LA MORGUE
Faltaban apenas un par de minutos para la medianoche cuando
el ayudante del forense después de un último vistazo a la impoluta sala, apagó los fluorescentes que desde el alto techo esparcían su luz.
El silencio se unió a las sombras y junto a la tenue
lucecilla, casi imperceptible de los focos de emergencia, confirió a la
estancia una atmósfera fantasmagórica e irreal. Los contornos de la losa de mármol
que hacía las veces de mesa de autopsias parecían difuminarse bajo lo que parecía
una neblina de ilusoria realidad, seguramente, fruto del vaho producido por el agua
caliente con la que el ayudante del forense había lavado dicha losa y el frío reinante en la estancia. Al fondo, las múltiples puertecillas de las cámaras frigoríficas
dispuestas en la pared a modo de nichos, se veían iluminadas de manera
intermitente por las ráfagas de luz de los faros de los pocos vehículos que a
aquellas horas circulaban por la autopista y que se colaba por la rendija de
una de las persianas del elevado ventanal que se abría en la pared opuesta.
Silencio…
Sombras…
De repente, un bostezo. Un murmullo. Una palabra aislada.
-
¡Quiero salir de aquí…! (Era una voz cascada. Una voz cargada por el
peso de muchos años y con el acento mellado de alguien a quien le faltan muchos
dientes. Un mendigo.)
-
¡Estás loco! ¡Cállate de una vez! (Esta vez la
voz era joven, indolente y algo chulesca. La voz de alguien que apuesta la vida
a “todo o nada” y esta vez le toco perder pero sigue sin creérselo. Un
motorista, muerto en un accidente mientras corría su última carrera.)
-
Por favor… Que alguien me diga que pasa… (Una
voz fresca, fina y un poco afectada. La de una mujer ni joven ni vieja a la que
la muerte sorprendió mientras un coche la atropellaba.)
-
¿Que qué pasa? ¿Qué quiere que pase? Pues nada,
señora, que estamos bien jodidos. ¡Casi nada! ¡Muertos, estamos muertos! (El
motorista)
-
¡Eso es imposible! ¡Yo no puedo estar muerta, mi
destino me aguarda!
-
¡Ya lo creo señora, su destino la aguardaba, no
le quepa duda de ello! (Esta voz, ronca y sensual, casi acariciadora, perteneció
en vida a un abogado. Uno de esos picapleitos que se encargan de divorcios y al
que un marido, harto de que le dejara sin nada, había dado muerte a machetazos
aquella misma mañana)
-
¿Quién me ha robado mi botella de vino? (El
mendigo) A mí no me importa estar muerto, total, mi vida hace mucho que dejó de
ser vida y ya nada me importaba. Pero mi vino… ¡Mira que quitarme mi botella de
vino! ¡Eso sí que es tener mala baba!
-
Hermanos… Tranquilos… ¡El Altísimo nos aguarda! (Esta era la voz pausada de un clérigo que había fallecido dos días antes en la
beatitud de su celda)
-
¡El Altísimo…! ¡El Altísimo…! ¿Y dónde nos
aguarda, páter? Porque yo aquí no veo ni túnel ni luz al final ni caras
familiares ni ninguna de esas gaitas de las que tanto hablaban. ¿Dónde están, dónde?
-
Hijo mío, se tanto como tú. Llevo dos días
muerto y aún no vi nada, solo esta oscuridad que nos abraza. Pero paciencia,
tenemos toda la eternidad por delante.
-
¡Pues vaya inoportunidad, ahora que por fin había
conseguido una cita con el amor de mi vida.! (la voz llorosa de la mujer
desconsolada)
-
¡La vida es una mierda! ¡Quiero mi botella!
-
¡Por Dios, qué frio hace! Pienso poner una
demanda millonaria.
-
¿A quién? Si me interesa, me apunto a eso de la
demanda. Mi moto valía una buena pasta.
-
Pues no sé, ya veremos qué pasa.
-
¡Ya basta! ¡Callaros ya todos! (El trueno en
forma de voz de un hombretón al que después de cuatro días aún no había
reclamado ningún vivo y del que nadie sabía nada) Los del más allá en huelga
sin dejarnos pasar al otro lado… ¡Los de aquí, sin querer creerse lo muertos
que están! ¡Ya basta! ¡Callaros de una vez y estaros quietos, ¿no escucháis las
voces que se acercan ya por el pasillo? Entra el segundo turno médico de
guardia…
La puerta de la sala se abre, los fluorescentes vuelven a
encenderse con un leve crepitar, el chirrido de las ruedas de una camilla sobre
el suelo, las risas amortiguadas de dos camilleros, el cuchicheo del médico
dando órdenes a su ayudante…
La vida continua… O quizás fuera más acertado decir la
muerte…
Otro cuerpo inerte sobre la losa fría que espera su turno en
la pista algo colapsada de salida...
Y los muertos se quedan callados nuevamente. Quién sabe si
pensando en las vidas vividas o en la muerte aún por vivir que les aguarda.
Carmen
(28 de enero del 2018)
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"Omnia mea mecum porto"
Soy todo lo que tengo
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