Y es que a veces soy vacío y a veces soy nada. Sin identidad ni rostro, anónima, por todos y de todos olvidada. Y me encojo, me enrosco sobre mi misma, como esas flores nocturnas que se resguardan del alba. Y la luz me molesta y me molestan las miradas y me resguardo en el silencio oscuro de la negra noche que me habita y en ese mismo silencio ahogo mi alma en lágrimas.
Sí, ya sé que aquí es primavera, no me volví loca, no ... Bueno, aún no ... O eso creo ...
El Caso es que extraño el otoño, el tuyo y el mío. El pasear juntos pisando las hojas muertas que crujen bajo nuestros pies como quejándose en un último intento por no desfallecer, no sucumbir, no desaparecer. El tumbarnos bocarriba en el claro del bosque donde se ha colado el sol como un furtivo entre las nubes que viajan deprisa, deprisa, como si llegaran tarde a una cita con su amado.
Extraño el fuego de la chimenea, y la taza de té humeante que me preparas para que temple mis manos heladas... Y la mantita de cachemir con que me cubres mientras contemplamos el estallido de oros y ocres en los árboles que atisbamos por la ventana que da a las montañas.
Y extraño las frías gotas de lluvia de que el viento repentino arranca a las nubes. Siempre pensé que eran lágrimas derramadas por el verano perdido ... Pero esas Lagrimas a mí me hacen sonreír cuando las siento caer sobre mi piel y no sé por qué, siempre me hacen pensar en la calidez de tu abrazo.