domingo, 29 de abril de 2012

INSOMNIO


INSOMNIO

No, me niego...
He negado el sueño a mis ojos
si no es entre tus brazos,
abrazada a ti y a tu pecho,
arrullada por la melodía de tu latido.
No quiero ni puedo
ceder a la nada mi destino
y perder la luz de tus pupilas
cuando iluminas mi camino
y cuando me miras
enamorado y eterno,
prendiendo fuegos extintos.
No, me niego...
No me importan los fantasmas
que de mí se ríen y me asaltan,
bandoleros de otros
sueños antaño perdidos.
No me importa si tengo
de tus ojos la mirada clara
y de tu boca el beso cálido
que nunca olvido.
No, me niego...
Aunque pierda en el intento,
de la mano del insomnio
la cordura sosegada,
aunque muera
consumida por el cansancio
y la fatiga postergada,
seguiré negándome el sueño,
seguiré sin cerrar mis ojos
por no perder de los tuyos
la mirada y el aliento,
el empuje vital
que me brindas a cada momento.
Tu, tu que eres el más hermoso
de mi jamás soñado sueño.



CARMEN
(29 de abril del 2012)


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ESTA LLOVIENDO... ¿QUIERES DAR UN PASEO?


ESTA LLOVIENDO... ¿QUIERES DAR UN PASEO?


Hoy mi cielo está muy gris y lloroso. Mi cielo, ese cielo que cubre mi amada ciudad, mi Madrid, se muestra reacio a dejar que la primavera florezca. No deja de llover, a veces mansamente, a veces con rabia, casi con saña diría. Las gotas de agua se congelan y son granizos los que se abaten sobre las perplejas calles.

Tras un invierno tremendamente seco, nos ha llegado inesperadamente una primavera cargada de agua y frio.

Añoro pasear por el Retiro las mañanas de domingo y lo añoro más que nunca en días como hoy. Me gusta la lluvia, es una melodía melancólica como yo, como lo es mi alma pero el día de hoy, me trajo retazos de mi vida que había olvidado hacia mucho.

Tardes de instituto de una niña que comenzaba a sentirse mujer. Risas, canciones protesta, guitarras, el humo del primer cigarrillo... Yo, la rebelde, la contestataria y a la vez, la romántica y la solidaria. El grupo de teatro, las confidencias... Los desengaños... ¡Qué tiempos! Maravillosos años que vistos atraves de la lupa del tiempo me hacen sonreír y a la vez llenan mis ojos de lágrimas. ¿Será que la adolescencia es una especie de tragicomedia?

Mirando tras los cristales mi calle anegada en ríos de lluvia, me vino de repente a la memoria una antigua canción: "Tu, siempre tu", de Franco Simone... Que hermosos recuerdos. En aquel entonces era una canción que cantaba con mis amigas y bailaba en las fiestas que organizaban los amigos, pero no tenía un significado transcendente en mi. Sin embargo, hoy cobró una  nueva dimensión para mí. Hoy definitivamente si tiene un sentido en mí y para mí y por eso quería compartirla aquí:


Está lloviendo
Quieres dar un paseo hasta casa
Piensas tú que me cuesta
Mucho esfuerzo ir del brazo contigo
Caminar junto a ti
Esperaba, el momento de hablarte
Y explicarte que eres muy importante
Ciertamente, te agradezco que existas y
Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo
Y te tomo poco a poco
Hasta el punto donde muere
Tu deseo más profundo
Las sombras y el silencio
Y las raíces de tu mundo
Dan origen a mi mundo
Si ahora todo se me derrumbase
Ni cuenta me daría
El juego más dulce ha vuelto a mi vida
Hoy tus ojos me sonríen cansados
Luminosos, y mientras busco tu labios
Mis palabras más que hablar te suplican y
Te amo , te amo, te amo, te amo, te amo
Y te tomo poco a poco hasta el punto
Donde muere tu deseo más profundo
Las sombras y el silencio
Y las raíces de tu mundo
Dan origen a mi mundo
Si ahora todo se me derrumbase
Ni cuenta me daría
El juego más dulce ha vuelto a mi vida
Te amo cuando tú nublas mi mente
Cuando ruegas, cuando sufres y te entregas
También amo esta lluvia que cae
Sobre los cristales regalando sensaciones
A quién he amado, quién te ha tenido
No lo recuerdo ya. Yo quién he sido?
Qué es lo qué he hecho?

Antes de ti... Sin tu amor.


¡Qué bueno ha sido volver a disfrutarla mientras saboreaba una taza de negro café!

domingo, 22 de abril de 2012

HOY ES EL DIA DE LA TIERRA, EL DIA DE GAIA


HOY SE CELEBRA EL DÍA DE LA TIERRA, EL DÍA DE NUESTRA AMADA GAIA Y PARA ELLO QUIERO VOLVER A RECORDAR LAS PALABRAS DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA:

HIJO DEL PLANETA

Cuando te encuentres sereno y contento
En cualquier lugar del mundo ...,
...
Cuando todo lugar sea tu país ...,
Cuando no teniendo nada
Sientas que lo tienes todo ...,
Cuando en la opulencia luzcas humilde ...,
Cuando puedas devolver el mal por bien
Sin importar a quien ...,
Y veas a tu hermano en cada ser ...,
Cuando apliques que amar
Es solo dar y dar
Sin importar más nada que tan solo dar ...,
Cuando indiferente avances ...,
Entre aquellos que te insulten ...,
Y en el silencio les envíes tu perdón ...,
Cuando nadie pueda herirte
Ni por nada has de afligirte ...,
Cuando a quien te odie tu le des amor ...,
Cuando ejerzas la inocencia con conciencia ...,
Cuando busques el saber
Así como buscas el pan ...,
Cuando ames todo sin pasión ni posesión ...,
Cuando la realidad se imponga al fin a la ilusión
Cuando sepas aliviar
Las penas de aquellos que sufren ...,
Y tus labios digan solo la verdad ...,
Cuando hagas del deber un placer
Y el placer no sea más para ti un deber ...,
Cuando vivas el presente como lo único urgente ...
Cuando la Bondad sea tu voluntad ...,
Cuando el egoísmo ceda al altruismo ...,
Cuando la impureza, ceda a la pureza y la virtud,
Entonces serás un hombre, serás una mujer,
Serás un ser que alcanzó la humanidad ...,
Serás un hijo del planeta ...,
Serás un ser que alcanzó la humanidad.

 
Madre Teresa de Calcuta

lunes, 16 de abril de 2012

RENUNCIACIÓN


"...Yo te amare en silencio, como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos ... y jamás lo sabrás.
Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
-- el tormento infinito que te debo ocultar --
te diré sonriente: "No es nada ... ha sido el viento".
Me enjugaré la lágrima ... ¡y jamás lo sabrás!...."


Del
POEMA DEL RENUNCIAMIENTO
de
JOSÉ ÁNGEL BUESA



domingo, 15 de abril de 2012

AMANECIDA


AMANECIDA



Amanecida inconclusa
de sueños rotos y profundos,
donde ya no caben las lágrimas
porque a fuerza de llorar
se secaron los pozos de mis ojos.
Inerte melancolía que me arrastra
por el desierto árido del mal,
incapaz de hallar la calma,
imposibilitada para encontrar
lo que tanto busca mi alma.
Incomprendida y sola
donde todo el mundo me coarta.
No acepto las condiciones impuestas,
los canones establecidos
por el ego irresoluto.
No acepto callar por siempre mi palabra
ni enterrarme  de nuevo
ahora que recobré la vida.
No acepto imposiciones
que me acusan y me arrastran
por senderos ya antaño recorridos.
Estoy cansada de ser
lo que los ojos ajenos quieren ver,
cansada de dar mi sangre y mi esencia
hasta los limites más profundos,
cansada de sentir que mi esfuerzo
no sirve de nada y se pierde
una y otra vez en el intento.
Amanecida en este sol de abril,
rota de dolor,
como la cuerda rota del arco de un violín
que ya no podrá arrancar
las notas melodiosas
que en horas más felices
hacía sonar para ti.
Amanecida a la muerte
que aguarda al otro lado
desde donde espero que llegue,
mariposas en vuelo de cenizas,
a buscarme a mí.

*********
****

CARMEN
(15 de abril del 2012)

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sábado, 14 de abril de 2012

EL ARTE DEL BIEN MORIR


EL ARTE DEL BIEN MORIR


Aquella mañana amaneció con un cielo preñado de nubes plomizas y amenazantes y un viento que las arrastraba y las iba acumulando sobre los tejados de la ciudad como si quisiera cubrirla por entero con un velo de luto. Ya cuando corrió las cortinas y abrió la ventana, un malévolo presagio le recorrió la columna y la hizo temblar como una diminuta hojita de las que ya despuntaban en los cercanos árboles del jardín.

Aquella mañana era crucial para ella. Su cita con el médico era lo más parecido a tener una cita con el juez que dictaría su amnistía o su condena, el fiel de la balanza de sus días, el diapasón que marcaba el principio o el fin de su vida.

Sentía en sus venas un frío instintivo que la atenazaba y la dejaba torpe y una lágrima resbaló por su mejilla mientras se calzaba sus mejores zapatos y se disponía a salir al encuentro con su destino.
Hacía un par de meses que no se encontraba bien. Ese dolor que la comía por dentro iba ganando terreno y minando sus fuerzas día a día. No le gustaba pronunciar la palabra cruel y nefasta y la rehuía, le daba esquinazo con mil apelativos más benévolos e intrascendentes. Pero no se engañaba y aunque siempre fue una mujer práctica y realista, hoy más que nunca le pesaba la soledad.

Llegó a la consulta del doctor, donde fue recibida por una solícita joven enfundada en un provocativo uniforme blanco, tan provocativo y tan blanco, que la hizo sonreír pensando en lo irónico que parecía. La acompañó a la sala de espera, le preguntó si deseaba una infusión o un café, tal vez un poco de agua y le dejó sobre la mesita unas revistas, alejándose nuevamente por el larguísimo pasillo hacia la recepción y dejándola a solas con sus pensamientos.

No transcurrió demasiado tiempo cuando nuevamente la joven auxiliar vino en su busca y la invitó a seguirla. Sentía sus piernas como si fueran de goma mientras torpemente la seguía por el pasillo en penumbra que parecía alargarse penosamente ante sus ojos. Entró en la consulta y se obligó a dedicarle una sonrisa al hombre sentado tras el escritorio mientras tomaba asiento frente a él.

Ambos se miraron de frente a los ojos. Ella de manera nerviosa y ansiosa y él con un destello de tristeza y pesar reflejado en sus pupilas grises y de repente ella dejó escapar su voz pillando por sorpresa al doctor:

- ¿Cuánto me queda?

- Mujer... Dicho así...

- No quiero rodeos ni melodramas, doctor. Simplemente dígame cuánto.

- Un mes.

- ¿Y después?

- Después, hay clínicas para paliar el dolor y preparar para el trance, yo puedo recomendarle...

- ¿Recomendarme dónde y cómo ir a morir?... No, gracias. Yo decidiré el cómo, el cuándo y el dónde.

Se levantó de la silla sintiéndose extrañamente liberada. Saber la verdad completa, tener la certeza que reafirmaba la duda que la atenazaba le había dado fuerzas nuevas. Se sentía ajena a todo y principalmente a ella y al cáncer que le roía las entrañas.

- Muchas gracias, doctor. Gracias por su respetuoso cariño y por haber sabido aclarar mis dudas.

Y dando media vuelta salió del despacho dejando al médico con la boca abierta y sin haber sido capaz de reaccionar ente la resolución de su paciente. Ella se aproximó al mostrador y alargó a la joven auxiliar su tarjeta de crédito pidiéndole que cancelara definitivamente su deuda por los honorarios del doctor. La joven la miró perpleja y sin apartar sus abiertos ojos de ella se atrevió a preguntarle si no necesitaría más consultas, a lo que ella le respondió con un: "no, esta ha sido la última", envuelto en la más dulce de sus sonrisas.

Salió de allí sin mirar atrás y mientras bajaba en el ascensor decidió que haría.

Cuando salió a la calle llovía copiosamente. Por fin las plomizas nubes habían decidido descargar sus lágrimas. Si fuera cursi o romántica, pensaría que los ángeles lloraban por ella, pero hacia mucho que no creía en nada. Abrió su paraguas y se lanzó calle arriba en busca de una cafetería, necesitaba una taza de café para ordenar sus ideas. Tenía poco tiempo y mucho por hacer y desde luego, no se iba a dejar vencer en la batalla.

Poco después se hallaba sentada en un rinconcito de un coqueto café, frente a una humeante taza de ese oscuro brebaje que era su debilidad. Iba anotando en su libreta en detallado orden la lista de lo que haría a partir de aquel momento.

Primero la obligada visita a su notario para que tuviera listo su testamento. Luego se daría el lujo siempre postergado de comprarse aquel vestido carísimo y aquel collar de diamantes que tanto le gustaba mirar en el escaparate y nunca se atrevió ni a preguntar cuando costaba. Nada importaba ya el dinero. De hecho, decidió que aquel sería el café más caro de su vida, sacó de su bolso un billete de cincuenta euros, los dejó sobre la mesa y se levanto para marcharse mientras le anunciaba al incrédulo camarero que podía quedarse con el cambio.

Fuera seguía diluviando y ella comenzó a reírse mientras abría su paraguas. Se lanzó a la calzada sin darse cuenta que el semáforo estaba en rojo ni que abandonaba la acera. No vio venir el coche negro que se acercaba a gran velocidad ni tuvo tiempo de escuchar los gritos de alerta ni los frenazos de los demás coches, cuando fue embestida por aquella fiera metálica que le segó la escasa vida que le quedaba en un suspiro y cortó de cuajo su risa.

Desde el otro lado, vio perpleja su cuerpo tendido en el suelo. Vio la gente que se arremolinaba asustada. Vio las luces de las ambulancias acercándose Vio como los paramédicos se afanaban por recuperarla y como estos negaban con la cabeza cuando un policía les preguntaba algo que no alcanzó a escuchar. Era una sensación extraña, muy extraña. No sentía nada y pudo percatarse de que la lluvia ya no la mojaba.

Algo llamó su atención a su espalda. Se giró y sonrió a la figura apoyada en el semáforo que ella no llegó a ver jamás. Era una figura alta, vestida de negro y que ocultaba su cabeza bajo la capucha de su sudadera.

- Bueno, pues parece que se adelantó mi viaje.

- Sí, de hecho no te esperaba.

- Que le vamos a hacer... Oye, que yo si tu lo prefieres... me regreso y vuelvo más tarde.

- No, de eso nada, que entonces el trabajo de venir a recogerte sería en balde y tendría que volver el día señalado y la verdad... no me pagan las horas extras.

- Entonces... nos vamos?

- Sí, vayámonos y ya arreglaremos con Pedro lo de tu estancia adelantada.



CARMEN
(14 de abril del 2012)

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domingo, 8 de abril de 2012

SALA DE ESPERA


SALA DE ESPERA


Si hay algo en esta vida que procuro evitar, son los hospitales y más aún las salas de espera en urgencias.

Pero mi corazón es tirano y contestatario y le gusta funcionar por libre sin consultarme primero si me apetece echarle una carrera al tiempo o me apetece mejor descansar y esta madrugada decidió correrse una juerga de las suyas pretendiendo salirse de mi trepando garganta arriba sin dejarme respirar.

Cabalgaba tan enfurecido que nos asusto de veras a todos en casa y terminé, pues eso... donde no quiero jamás estar.

Las urgencias de todo hospital son algo que a mí se me antoja ominioso para los que acudimos allí aquejados de un problema real. Lo primero con lo que te topas es con la funcionaria o funcionario de turno, generalmente cansados y aburridos de repetirse, pero que en realidad no tienen más tema de conversación que el que se limita a rellenar una ficha, que más que de paciente... parece una ficha policial.

A veces he llegado a pensar si no serán robots con aspecto humano, pues me da la sensación que ni sienten ni padecen y que están tras el cristal como rellenando  un hueco que quedaría desangelado sin su adorno.

Después del nombre, domicilio, edad... y demás datos que ya saben porque aprietan un botoncito y les sales en el sistema  informático que nos controla a todos como si lleváramos tatuado un código de barras en la frente, viene la pregunta que te remata del todo: "¿ A ver, qué le sucede?".

¿Pero señora mía o señor mío, no me ve que a duras penas me mantengo en pie y que lucho por sujetar mi corazón que como un caballo desbocado pretende salírseme del pecho a cada resuello mientras contesto sus preguntas?

Y tomas aire, pones cara de resignación total y les respondes haciendo gala de tu santa paciencia y te salen con un: "De acuerdo, pase y ahora mismo le atenderán"

¡Ja... Ja... Ja!

Ahora mismo dice; lo que no te dice es si ese "ahora mismo" es en esta dimensión o en un mundo paralelo y desconocido del que tu no has encontrado aún la puerta para entrar.

Te enfrentas a las puertas batientes que separan la recepción de pacientes de la sala de espera de los enfermos, pues allí, sólo pueden entrar los susodichos enfermos a enfrentar el calvario en soledad y te sientes como Gary Cooper en Solo ante el peligro... pero sin pistolas ni estrella de sheriff ni nada de nada. Y avanzas despacio dejando atrás el silencio de los tuyos que te miran con cara de pena e impotencia y te adentras en un mundo surrealista de seres compungidos y dolientes sentados en sillas de plástico naranja. Siempre he pensado que el color naranja del mobiliario, forma parte de un burdo intento por poner un retazo de alegría en medio de tanto dolor.

Después de unos minutos de acoplamiento mental, tienes una composición casi exacta de la realidad y por fin reaccionas y buscas un asiento en el que te dedicaras a esperar. Te sientas entre la anciana con cara de hambre y el drogadicto de turno, encogiendo hasta el alma para no molestar y esperas con los ojos bien abiertos mientras vas haciendo recuento de lo que tienes que enfrentar.

Odio el olor aséptico de los hospitales. Ese olor a desinfectantes y lejía tan peculiar que mi cerebro transmuta como el olor del dolor y de la muerte.

La ancianita me mira de hito en hito hasta que casi sin resuello se atreve al fin a preguntar qué me pasa y tras mi respuesta un tanto forzada, escucho su lamento: "¡ Pobre y tan joven !" y siento el codazo del chico de al lado que me dice: "¡Hostias, eso sí que es chugo! A mi colega le paso algo parecido hace dos semanas, se lo llevaron los del SAMUR y no le he vuelto a ver.

Y se me cae el alma a los pies... Que la verdad, yo pensé que mi alma había huido de mi y se había quedado fuera del hospital, pero no, se ve que en el último momento decidió en un acto de valentía acompañarme.

Y llega la auxiliar con la maquinita de tomarte la tensión en una mano y la jeringuilla para extraerte sangre en la otra; que el protocolo es el protocolo y da igual que llegues con  un ataque al corazón o con una indigestión. Y termina su tarea de sacarte sangre y se queda pasmada cuando ve las cifras que reflejan tu tensión alterada y te dice que va a buscar a un médico para que te hagan un electro y se pierde de nuevo pasillo adelante con paso ligero y sin volver la vista atrás.

Y pasan las horas y vas tomando confianza con la gente que te rodea.

La ancianita te cuenta que en realidad lo que a ella más le duele es el alma. Que su hijo y su nuera se han ido de puente a un hotel de lujo en la playa y la han dejado sola en la casa, que la soledad ha podido más que ella y que decidió hacerse la enferma para estar acompañada.

Y el chaval te cuenta que es toxicómano desde que le dejó una novia, que fue por probar a olvidar y que en el intento se olvidó hasta de quien era. Que no se acordaba de nada, sólo que estaba metiéndose un pico y se despertó en aquella sala de urgencias.

Mientras esperas y escuchas y observas, las horas se pasan sin darte real cuenta y cuando quieres acordarte de por qué estás allí, resulta que tu corazón se ha apaciguado, seguramente aburrido de no poder ir a ningún lado.

A tu lado pasan médicos y enfermeras, te miran, te auscultan, observan los periódicos electros a los que te han sometido, se pasan la pelota en los varios cambios de turno que te toca presenciar y por fin, un médico jovencísimo te larga unos papeles y te dice que ya te puedes marchar, eso si... primero has de prometer que guardarás el debido reposo y que acudirás a la consulta de tu médico en cuanto sea posible para que te haga un seguimiento.

Después de más de ocho horas, tu juras y perjuras lo que quieran y hasta les haces la ola si lo desean. Te despides de los que te rodean con pena, porque después de aquel tiempo compartido, sientes como si ya fueran de la familia y sales de allí con una carrerilla reprimida y mal disimulada y un corazón que late nuevamente deprisa... pero esta vez, de pura felicidad.


Carmen
( 8 de abril del 2012 )

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miércoles, 4 de abril de 2012

CAFÉ BAGDAD - IN MEMORIAM


CAFÉ BAGDAD
IN MEMORIAM


Hace muchísimos años, tomé por costumbre recorrer mi Madrid más castizo. Me encantaba perderme por sus calles más céntricas. Esas calles estrechas y a veces un tanto tortuosas, como las que existen en los cascos antiguos de todas las ciudades con una larga historia.

Me encantaba toparme en mis expediciones con casas de antigüedades donde solían tener exposiciones o galerías de arte de entrada libre, donde me gustaba entrar para desentrañar los secretos que los artistas dejaban impresos en sus obras y que a mi se me antojaba que cambiaban según iba cambiando la luz de la declinante tarde.

Era fascinante mirar como las pinceladas de oleo parecían cobrar una vida tras otra vida según les iba dando la luz.

Pero lo que más me gustaba era entrar en aquellos cafés con sabor a añejo. Con olor a serrín esparcido en el suelo en los días de lluvia. Con sus mesitas de mármol tipo veladores y sus lamparitas luciendo cansinamente con luz apagada y parpadeante.

Así fue como encontré el que fue por algún tiempo mi rincón favorito. El sagrado lugar que se convirtió en mi santuario y mi refugio... No recuerdo su nombre real, yo siempre lo llame: "Café Bagdad".

Recuerdo en cambio que buscaba la mesita más alejada y escondida y mientras esperaba que el camarero trajera mi café, dejaba que mi vista se recreara con todo aquello que veía y se perdiera entre  carteles enmarcados que anunciaban bebidas espiritosas, absentas y cuadros de Toulouse Lautrec.

El ambiente que allí se respiraba era tan bohemio como yo, creo que por eso me enamoró. Allí solía pasar mis horas los sábados entre el atardecer y la noche ya bien entrada. A veces, se creaban interesantes tertulias literarias o alguien extraía un viejo violín de su funda y le arrancaba sollozos que llenaban el alma de una melancolía infinita y sobrecogedora.

La mayor parte de aquel tiempo me dediqué a escribir diversas historias que giraban en torno a aquel café. Historias en su mayoría sórdidas y crueles como la misma vida. Historias donde no cabía más amor que el desamor ni más vida que la que se disipaba en el humo de los cigarrillos que llenaba aquel local. Palabras rasgadas a golpe de lágrimas que quedaron perdidas en el tiempo, suspendidas en los recuerdos polvorientos que cubrieron a fuerza de olvido, en mi saturada mente, aquel café.

Hoy ya no existe mi amado Café Bagdad y una nostalgia sobrecogedora se ha adueñado de mi al recordar aquel tiempo. Otro tiempo de algo que pudo ser y jamás fue.


Karmen
(4 de abril del 2012)

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