domingo, 14 de julio de 2013

CONTANDO OVEJAS

Esta imagen es de la ilustradora
Rachelle Anne Miller

CONTANDO OVEJAS


¡Hay que ver las cosas que puede idear y crear la mente humana cuando no puede desconectarse con el sueño!

Las noches de insomnio suelen ser largas y tediosas, pero os aseguro que a veces pueden ser alucinantes y divertidas, de hecho, muy divertidas.

Estoy segura de que todo el mundo ha pasado alguna noche de insomnio y se podrá hacer una idea de a que me refiero. Claro, que existen algunos pocos seres a los que Dios les concedió la divina gracia del dormir perpetuo y no tienen que hacer ningún esfuerzo para abrazar cada noche a Morfeo con sólo cerrar sus ojos, así que, es precisamente a esos seres a los que les podría sorprender más mi pequeño relato.

Contar ovejas para tratar de dormir no es una tarea tan inocente y sencilla como pudiera parecer. Conlleva una preparación y una parafernalia de mucho cuidado. No es nada sencillo, no.

Primero tratas de relajarte. Te tumbas en la cama lo más cómoda posible, respiras hondo, suspiras, te encomiendas a todos los santos y comienzas a pintar en la negrura de tu mente el verdor de una fresca pradera. Una luz tenue ilumina la pradera, una valla de madera aparece justo en mitad de la susodicha pradera. Unas blancas, esponjosas y dulces ovejitas aparecen a un lado de la valla que parte en dos la verde pradera...

¡Ah, qué hermoso! ¡Cuánta paz se respira! ¡Qué relajante sensación contemplar esa bucólica estampa campestre!

En fin, ya estamos listos para comenzar el conteo de nuestro rebaño.

Sonreímos y comenzamos….

¡Una…!

¡Dos…!

¡Tres…!

¡Quince… …!

¡Treinta y tres…!

¡Cincuenta y cuatro..!

¡Noventa…!

¡¡¡CIEN!!!

Aquí ya comienzas a sudar. Te pica el pie, luego una oreja… Un mosquito hace acto de presencia con su molesto zumbido… Un grifo comienza a gotear en algún lado indeterminado de la casa… ¡Uffffffff!

¡Basta!

Vuelves a respirar hondo, te rascas el pie, la oreja, le haces un corte de mangas al mosquito mientras enciendes la lámpara de la mesilla de  noche y enchufas el insecticida eléctrico, vas hasta la cocina y cierras bien el grifo que gotea, regresas a la cama, te tumbas, apagas la luz rezando entre dientes a tus ángeles guardianes para que nada ni nadie perturbe tu paz ahora y comienzas de nuevo.

Esta vez, pasas con éxito la barrera de las cien ovejitas.

Y la de las trescientas…

Cua... trocientas…

Qui… nien… tas…

O…chocien… tas…

¡¡¡M…  i… l…!!!

¡Por fin!

¡Por fin ves llegar a Morfeo por el camino y viene a tu encuentro!

Y de repente, te invade un calor tremendo. Un ahogo insoportable. Los balidos de las ovejas te van a dejar sorda. Huele a ovejas. ¿Huele a ovejas? ¿Pero cómo va a oler a ovejas?

El corazón se te acelera. Trepa por tu garganta como si quisiera huir despavorido y alargas tu mano temblorosa para encender la luz nuevamente.

Y la enciendes… Y… ¡Madre del Amor Hermoso!

Tu cuarto está plagado de dulces ovejitas que balan y saltan unas encima de las otras apiñadas a tu alrededor.

Te falta el aire y sientes   que la locura acaricia tu cabeza con delicada mesura. ¿Qué puedes hacer? Intentas pensar, pero tienes el cerebro recalentado y de repente se te ocurre que necesitas aire. Sí, eso es, abrirás la ventana y ya pensarás algo después.

Como puedes te bajas de la cama y buceas más que nadas en el mar de lana rizada en el que se ha convertido tu cuarto. Llegas a la ventana, la abres y respiras aliviada. El aire fresco te besa el rostro acariciándolo como un bálsamo. Te olvidas de todo, del sueño, de Morfeo, de las ovejas. Pierdes la noción del tiempo y de pronto sientes la urgencia de un empujón y luego otro y otro.

Cuando te vienes a dar cuenta, las ovejas están saltando por la ventana y tu te quedas perpleja, atónita. Las ves pasar a tu lado en una ordenada fila de dos, tomar impulso y saltar por la ventana como si esta fuera otra valla más.

¡Madre mía, que golpe se van a dar!

Piensas mientras tomas conciencia de la elevada altura que te separa de la calle. No en vano vives en un séptimo piso, con ascensor, eso sí. Claro que el ascensor no se encuentra al otro lado de la ventana, sino al otro lado de la casa, en el extremo opuesto a tu cuarto.

Cada vez quedan menos ovejas y tú vas despidiendo a las últimas en saltar mientras haces recuento mental de las pérdidas económicas que su huida te genera.

¡Adiós a la lana que esquilarías!

¡Adiós a la leche que ordeñarías!

¡Adiós al queso que harías!

¡Ay, Dios! ¡Sin duda la falta de descanso y sueño reparador ha terminado por volverte loca, rematadamente loca!

Cuando al fin salta la última oveja y te atreves a mirar fuera, lo que ves, provoca que tu mandíbula caiga de golpe dejándote con la boca abierta.

Calle abajo van tus ovejas con Morfeo de pastor a la cabeza. Se alejan alegremente y tu te sientes herida por la daga de la burla  mientras tus ojos llenos de lágrimas perciben los primeros rayos del astro Rey anunciando el nacimiento de un nuevo día.

Y llena de pena levantas tu mano y despides a Morfeo y sus ovejas mientras tomas conciencia que te has pasado otra noche más en blanco, aunque esta haya sido más emocionante y plena.

La próxima noche te prometes dormir aunque sea tomando las pastillas que siempre deshechas.


Carmen
(13 de julio del 2013)

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