miércoles, 29 de enero de 2014

LAS PALABRAS PERDIDAS


LAS PALABRAS PERDIDAS


Mi afición por la lectura comenzó muy pronto. Mi padre con toda su santa paciencia me enseñó casi siendo un bebe aún a leer y escribir, cosa que ya hacia con bastante soltura a la edad de tres años.

Lo más curioso fue que para enseñarme a leer comenzó a mostrarme las palabras en las novelas del oeste americano que a él tanto le gustaba leer y que aún hoy en día lee. Sí, seguro que todos recordáis aquellas novelitas de Marcial Lafuente Estefania que vendían en todos los quioscos de prensa e incluso se cambiaban pasando de mano en mano una y otra vez.

Luego vino, claro está, el aprender a leer como Dios y los cánones mandaban... Con El Parvulito.



Muy interesante también el Parvulito. Estoy segura de que muchos y muchas sois los que recordáis aquellas cartillas de lectura que nos hacían repetir una y otra vez hasta que aprendíamos a unir consonantes y vocales para ir formando palabras. De hecho, muchos años después, mis hijos aprendieron a leer de mi mano con esas mismas cartillas.



Claro que yo, me aburría soberanamente a mis cuatro años mientras sor Cecilia se empeñaba en que repitiera que la "M" con la "A"... era MA y que si repetía ese sonido de nuevo, decía "Mamá"... ¡Menuda noticia!. Tanto me aburría que me dedicaba a buscar las archifamosas "musarañas" que todo el mundo parecía conocer pero que nadie había visto jamás y claro, la pobre de sor Cecilia se ponía que parecía un basilisco.

Sor Cecilia estaba de buen ver... Redondita, redondita como una "O" mayúscula. Me miraba con aquellos ojos también redondos y negros que tenía y que cuando se enfadaba parecía que echaran fuego y resoplaba como un toro Miura o como un tren a punto de iniciar la marcha. Se acercaba a mí en dos zancadas y mientras mis compañeras se encogían en sus pupitres de puro miedo, me soltaba:

- A ver, Carmencita, deleitanos con la lectura de la página. ¡Y sin una sola equivocación o te quedas sin recreo, de rodillas y con los brazos en cruz por despistada!

¡Mira que podían tener mala baba aquellas monjitas! Y yo suspiraba, me ponía en pie y leía:

- "Mi mamá me mima..." Así, de corrido y como si nada... Y ahí, me daba la risa interna y apostillaba... ¡Y no me enseña a decir bobadas!

¡Madre mía, la que se liaba!

Mis compañeras muertas de risa... Gritos y hasta vivas resonaban, mientras la pobre de sor Cecilia se subía por las paredes roja como un pimiento morrón y no sabía si arrearme una guantada, mandar callar a mis compañeras o salir corriendo del aula. Como consecuencia, aquel día me quedaba sin recreo, aunque lo de rodillas... como era tan inquieta y no paraba y siempre las llevaba arañadas, me lo perdonaba.

¡Qué buenos recuerdos de una infancia feliz!

Años más tarde, ya en mi adolescencia, fue cuando verdaderamente comenzó mi vocación lectora... Y escritora.

Me gustaba pasar mis tardes en la biblioteca municipal. Rodeada de libros de todo tipo. Recuerdo con añoranza aquellos días, la penumbra y el sepulcral silencio que reinaba allí. El olor a polvo y moho de algunos de los ejemplares mas viejos, las risas que se colaban furtivas desde la zona infantil donde alguna vez un cuentacuentos deleitaba a los niños que allí había con alguna de sus aventuras. Recuerdo a la bibliotecaria siempre parapetada tras sus gafas de concha tras de las cuales me lanzaba una mirada inquisitoria cuando solicitaba algún ejemplar para llevarme a casa... Y recuerdo sobre todo al señor Rafaél. Don Rafaél era un señor muy, pero muy mayor. Debía rondar los ochenta y muchos y no fallaba ningún día. Le gustaba sentarse junto al ventanal a leer el periódico porque decía que en aquella paz podía meditar lo que leía y recordar otros tiempos mejores.

En fin, a lo que iba cuando comencé este relato, que he terminado divagando y si me descuido me iré por las ramas... Me siento, siempre me sentiré en realidad, muy agradecida a mi padre que me inició en la lectura... y el gusto por las aventuras novelescas... y que más tarde me enseñó a escribir y plasmar lo que tejía mi imaginación, aunque aquellas letras se hayan perdido en el tiempo sin memoria. Y le agradezco a la sufrida de sor Cecilia y a la eficaz competencia de la bibliotecaria y al tesón diario y ejemplar de don Rafaél... Y agradezco así mismo todo el tiempo que por circunstancias de la vida he perdido y en el que olvide mi afición por expresarme y prometo volver a juntar todas aquellas palabras perdidas que desperdicié para que vuelvan a ser lo que siempre debieron ser y dejen por siempre de ser tan sólo:


Las palabras perdidas que
no se volaron con el tiempo.
Se escondieron 
del sol y del viento
refugiándose en lo más
profundo del corazón.

Las palabras perdidas que
piden la vez para renacer,
ave Fénix, del olvido.
Para sacudirse el polvo,
para volver a florecer.



Carmen

(29 de enero del 2014)

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1 comentario:

  1. Reverencio tu inspiración y la exquisita forma de transmitir la vida y los recuerdos en tus relatos, nos devuelves trocitos de vida, de infancia, de etapas que se grabaron en nuestra conciencia como eventos cargados de una inocencia pura que añoramos. Infinitas gracias por este regalo al alma. D.d.S

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