un movimiento lento de rotación,
girando sin moverse del sitio, como una pareja de enamorados que bailara a los
primeros rayos de la luna que ya asomaba.
Él le dijo “ven”… ella se dejó llevar. No parecía tocar el
suelo con los pies al caminar, era como si la llevase en volandas… Flotaban…
Escucho el ruido del agua bajando impetuosa de las montañas que ella había visto otros
días recortarse a la izquierda del camino. El viento volvió a soplar más helado
que antes, pasó rozándoles el rostro con un silbido lastimero y se enredo unos
segundos en su cabello como queriendo agarrarla.
La abrazo con una fuerza que la lastimaba, la miró a los
ojos con una mirada profunda y negra que la hipnotizaba y selló su boca con la
suya en un beso de muerte donde bebió hasta saciarse de su pobre alma. Minutos después de aquel beso mortal, allí yacía Beatriz con
los ojos abiertos como balcones de par en par y el espanto plasmado en aquella
mirada ciega, tal y como la encontrara horas después, al rayar el alba, el
pobre Jacinto, el cual no conocía hasta entonces más emoción que la de salir al campo con su mula y sus
aperos de labranza.
Se aviso a la guardia civil… se pusieron avisos en los periódicos
de la provincia, pero nadie reconoció a Beatriz ni reclamo su cuerpo ni
siquiera la echaron en falta. Y días después de ser hallada muerta, la
enterraron en el cementerio del pequeño pueblo, por caridad humana… Bueno y
como añadiría Fermín, el enterrador… porque ya olía que apestaba.
Consiguió Beatriz lo que quería sin duda y buscaba… Bailo
como era su deseo con el diablo en una encrucijada, para ser después olvidada e
ignorada… Que destino tan absurdo para quien solo pretendía descansar del
bullicio y de la fama.
CARMEN
28 de octubre del 2011
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Precioso.!! me encantó, es hermoso como llevas al lector y le introduces en ese mundo tan real. Es fácil sentirse dentro de la escena como un silencioso espectador.!la pluma de tu imaginación escribe con una exquisita fluidez.
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