domingo, 28 de octubre de 2012

BAILANDO CON EL DIABLO AL FILO DE LO ABSURDO


BAILANDO CON EL DIABLO AL FILO DE LO ABSURDO


¿Cómo era…. Viviendo con mi enemigo… durmiendo con mi enemigo…?

No, "viviendo con…" no era… Creo que ese es el titulo de una canción de Don Omar.  No me gusta el reggaetón, no comprendo que mecanismos mentales me ha traído esa canción a la mente pero tampoco dispongo de tiempo ni ganas para pararme a analizarlo.

En cuanto a lo de “durmiendo con…” ¿No era aquella película donde Julia Roberts, tenia que convivir con las manías de un marido obsesivo convulsivo y psicópata violento que convirtió su vida matrimonial en un infierno? Sí, creo que sí. Pero tampoco es lo que yo busco para esto que quiero escribir.

Me he dado cuenta que es mejor comenzar a escribir un relato por el final para llegar a su principio. Tal vez por que soy de esas personas que la mayoría de las veces no puede contener el impulso de leer primero la última página de sus libros favoritos. Al contrario de lo que me dicen todos, el leer el final de un libro para mi no le resta ningún interés a la trama del mismo, muy al contrario, me asaltan mil preguntas de cómo sería que se origino todo y qué causas llevaron a ese desenlace.

También soy de las que creen firmemente que el titulo de cualquier escrito debe ponerse al final de cada escrito después de mucho meditar y pensar en ello. Como si se tratase de buscar el mejor y más adecuado nombre a un hijo. Pero como hoy lo que deseo es justo hacer las cosas al revés, por aquello del “más difícil todavía”, como si se tratase de una función de circo o de la representación de algún mago fabuloso salido de su propia chistera, quiero empezar precisamente por poner título a este relato.

Creo que lo titularé… "Bailando con el diablo al filo de lo absurdo"...

Una campana sonaba lastimera bajo la pesada cortina de lluvia que caía como un telón sobre el último acto de su vida. Hacía frío y la humedad calaba los huesos, sembrando de manchas rojas la piel delicada del rostro de las señoras que por caridad acudían de plañideras a los entierros donde nadie mas acudía.

Un cura, de triste figura, enjuto y de larga barba… Sería por eso lo de la triste figura, por la semejanza a un quijote despojado de su armadura y vestido de negro…? En fin, dejaré de divagar… Como decía, un cura salmodiaba al pie de la fosa abierta unas palabras de consuelo mientras de reojo miraba el reloj que se  adivinaba, más que se veía, en el cercano campanario de la capilla.

Las tres mujeres, lloronas de oficio, interpretaban su papel de duelo poniendo la nota musical al acto con sus quejidos y sus lamentos. Eran toda la compaña de aquel pobre cuerpo que nadie conocía en el pueblo en su último adiós lastimero a este mundo enfermo.

Nadie sabía su nombre ni de donde procedía ni a donde se dirigía. Asomó por la puerta de la fonda que hay en la plaza junto al ayuntamiento unas dos semanas antes de aparecer muerta. Dicen que Rosario, la hija del pregonero que es medio lela o poco más, aunque yo pienso que en verdad se hace la tonta para vivir del cuento… Otra vez divagando… Bueno, pues dicen que la Rosario hablo con ella y asegura que cuando le pregunto que buscaba, la mujer vestida de gris le dijo que buscaba bailar con el mismo diablo en una encrucijada.

Pero vaya usted a saber si eso que va contando la Rosario como la cantinela de un pregón, por deformación profesional del padre, digo yo… es o no es cierto.

Se llamaba Beatriz Segura, se supo cuando el alguacil registró sus cosas después de que Jacinto el de la Manuela, encontrara  su cadáver helado cerca del río en la madrugada.

Aquel era un pueblo pequeño, de esos pueblos donde todos se conocen y donde todos saben y cuchichean sobre la vida, obra y milagros de sus convecinos. Como si ser pocos y medio familia entre si, les diera permiso para inmiscuirse en cosas ajenas y andar por la casa del vecino como si se tratara de sus propias casas. Pero esta mujer había conseguido con su aparición y con su triste final lo que jamás nadie hubiera podido esperar en semejante lugar. La pobre de Beatriz, había conseguido que todas las bocas hablaran de un mismo tema.

Había quien decía que si la “señora” había venido en busca de marido. Otros que opinaban que se había perdido y buscaba refugio y consuelo para su soledad y los que más opinaban que Beatriz Segura huía de la mala suerte y de un desengaño amoroso sin precedentes.

Lejos estaban de adivinar quien era aquella mujer en realidad.

Beatriz Segura era el nombre de pila de “la Bella Sandoval” una cupletista de cafetín y folletín de prensa rosa que abrumada por la fama de la ciudad, decidió tomarse unos días de anónimas vacaciones lejos del bullicio y los flashes de las cámaras que no la dejaban ni respirar.

Se salió de su casa una madrugada después de regresar de su función en el teatrillo de Las Américas donde actuaba. Como una sombra se deslizo por pasillos y corredores. Bajo sigilosa y con cuidado de no pisar las escaleras que más crujían bajo el peso del cuerpo porque no la delataran. No llevaba más equipaje que un pequeño bolso con lo indispensable, ya compraría por ahí lo que le fuese haciendo falta.

Al salir a la calle con las primeras luces del alba, se arrebujo en su abrigo, cubriendo su rostro a medias con el cuello de piel, protegiéndose así de miradas indiscretas y del frío aire que la azotaba. Alzo la mirada hacia las ventanas oscuras y sin vida aún de su propia casa y en un susurro esbozó una sonrisa y un hasta pronto que se llevo el viento hacia unas nubes que presagiaban agua.

Con paso ligero emprendió el caminar hacia la plaza, donde un taxis la llevaría a la estación de autobuses  y allí tomaría el primero que saliese. No le importaba el rumbo que este tomase, ni el final que le deparase la última parada de su viaje. La aventura era eso… viajar sin destino donde 
este mismo la llevara.

Pobre, que lejos estaba entonces de pensar en lo que mas adelante la aguardaba.

No reparo en aquel hombre bien vestido hasta que este se sentó junto a ella y gentilmente la saludo con una inclinación de cabeza mientras se tocaba el ala de su sombrero de fieltro negro  y banda de raso amarillo antes de quitárselo y ponerlo sobre sus piernas. Tampoco entonces le dio mucha importancia. El hombre abrió su periódico y se zambullo en sus letras tan pronto como el autobús se puso en marcha y ella se dejo ir en pensamientos bulliciosos mientras veía pasar por la ventanilla los tan conocidos y los menos conocidos, edificios de la ciudad.

No hubiera sabido decir cuanto tiempo había pasado durmiendo, pero cuando despertó, su mejilla apoyada en el hombro de aquel hombre le dolía tanto que entendió que  debía hacer bastante rato. Se incorporó sobresaltada con un “disculpe, cuanto lo siento” en la boca y un rictus de vergüenza en la mirada. Y entonces cambió todo para ella. Él la miro y le dedico la más hermosa sonrisa que jamás hubiera imaginado que nadie le dedicara.

Aquella sonrisa fue como una tarjeta de presentación para ambos. Ella le dijo que se llamaba Beatriz y que iba hasta donde terminase aquel billete que había comprado sin saber para donde y que no recordaba el nombre del pueblo al que se encaminaba. Él le dijo que se llamaba Ricardo y que se dirigía un poco antes de que ella llegase a su destino, justo donde el camino se bifurcaba en una encrucijada.  El camino se hizo menos largo y más ameno. Ambos se habían embebido en una conversación liviana y sin trascendencia donde las risas de ella se combinaban a la perfección con los silencios profundos y densos cuando él la miraba con fijeza.

Caía la tarde cuando él inicio la despedida y ella temblorosa y perdida, sujeto su brazo preguntándole con una mirada de suplica si volverían a verse algún día. El volvió a dedicarle aquella sonrisa que le cautivaba el alma y le respondió que sí, que  cualquier tarde que quisiera en aquella misma encrucijada. Mientras le veía bajar del autobús, sentía que con él se iba parte de su propia alma. Nunca se había sentido así, tan desolada. No quedaba nadie más que ella y el conductor y cuando le preguntó a este si faltaba mucho para llegar a su destino, el hombre se volvió a medias y le contesto que escasos metros la separaban de su destino final… 

Paradójica la puntualización de aquel hombre ahora que volvemos atrás la mirada. Irónica respuesta que sin saberlo sería en breve una verdad acertada.

Se apeó del autobús en la misma plaza donde confluían la iglesia, el ayuntamiento y la fonda. El portón de la iglesia estaba abierto y se apreciaba la luminosidad de los cirios en medio de las nacientes sombras que comenzaban a rodear el edificio. Se quedo unos minutos contemplando las casas cuyas fachadas, no las distinguían de otros pueblos que hubiese podido visitar. Sin duda era un pueblo sencillo, tranquilo, de esos lugares donde nunca pasa nada, justo lo que ella buscaba.

Una muchacha vestida con una sencillez limpia y casi profana se le acerco y le pregunto que buscaba… Ella la miro unos instantes con una sonrisa bailándole en la comisura de la boca y escapándosele por la mirada y mientras rompía a andar hacia la posada le contesto con su voz cantarina: “Bailar con el mismo diablo en una encrucijada”.

Los días transcurridos en aquellas dos semanas, fueron tranquilos y serenos, tan serenos que a veces la ahogaban. Cada tarde, a la caída del sol, solía ir dando un paseo hasta la encrucijada donde él se apeó con la única esperanza de volver a verle de nuevo y cada tarde regresaba con el alma envuelta en tristezas que la acongojaban.

El último día, lo paso inquieta, nerviosa. No lograba entender que le pasaba e incluso llego a pensar que quizás debería regresar de nuevo a su mundo antes de que tanta tranquilidad la matara. Aquella tarde se dio un baño largo y tardo mucho tiempo en su arreglo… Como una novia, se tomó su tiempo en arreglarse poniendo especial atención y esmero.
Y como cada tarde, a la caída del sol emprendió el camino de la carretera rumbo a la encrucijada.

Aquel día, que había amanecido tan diferente al resto para ella, cobro significado cuando al llegar a su destino le vio a él parado en el mismo centro del cruce de caminos esperándola. Una alegría nerviosa se arremolino en su pecho y corrió a su encuentro desesperada. Ricardo abrió sus brazos y la recibió en su pecho dispuesto a no soltarla. Un bando de palomas levanto allí cerca el vuelo, otras aves piaron con fuerza y el viento arrancó lamentos de las altas ramas  de los árboles que desde aquel cruce de  camino  los observaban.  Comenzaron un movimiento lento de rotación, girando sin moverse del sitio, como una pareja de enamorados que bailara a los primeros rayos de la luna que ya asomaba.

Él le dijo “ven”… ella se dejó llevar. No parecía tocar el suelo con los pies al caminar, era como si la llevase en volandas… Flotaban… Escucho el ruido del agua bajando impetuosa  de las montañas que ella había visto otros días recortarse a la izquierda del camino. El viento volvió a soplar más helado que antes, pasó rozándoles el rostro con un silbido lastimero y se enredo unos segundos en su cabello como queriendo agarrarla.

La abrazo con una fuerza que la lastimaba, la miró a los ojos con una mirada profunda y negra que la hipnotizaba y selló su boca con la suya en un beso de muerte donde bebió hasta saciarse de su pobre alma. Minutos después de aquel beso mortal, allí yacía Beatriz con los ojos abiertos como balcones de par en par y el espanto plasmado en aquella mirada ciega, tal y como la encontrara horas después, al rayar el alba, el pobre Jacinto, el cual no conocía hasta entonces  más emoción que la de salir al campo con su mula y sus aperos de labranza.

Se aviso a la guardia civil… se pusieron avisos en los periódicos de la provincia, pero nadie reconoció a Beatriz ni reclamo su cuerpo ni siquiera la echaron en falta. Y días después de ser hallada muerta, la enterraron en el cementerio del pequeño pueblo, por caridad humana… Bueno y como añadiría Fermín, el enterrador… porque ya olía que apestaba.

Consiguió Beatriz lo que quería sin duda y buscaba… Bailo como era su deseo con el diablo en una encrucijada, para ser después olvidada e ignorada… Que destino tan absurdo para quien solo pretendía descansar del bullicio y de la fama.

CARMEN
28 de octubre del 2011
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miércoles, 17 de octubre de 2012

NOSTALGIA

- polish-posters -
Stasys Eidrigevicius - 
Póster de película, Zwierciadlo
(1989)

NOSTALGIA

La nostalgia es roja
de ojos arrasados en lágrimas,
de recuerdos rotos,
de corazones yermos
en paramos baldíos
donde se perdió el amor.
La nostalgia duele
roja de ira fecunda
en lo profundo del alma
y se levanta en remolinos
de viento y arena
que hieren el sentir
y quitan el sentido.
La nostalgia clama
mirando al cielo sin ojos
y por  la boca roja de espuma,
borbotones de sangre difusa
que siembran a su paso
una melancolía de sueños eternos,
que hacen temblar de miedo
la ya casi muerta esperanza.
La nostalgia es roja
de atardeceres en espera
que no terminan de pasar,
es roja de fresas y rosas
que rompen en mi boca
cuando te nombra el recuerdo
y se hace más y más
evidente tu falta.
Esta lejanía cruel
que nos separa larga,
que tiñe con rojo sangre,
con el rojo apasionado 
de la lava de un volcán que estalla.
Y te miro desde lejos
desde mi lejana nostalgia
y el mundo se vuelve rojo
de otoño en los árboles
que va anunciando
invierno en mi alma.

CARMEN
(17 de octubre del 2012)

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lunes, 8 de octubre de 2012

A LA SOMBRA DE UNA VELA


A LA SOMBRA DE UNA VELA

Su declive comenzó en el mismo instante en el que le dio por comparar su vida con la llama de una vela. Sus andares por el camino, siempre habían tenido la femenina sinuosidad del movimiento oscilante de caderas de esa llama que veía crecer y menguar en la palmatoria de su cuerpo errante. A veces tímida, a veces provocadora siempre insinuante. Diciendo mucho sin abrir la boca, más dejando a su cuerpo hablar con el mudo lenguaje que sembraba deseos inconfesables su paso.


Nunca prendió en los demás ningún fuego importante. Pasó frente al mundo sólo siendo una llamita oscilante con pretensiones de hoguera. Jamás obtuvo ninguna cosecha de su siembra muda, tan sólo quizás algún atisbo de mirada ciega posada en el agotar continuo e inexorable de la cera de su cuerpo que iba derritiendo con el tiempo su firmeza, consumiendo sus sueños, acabando con la luz de su mirada y sabiendo poco a poco que su destino era quedar completamente fría y ciega.


Fue ese el motivo que la llevó a sentarse frente al espejo, a la sombra de esa vela. Allí dejó pasar el tiempo, prolongó los minutos, absorbió todas las penas que amenazaban con asaltarle los ojos y cuando apenas restaba un halito de cera, se dispuso a ser humo perfumado de iglesia.


Y se apagó... se apagó dejando la asombra de su cuerpo reflejada en el espejo de la eterna espera...


Carmen ©


Safe Creative #1110030194446

*** Rescatado de mi otro blog
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