Eso fui. Una suerte de botella echada al mar. Botella sin mensaje. Menos nada. Nada menos. O tal vez una primavera que avanzaba a destiempo. O un suplicante desde el Más Acá. Ateo de aburridos sermones y supuestos martirios.
Eso fui y muchas cosas más. Un niño que se prometía amaneceres con torres de sol. Y aunque el cielo viniera encapotado, seguía mirando hacia adelante, hacia después, a renglón seguido. Eso fui, ya menos niño, esperando la cita reveladora, el parto de las nuevas imágenes, las flechas que transcurren y se pierden, más bien se borran en lo que vendrá. Luego la adolescencia convulsiva, burbuja de esperanzas, hiedra trepadora que quisiera alcanzar la cresta y aún no puede, viento que nos lleva desnudos desde el suelo y quién sabe hasta (y hacia) dónde.
Eso fui. Trabajé como una mula, pero solamente allí, en eso que era presente y desapareció como un despegue, convirtiéndose mágicamente en huella. Aprendí definitivamente los colores, me adueñé del insomnio, lo llené de memoria y puse amor en cada parpadeo.
Eso fui en los umbrales del futuro, inventándolo todo, lustrando los deseos, creyendo que servían, y claro que servían, y me puse a soñar lo que se sueña cuando el olor a lluvia nos limpia la conciencia.
Eso fui, castigado y sin clemencia, laureado y sin excusas, de peor a mejor y viceversa. Desierto sin oasis. Albufera.
Y pensar que todo estaba allí, lo que vendría, lo que se negaba a concurrir, los angustiosos lapsus de la espera, el desengaño en cuotas, la alegría ficticia, el regocijo a prueba, lo que iba a ser verdad, la riqueza virtual de mi pretérito.
Resumiendo: el porvenir de mi pasado tiene mucho a gozar, a sufrir, a corregir, a mejorar, a olvidar, a descifrar, y sobre todo a guardarlo en el alma como reducto de última confianza.
Rompió su silencio sin permiso, a deshora, casi se diría que a traición.
A traición porque no era deseo de él romperlo y tampoco ella lo quería romper, pero sucedió.
Se confió y cuando ya creía tener controlada la situación, su razón le jugo una mala pasada y se dejo vencer por el corazón.
Ella rompió el silencio impuesto por él... Pero el silencio... El silencio no se fue. y cuando él habló de nuevo, fue ella la que enmudeció y se fue alejando en la nada hasta desaparecer.
Pues de una manera casual, sin buscarlo ni proponérselo. Cuando en realidad ya nada esperaba de la vida y mucho menos podía imaginar que algo que ya daba por perdido en su existencia, le llegaría así, de aquella manera, sin avisar.
Aquella tarde había quedado con sus amigas de siempre, con las mismas con las que había ido primero al colegio, luego al instituto y mas tarde a la universidad. Aquellos momentos, el recuerdo de aquellos días de un pasado aún reciente en realidad, eran casi lo único que las unía. De las cinco amigas, ella era la única soltera, la nota discordante en verdad.
Helena, Ana y Pilar, llevaban varios años casadas e incluso tenían hijos a los que criar. Hoy celebraban la despedida de soltera de Silvia y ella se sintió como casi siempre últimamente, fuera de lugar.
No había tenido suerte en el amor. Pensaba que debía ser un bicho raro, que algo en ella fallaba a las leyes de la naturaleza y repelía a los hombres. No era fea. Tampoco es que se considerase una belleza de desfile de modas, pero no era fea. Tenía simpatía, era respetuosa, educada, pero algo fallaba. Quizás fuera lo que un día le dijo un compañero abogado, que era demasiado lista y eso asustaba a los hombres. No lo sabía, pero estaba cansada de su soledad.
Quería un hombre en su vida, quería una despedida de soltera como la de su amiga Silvia, quería tener hijos, una casa y hasta quería tener un perro que le ladrara cuando regresara a su hogar.
Se había despedido de sus amigas tras la cena con una excusa que ni ella creyó y había deambulado por las calles durante horas. Se cruzo con gente a la que ni siquiera miró. Gente que reía, gente abrazada, gente besándose. Borrachos que balbuceaban, ¿Qué podría importarles alguien como ella, inmersa en su soledad?
El frío de la madrugada la hizo reaccionar y al pararse se dio cuenta de que no conocía aquel lugar. Una calle estrecha y algo empinada como cualquier otra calle del centro de la ciudad.
Un gato negro salto de un cubo de basura cercano y echo a correr calle abajo como si le persiguiera el mismo diablo y a lo lejos un perro comenzó a ladrar. Un viento helado pareció envolverla de repente y se abrazó a si misma tratando de envolverse aun más en su abrigo. Unas puertas más allá, brillaba el neón que anunciaba un bar.
Presurosa encamino sus pasos hacía allí y con un suspiro de alivio entró en aquel lugar.
Era un lugar agradable, cercano, con un regusto de intima familiaridad.
Tras la barra, el camarero se afanaba en colocar los vasos y tazas que sacaba del lavaplatos. Era un hombre de mediana edad que la miro de soslayo antes de indicarle que si quería un café iba a tener que esperar a que la cafetera estuviera lista pues, la acababa de conectar.
Ella le saludo con un buenos días, se quitó el abrigo que doblo y dejo sobre un taburete mientras se sentaba en otro, se acodaba en la barra de madera limpia y pulida y se disponía a esperar. Siguió ensimismada en sus pensamientos, tan ensimismada que no le vio acercarse, como anteriormente no se había percatado de que había alguien más en aquel lugar.
Él se le acercó y le preguntó algo que ella no entendió, que ni siquiera escucho. Él tocó su hombro para llamar su atención y ella se sobresalto. Le miro sin comprender aún y él le regalo la más dulce de las sonrisas mientras le ofrecía un cigarrillo que ella declinó.
Sus miradas se cruzaron y ambos quedaron enganchados, perdidos en los ojos del otro, hundiéndose más y más en las profundidades de aquellos oscuros lagos hasta llegar a lo más íntimo de sus corazones.
Es él... Pensó ella.
Es ella... Pensó él.
¿Que va a ser?... Preguntó el camarero.
Un café... Respondieron ambos a la vez.
Las palabras no brotaban de sus bocas pero tampoco eran necesarias. Se hablaron con los ojos, con sus miradas cargadas de reconocimiento e inmenso amor.
El camarero puso ante ellos dos cafés. Él extrajo un billete de su cartera y lo dejó sobre el mostrador.
Se volvió nuevamente a ella y en un susurro le preguntó:
- ¿Qué harás hoy?
- Lo que queramos los dos. Es domingo y no existe el reloj. - Fue su respuesta.
Él la ayudo a ponerse el abrigo y tomándola de la mano la condujo a la salida. Fuera, el viento ululaba y traía consigo ráfagas de lluvia. Ambos rieron con una risa casi infantil y echaron a correr calle abajo sin importarles nada más que su propia felicidad.
El camarero que les miraba atónito desde el mostrador con las vueltas de los dos cafés en la mano, se encogió de hombros mientras pensaba en la buena propina obtenida y en lo impredecible que podía ser el amor.
*Pedro Sanz Gonzalez es un excelente pintor español, madrileño por más señas, cuyas obras os invito a disfrutar despacio, saboreando su fuerza, su colorido, su expresividad. Su pintura Figurativa Contemporánea y realista, nos transporta.
Ingeniero Aeronáutico, ha sabido plasmar su pasión inspirándose en los grandes maestros de la pintura. El tema de sus obras se centra en la figura humana, los desnudos, retratos y la pintura simbólica, a los que pese a la influencia de los maestros ha sabido dar un aire moderno y actual utilizando para ello técnicas y conceptos nuevos, haciendo hincapié en las miradas, en lo bello de los cuerpos desnudos y en esas figuras que surgen, sugieren y nos hacen pensar.
Cada una de sus obras es una reflexión. Nos paralizan, nos transportan y nos hacen soñar.
Esto es lo que yo vi en sus obras y desde aquí quiero agradecerle el que me haya dado permiso para utilizar una de estas obras como ilustración de mi pequeño relato, el cual, en correspondencia a su amabilidad, le quiero dedicar.
Y ahora sí, a los que os guste el arte tanto como a mi (y a los que no, porque de seguro os enganchara) os invito a visitar la web de este gran artista:
*Tomasz Alen Kopera nació en 1976 en Kożuchów, Polonia. Estudió en la Universidad de Tecnología de Wroclaw, donde obtuvo un título en ingeniería de la construcción. Su talento artístico salió a la luz ya en la primera infancia. Tomasz pinta en óleo sobre lienzo. La naturaleza humana y los misterios del Universo son su inspiración. Sus pinturas impregnan con símbolos que a menudo se relacionan con la psique humana y la relación del hombre con el mundo circundante.
Sus pinturas son de color oscuro y misterioso. La técnica, desarrollada a lo largo de muchos años, da testimonio de una gran sensibilidad y el talento del artista. Tomasz es célebre por su atención aguda a los detalles y dominio del color. “En mi trabajo trato de llegar al subconsciente. Quiero mantener la atención del espectador por un momento más. Hacer que quiera reflexionar, contemplar.”En 2005, el artista se trasladó a Irlanda del Norte, donde vive ahora. Desde 2010 ha sido miembro de Libellule grupo formado por Lukas Kandl
Para más información podéis visitar su página: http://alenkopera.com/
Entre tanta estrella fugaz llegaste como una luciérnaga; me robaste el corazón, arrasaste mi alma y dejaste prendida en mi una luz que quema y abrasa, porque el mundo era mucho más hermoso cuando podía verlo reflejado en tu mirada.