domingo, 28 de enero de 2018

LA MORGUE


LA MORGUE

Faltaban apenas un par de minutos para la medianoche cuando el ayudante del forense después de un último vistazo a la impoluta sala, apagó los fluorescentes que desde el alto techo esparcían su luz.

El silencio se unió a las sombras y junto a la tenue lucecilla, casi imperceptible de los focos de emergencia, confirió a la estancia una atmósfera fantasmagórica e irreal. Los contornos de la losa de mármol que hacía las veces de mesa de autopsias parecían difuminarse bajo lo que parecía una neblina de ilusoria realidad, seguramente, fruto del vaho producido por el agua caliente con la que el ayudante del forense había lavado dicha losa y el frío reinante en la estancia. Al fondo, las múltiples puertecillas de las cámaras frigoríficas dispuestas en la pared a modo de nichos, se veían iluminadas de manera intermitente por las ráfagas de luz de los faros de los pocos vehículos que a aquellas horas circulaban por la autopista y que se colaba por la rendija de una de las persianas del elevado ventanal que se abría en la pared opuesta.

Silencio…

Sombras…

De repente, un bostezo. Un murmullo. Una palabra aislada.

-       ¡Quiero salir de aquí…!  (Era una voz cascada. Una voz cargada por el peso de muchos años y con el acento mellado de alguien a quien le faltan muchos dientes. Un mendigo.)

-       ¡Estás loco! ¡Cállate de una vez! (Esta vez la voz era joven, indolente y algo chulesca. La voz de alguien que apuesta la vida a “todo o nada” y esta vez le toco perder pero sigue sin creérselo. Un motorista, muerto en un accidente mientras corría su última carrera.)

-       Por favor… Que alguien me diga que pasa… (Una voz fresca, fina y un poco afectada. La de una mujer ni joven ni vieja a la que la muerte sorprendió mientras un coche la atropellaba.)

-       ¿Que qué pasa? ¿Qué quiere que pase? Pues nada, señora, que estamos bien jodidos. ¡Casi nada! ¡Muertos, estamos muertos! (El motorista)

-       ¡Eso es imposible! ¡Yo no puedo estar muerta, mi destino me aguarda!

-       ¡Ya lo creo señora, su destino la aguardaba, no le quepa duda de ello! (Esta voz, ronca y sensual, casi acariciadora, perteneció en vida a un abogado. Uno de esos picapleitos que se encargan de divorcios y al que un marido, harto de que le dejara sin nada, había dado muerte a machetazos aquella misma mañana)

-       ¿Quién me ha robado mi botella de vino? (El mendigo) A mí no me importa estar muerto, total, mi vida hace mucho que dejó de ser vida y ya nada me importaba. Pero mi vino… ¡Mira que quitarme mi botella de vino! ¡Eso sí que es tener mala baba!

-       Hermanos… Tranquilos… ¡El Altísimo nos aguarda! (Esta era la voz pausada de un clérigo que había fallecido dos días antes en la beatitud de su celda)

-       ¡El Altísimo…! ¡El Altísimo…! ¿Y dónde nos aguarda, páter? Porque yo aquí no veo ni túnel ni luz al final ni caras familiares ni ninguna de esas gaitas de las que tanto hablaban. ¿Dónde están, dónde?

-       Hijo mío, se tanto como tú. Llevo dos días muerto y aún no vi nada, solo esta oscuridad que nos abraza. Pero paciencia, tenemos toda la eternidad por delante.

-       ¡Pues vaya inoportunidad, ahora que por fin había conseguido una cita con el amor de mi vida.! (la voz llorosa de la mujer desconsolada)

-       ¡La vida es una mierda! ¡Quiero mi botella!

-       ¡Por Dios, qué frio hace! Pienso poner una demanda millonaria.

-       ¿A quién? Si me interesa, me apunto a eso de la demanda. Mi moto valía una buena pasta.

-       Pues no sé, ya veremos qué pasa.

-       ¡Ya basta! ¡Callaros ya todos! (El trueno en forma de voz de un hombretón al que después de cuatro días aún no había reclamado ningún vivo y del que nadie sabía nada) Los del más allá en huelga sin dejarnos pasar al otro lado… ¡Los de aquí, sin querer creerse lo muertos que están! ¡Ya basta! ¡Callaros de una vez y estaros quietos, ¿no escucháis las voces que se acercan ya por el pasillo? Entra el segundo turno médico de guardia…

La puerta de la sala se abre, los fluorescentes vuelven a encenderse con un leve crepitar, el chirrido de las ruedas de una camilla sobre el suelo, las risas amortiguadas de dos camilleros, el cuchicheo del médico dando órdenes a su ayudante…

La vida continua… O quizás fuera más acertado decir la muerte…

Otro cuerpo inerte sobre la losa fría que espera su turno en la pista algo colapsada de salida...

Y los muertos se quedan callados nuevamente. Quién sabe si pensando en las vidas vividas o en la muerte aún por vivir que les aguarda.


Carmen

(28 de enero del 2018)


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"Omnia mea mecum porto"
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