miércoles, 28 de marzo de 2012

TRAS LA PERSIANA


TRAS LA PERSIANA


Tras la persiana ella adivinaba un mundo gris y sin esperanza. Desde el refugio cálido de su cuarto en silencio, ella esperaba una señal que le indicara qué camino seguir. Se sentía segura dentro de aquella habitación que como una placenta la envolvía protegiéndola hasta de ella misma.

Todo le era conocido allí. La cama, con sus sabanas de hilo blanco y su colcha de algodón rosado. Los cojines de encaje con regusto antiguo que fueran de su querida abuela y que para ella eran un lazo de unión con el más allá. Las acuarelas que pintó un día cuando aún se sentía persona y vivía en el exterior...

¿Hacía cuanto que no salía de allí? No podía recordar si eran días, meses o años. Primero fue la muerte de su esposo e hijos en aquel terrible accidente, después la depresión que  la postró en aquella cama sin ganas de nada y más tarde, cuando se convenció de que nada iba a traerles de nuevo a casa, fue la cobardía que se adueño de ella. Se sentía incapaz de salir de aquel cuarto, así de simple.

Sus padres luchaban día a día por convencerla, las amigas que aún le quedaban venían de vez en cuando y le hablaban desde el otro lado de la puerta cerrada... Pero ella se aferraba a sus recuerdos pasados y no se dejaba convencer, aunque en el fondo de su alma una vocecilla se alzaba apenas sin fuerza reprochándole su forma de ser.

Un día se sintió nuevamente enferma. Pero era una enfermedad distinta. Esta vez, sentía que su cuerpo ardía, que la sed resecaba su garganta y sus labios resecos como el cartón se agrietaban. Cayó en un estado de claroscuros donde todo se mezclaba como los números en el bombo de la lotería.
Su vida vivida se mezclo con la vida que vivía. Los fantasmas del pasado se sentaron junto a su cama haciéndole compañía y lo peor llegó cuando todos aquellos fantasmas comenzaron a hablar a la vez reprochándole su falta de consideración al pretender estar muerta en vida, cuando ellos quisieran estar vivos en la muerte y no podían.

Pensó que al final la locura se había instalado en la cabecera de su cama y acomodando su cabeza en los almohadones, se dispuso a esperar paciente el final. Pero el final no llegó. Por sus ojos semicerrados pasaron momentos dulces y momentos amargos. Desde su niñez más lejana hasta el día en que su mundo se desmorono. Cada recuerdo o visión finalizaba con un grito: ¡Vive! y al final, cuando ya no hubo más por visionar, todo un coro de voces le gritaron al  unísono aquella misma cantaleta: ¡Vive! ¡Vive! ¡Vive!

Después quedó sumida en un profundo letargo sin visiones. Un sueño reparador y profundo como hacía mucho no tenía y cuando despertó un rayo de sol se colaba por las rendijas de la cerrada persiana de su ventana deslumbrándola.

Saltó de la cama, subió aquella persiana, abrió de par en par la ventana tanto tiempo cerrada y dejó que la vida inundara de nuevo aquella habitación y la luz de un nuevo amanecer borrara de su cuerpo toda señal de abatimiento y muerte.

Preparó cuidadosamente su ropa  sobre la cama, eligiendo aquella de tonos más alegres. Entró en el baño esmerándose más que otras veces en su aseo personal. Se maquillo sin estridencias. Se vistió despacio, saboreando y apreciando la textura de de la tela en sus dedos. Se retocó de nuevo el peinado, perfiló sus labios otra vez. Se contempló en el espejo de cuerpo entero que había en un rincón del cuarto. La silueta allí reflejada le sonreía y sintió que en su interior, sus viejos fantasmas le decía al unísono, con una voz in crescendo: ¡Adelante, hoy es y puede ser!

Se calzó sus zapatos de fino tacón y sin volver la vista atrás, salió de aquel cuarto que había sido prisión y tumba dando un portazo al pasado y enfrentando con un valor renovado el nuevo amanecer.

Carmen
(28 de marzo del 2012)

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